Todo empezó con una boda.
La novia parecía muy infeliz, aunque todos los demás invitados estaban pasándolo en grande.
"¿Tú, Neil, quieres recibir a Bonnie como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así́ amarla y respetarla todos los días de tu vida?", preguntó el sacerdote con seriedad.
En ese momento, Bonnie Meng apretó el ramo con su mano y, poco después, escuchó la decidida respuesta de Neil Xia:
"Sí, quiero."
'Pero yo no', pensó Bonnie, aunque bajó la cabeza y se guardó sus pensamientos para sí misma.
La boda había llegado más rápido de lo que esperaba, y no pudo hacer nada para detenerla. Realmente fue una boda relámpago. Tres días después de que se comprometieron, ya estaban de camino hacia el altar. Aquel matrimonio entre las familias Xia y Meng, permitiría que los Meng respirasen un poco, mientras se veían envueltos en una situación muy complicada.
"¿Tú, Bonnie, quieres recibir a Neil como esposo, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así́ amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?", continuó el sacerdote, sin darse cuenta de la confusión que reinaba dentro de la cabeza de Bonnie.
Entonces, todos los ojos se volvieron hacia ella, lo que hizo que se sintiera tremendamente incomodada.
"Yo...", balbuceó ella, mientras miraba los suplicantes ojos de su madre y el rostro sudoroso de su padre. Tras un breve instante, suspiró abatida en su interior, y contestó: "Sí, quiero".
Desde su asiento, el jefe de la familia Meng, Talon, dejó escapar un suspiro de alivio. Su familia ahora estaba a salvo. Sobre los bancos de la iglesia, Talon sonrió al señor y a la señora Xia. Su hija finalmente le había sido útil.
Desafortunadamente, cuando uno pensaba que ya estaba a salvo de todo peligro, solían ocurrir cosas malas.
"¡No puedes casarte!", gritó una voz clara y nítida desde las puertas dobles del templo. Todos los presentes se volvieron hacia el intruso. Bonnie, quien ni siquiera había terminado de pronunciar sus votos cuando aquella voz la interrumpió, también lo miró, y sus ojos se encontraron con los de aquel hombre, lo que hizo que sintiera como si se hubiera estrellado contra un iceberg.
Un frío helado se apoderó de ella.
Los ojos del hombre se entrecerraron con perversidad.
"¿Quién eres tú?", gritó Talon Meng, levantándose de su asiento y gritándole al intruso.