Novia del Señor Millonario
Cariño, déjalo y ven conmigo
El regreso de la esposa no deseada
Yo soy tuya y tú eres mío
Tesoro de CEO
La segunda oportunidad en el amor
Mi encuentro con un misterioso magnate
La venganza de la heredera genio oculta bajo la máscara
Mimada por el despiadado jefe clandestino
No me dejes, mi querida mentirosa
La conversación entre Patricia Duff, madrasta de Sara Gran única descendiente de los Grant, no marchaba bien. Sara no entendía la razón de lo que le estaban imponiendo. Apenas había terminado sus estudios universitarios y en sus planes no figuraba el matrimonio.
Sara no aceptaba la imposición de un matrimonio por obligación y deber con la familia igualmente por el lado de los Crighton,. Sara sabia que Nicholas el hijo mayor de los Crighton era todo un plaboy, trabajaba en las empresas, sí, pero además tenía una vida social muy activa donde nunca faltaba una hermosa mujer a su lado y él no quería ningún tipo de relación que frenara su libertad y el matrimonio tampoco estaba en sus planes, además a él no le gustaban las mujeres tan joven y menos inteligente cuando a él le encantaban las mujeres un poco mayorcitas y dispuestas a complacerlo y disfrutar de la vida.
Así que ella con fuerza y viva voz exclama a Patricia su madrasta –Pat, tu hijo es el mayor de los Grant, es él quien tiene que casarse, no yo.
–Pues no querida, eso no es así.
–Cómo que no, él tiene el mismo deber para con la familia.
–Robert no es un Grant, cariño. El es tu hermanastro y el tratado Grant&Crighton dice que el descendiente mayor hembra y varón de cada familia deberá contraer matrimonio, cuando el descendiente masculino llegue a los treinta años.
–¡AH!, que bien. El idiota cumplió 30 años pero yo tengo solo 22 años y en mis planes no figura el matrimonio aún.
–En el tratado no dice la edad que debe tener la mujer, ¡niña!, solo hace hincapié en la del hombre. –Comenta la madrasta de Sara.
A lo que Sara responde –Que bien Pat, cuando a ustedes les cae como anillo al dedo, Robert es un Grant y cuando no les conviene, Robert no es un Grant.–Y con cierta ironía Sara se le acerca a su madrasta y le dice con fuerza –Ojalá ten esto presente cuando mi padre se vaya de este plano, pues según tú Robert no es un Grant y no tendrá derechos a la herencia puesto que soy yo la única que tiene obligaciones con esta familia.
Dicho estas palabras salió del salón a paso rápido.
Sara no aceptaba la imposición de un matrimonio por obligación y deber con la familia. Por su padre Sara había crecido empeñada en demostrar su valía.Por él se echó una carga de trabajo enorme, pala lograr la meta que se había autoimpuesto; sin embargo cada vez y muy a menudo
ella sentía que caminaba sobre una cuerda suspendida sobre un precipicio. Un paso en falso sería suficiente para que caer . . ., No le quedo más remedio que fojarse ella sola su destino y hacer lo que tenía que hacer.
Y no solo por su bien, sino tambien por el de su padre, le costaba que Patricia su madrasta, solo le interesaba los bienes de su padre.
Sin embargo la vida les daría la mayor sorpresa en la vida de ambos. El joven, al conocer a Sara, quedó impresionado pues Sara era tan hermosa como la madre una famosa modelo que murió en un accidente automovilístico. Al pasar los días y tratar a Sara, está despertó en él emociones nunca antes sentidas por ninguna mujer. Y Sara no podía evitar la atración que sentía por Nicholas.
El conquistaría a Sara, lucharía con la desconfianza de la joven y tal vez se casaría con ella pero luego de dos años cuando su padre le deje todo a su nombre el se divorciaría de la chica y todo arreglado.
Sara deseaba poder realizar sus metas y además tener una familia pero más adelante, su padre se había alejado de ella, desde el accidente donde falleció su madre y su hermano menor todo cambió en su vida. Ella a pesar de sus doce años trató de cambiar la situación y la llegada a casa de Patricia y su hijo fue la gota que desbordo el vaso.
–Sara, tienes que cumplir con el tratado y debes casarte con Nicholas, ya tiene edad para casarte y tener hijos, se necesita un heredero; ya que el atolondrado de tu hermano no quiere, ¡tú lo harás!.
Ella lo miro y sorprendida lo miro. . .