Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
Extraño, cásate con mi mamá
El réquiem de un corazón roto
No me dejes, mi pareja
El dulce premio del caudillo
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Los Mellizos del CEO
En los últimos instantes de su vida, Ethan Stroud se vio envuelto en una danza vertiginosa. Mientras caía desde lo alto de un edificio, los recuerdos de su existencia parpadearon como luciérnagas en la oscuridad. La risa de su hermana, la mirada indiferente de su padre, y los desgarradores momentos compartidos con su madre se entrelazaron en un torbellino de emociones.
La sensación del viento despeinando su cabello y el eco distante de la ciudad abajo le recordaron que estaba sumido en un abismo sin retorno. En su mente resonaron palabras no dichas, promesas rotas y un anhelo profundo de algo más. La ira, que yacía oculta en las sombras de su ser, amenazaba con emerger como una tormenta a punto de desatarse. Mientras el suelo se acercaba inexorablemente, la vida de Ethan se desvanecía en una sinfonía de momentos que nunca podría olvidar.
En esos instantes finales, cuando el suelo se acercaba como un destino inevitable, un pensamiento de arrepentimiento se apoderó de Ethan. Entre la vertiginosa caída, lamentó no haber apreciado lo suficiente las pequeñas alegrías de la vida. “Ah... ya no podré probar la comida de mamá", murmuró en su interior, reconociendo la nostalgia de un hogar que nunca valoró completamente. Un suspiro melancólico se mezcló con el viento mientras el abismo se convertía en su última morada.
Ethan cerró sus ojos esperando el impacto inminente, pero en lugar de eso, experimentó una extraña sensación de ingravidez. La caída libre se transformó en una suave sensación de descenso, y el viento que silbaba en sus oídos desapareció. Cuando finalmente se atrevió a abrir los ojos, el desconcierto se apoderó de él.
Ante su sorpresa, no estaba cayendo hacia su perdición, sino que yacía en brazos de alguien, envuelto en una atmósfera diferente. El mundo que lo rodeaba no era el sombrío paisaje urbano del cual había caído, sino un lugar desconocido y etéreo. Ethan, ahora en una forma diminuta, miró hacia arriba y se encontró con los ojos de un ser desconocido que lo sostenía con delicadeza.
El desconcierto se reflejó en los ojos celestes de Ethan mientras intentaba comprender la situación. Su cuerpo, que alguna vez fue adulto, ahora era el de un bebé recién nacido. La confusión se manifestó en pequeños gestos y parpadeos, como si tratara de asimilar la realidad alterada en la que se encontraba. El entorno, ajeno y misterioso, se extendía ante él, invitándolo a explorar un nuevo capítulo de su existencia.
En los primeros instantes de su nueva existencia, la mente de Ethan era un torbellino de confusión y sorpresa. No entendía cómo había pasado de caer hacia su muerte a ser acunado en brazos en este extraño lugar. Su mirada, aún inocente e incapaz de comprender el mundo, vagaba por el entorno misterioso que lo rodeaba.
La persona que lo sostenía, su nueva madre en este renacer, emanaba una calidez que contrastaba con la desconcertante experiencia. Ella compartía los mismos ojos celestes que ahora adornaban el rostro infantil de Ethan y, en su cabello, se reflejaba la misma tonalidad rubia que podría haber sido heredada. La mujer lo miró con amor y ternura, revelando una conexión inexplicable que trascendía las leyes conocidas de la realidad.
Ethan, en su forma de bebé, buscó respuestas en los ojos de aquella que lo sostenía. Sus primeras reacciones eran puras expresiones de desconcierto, como si intentara descifrar los misterios de su nueva existencia. Sin palabras, la comunicación entre madre e hijo recién nacido se tejía a través de miradas y gestos, creando un vínculo que superaba la comprensión racional.
Arlene, observando la expresión de desconcierto en los ojos de Ethan, sonrió con amor y le habló con suavidad. "Eres mi pequeño milagro, Ethan. Aunque las circunstancias de tu llegada sean inusuales, eres parte de mi mundo, y te amaré sin reservas".
Ethan, a pesar de su incapacidad para comprender las palabras de su madre, captó la calidez en su tono. Las preguntas llenaron su pequeño corazón, pero por el momento, el lazo con Arlene proporcionaba consuelo y seguridad en este misterioso renacer.
La celda en la que Ethan y Arlene se encontraban era un lugar oscuro y sombrío. Las paredes desnudas y húmedas, apenas iluminadas por antorchas parpadeantes, lanzaban sombras danzantes que daban vida a la penumbra. El ambiente estaba impregnado de una sensación de confinamiento, como si el propio aire fuera pesado con el peso de la desesperación.
Los sonidos de lamentos y susurros de otras mujeres atrapadas en celdas vecinas se filtraban a través de los fríos barrotes de metal. Ethan, incluso en su estado de bebé, percibía la triste sinfonía que resonaba en aquel calabozo. Sus ojos celestes exploraban curiosos el entorno, captando la crudeza de la realidad que los envolvía.
Arlene, con un suspiro lleno de pesar, mecía suavemente a Ethan en sus brazos mientras intentaba distraerlo de la desolación que los rodeaba. "No te preocupes, mi pequeño. Aunque este lugar sea sombrío, siempre estaré aquí para protegerte", murmuró, como una promesa silenciosa en medio de la desesperanza.
Ethan, en su forma de bebé, buscó respuestas en los ojos de aquella que lo sostenía. Sus primeras reacciones eran puras expresiones de desconcierto, como si intentara descifrar los misterios de su nueva existencia. Sin palabras, la comunicación entre madre e hijo recién nacido se tejía a través de miradas y gestos, creando un vínculo que superaba la comprensión racional.
Observando nuevamente el entorno, Ethan notó que se encontraban en una celda apenas iluminada por antorchas titilantes. La sensación de estar atrapados en aquel lugar se acentuaba con la frialdad que se percibía en el ambiente. La presencia de Arlene, su madre en este renacer, era la única luz en medio de la oscuridad que los rodeaba.
La mente de Ethan, ahora en un cuerpo de bebé, se llenaba de preguntas. ¿Cómo había llegado a este extraño lugar? ¿Era acaso una prisionera que dio a luz en una cárcel? La surrealista situación lo hacía cuestionar la realidad de su existencia. "¿Realmente reencarné? ¿Es esto como en una novela?", se preguntaba mientras intentaba comprender su nueva realidad.
El asombro inicial de Ethan fue cediendo ante la aceptación de su entorno. Aunque la extrañeza persistía, una sensación de resignación se apoderó de él. ¿Era todo un sueño mientras su cuerpo moría en el abismo? La incertidumbre se convertía en un manto que envolvía al pequeño bebé y a su madre en esa celda enigmática.
La madre, con dulces palabras, expresaba sus sentimientos hacia el pequeño ser que tenía en brazos. “Eres mi mayor tesoro, mi pequeño regalo. Aunque estemos atrapados en este sombrío calabozo, siempre llevaré en mi corazón la luz que trajiste a nuestras vidas”.
Ethan, en su forma más pura, absorbía estas palabras con su inocencia recién descubierta. La celda, aunque fría y oscura, parecía iluminarse con la conexión entre madre e hijo. La paleta de colores de unos ojos celestes reflejaba la pureza de ese momento especial, mientras intentaba comprender el lazo que estaba naciendo entre ellos en aquel sombrío rincón.
Las palabras de Arlene resonaban en la pequeña celda, creando un ambiente cálido y lleno de afecto. Ethan, ahora sin palabras, pero con sus ojos expresivos, absorbía cada sonido como si fuera una melodía especial. "Estas palabras dulces... nunca las había escuchado antes", pensó Ethan en su interior, inevitablemente comparando la expresión de amor de Arlene con las memorias distantes de su antigua madre. La conexión entre ellos crecía, aunque Ethan, ajeno al pasado, no pudiera comprender del todo la magnitud de ese vínculo especial.
Los pensamientos de Ethan vagaban entre dos mundos, divididos por la fina línea del tiempo y la percepción de la realidad. Mientras Arlene le expresaba su amor maternal, Ethan no pudo evitar reflexionar sobre su antigua madre. La imagen de ella quedó grabada en su memoria, una figura querida que ahora se desvanecía en el pasado. La preocupación por su bienestar lo atormentaba, preguntándose si ella estaría sola, si se reuniría con su hermana, o si, tal vez, enfrentaría la adversidad en soledad.
El peso de no continuar con su antigua madre, junto con la culpabilidad de compararla con esta nueva figura materna, comenzó a pesar en el corazón de Ethan. Mientras intentaba asimilar su renacimiento, la dualidad de sus emociones creaba un torbellino interno de nostalgia y deseo.
Los pensamientos de Ethan, inmerso en su nuevo y frágil cuerpo, oscilaban entre la esperanza y la desesperación. "Tal vez en este nuevo comienzo... pueda hacer las cosas diferentes. Aunque, viendo donde me encuentro, tal vez ni siquiera sobreviva mucho", reflexionó, cuestionando la viabilidad de su supervivencia en un entorno tan hostil.
A medida que observaba más detenidamente su entorno, Ethan notó que Arlene no era la única mujer en ese lugar que daba a luz. Sin embargo, la alegría que expresaba Arlene contrastaba con la falta de entusiasmo de las demás. ¿Era ella la excepción a la regla? Al enfocarse más, pudo captar sonidos desagradables, lamentos y señales de abuso provenientes de otras celdas ocupadas por mujeres. El lugar, despiadado y sombrío, parecía más un "granero" de sufrimiento que un refugio acogedor.
"Aunque tampoco es como si cualquier celda fuese acogedora... lo único reconfortante aquí es esta mujer que es mi nueva madre", pensó Ethan, aferrándose a la única fuente de consuelo que encontraba en medio de aquel sombrío rincón de su existencia.
En medio de sus primeros días como bebé, los pensamientos de Ethan reflejaban una mezcla de curiosidad y adaptación. Aunque su mente estaba en proceso de desarrollo, se podía percibir una inquietud latente. La limitación de su movilidad despertaba un deseo de independencia, incluso en su estado infantil.
La curiosidad innata de Ethan se manifestaba en sus ojos inquisitivos, explorando el entorno con un anhelo constante de comprender el mundo que lo rodeaba. A pesar de su limitada capacidad de expresión, los gestos y las miradas de asombro denotaban una mente inquisitiva en constante búsqueda de respuestas.
La dependencia de Arlene generaba una dualidad en sus pensamientos. Por un lado, encontraba consuelo y seguridad en los brazos de su nueva madre, pero por otro, crecía en él la determinación de superar las limitaciones de su actual estado. El deseo de movilidad y autonomía se entretejía con su naturaleza adaptable, creando un equilibrio delicado entre la necesidad de cuidado y la anhelada independencia.