La carta de la Real Academia de Danza, el sueño de toda mi vida, llegó bajo el sol de Sevilla.
Era la recompensa a años de sudor y dolor silencioso.
Pero en mi propia casa, mi sueño era la pesadilla de otra persona.
Mi hermano Máximo, cegado por las mentiras de nuestra hermana adoptiva Sofía, me arrebató la carta.
"¿Cómo te atreves?", siseó, con los ojos llenos de una furia que no lograba comprender.
Sofía, con sus lágrimas falsas y su falsa hemofilia, lo avivaba.
Máximo me acusó de robarle a Sofía su "duende", su suerte y su futuro.
Esa noche, la misma mano que de niño curaba mis rodillas raspadas, me arrastró a un cortijo abandonado.
Con la navaja de nuestro abuelo, me hizo un corte profundo en el tobillo.