Las calles de mi barrio son tan dañinas a mis pies que a penas puedo caminar, en especial por el barro que se encuentra por todos lados. No podía ponerme tacones, pero los llevaba en el bolso para ponérmelos en el trabajo, por suerte mi novio Mariano tenía unas botas especiales para que yo pueda caminar, fue muy amable en regalarmelas, dice que las encontró pero no quise preguntar más, lo importante es que me hacían un gran favor.
Me topo en el camino a Paola, una amiga que por el momento trato de mantenerla alejada de mí, somos amigas por supuesto, pero ambas tomamos caminos distintos que no separan cada vez más.
—¿Rosi, cómo te va? ¿Vas atrasada? —camina hacía mí mientras mueve sus caderas de un lado al otro de forma majestuosa.
—Sí, mi despertador no sonó, y la verdad el frío de la lluvia hizo que me quedara acurrucada en mi casa.
—Ah, entonces Mariano pudo arreglar bien su techo, me alegro, así ya no anda con goteras.
—Bueno Paola, te dejo, veo que ya llegó un auto… Pero, ¿y eso? Son cuatro ¡Dios, Paola, a esconderse!
Me alarmo, pensé que se iba a armar un tiroteo de los tantos que hay por acá, ella está vinculada con personas muy peligrosas y justo estoy junto a la persona que buscan siempre.
—Ay, tranquila, solo son los autos de Horacio Ledesma, regresó después de mucho tiempo, y al parecer más rico. Se dio cuenta que estos trabajos son más fáciles de conseguir dinero, y él un empresario respetado, lo puede usar para esconderse.
—Si ya tiene plata, para qué más. La ambición mata, Paola.
—La ambición te llena de vida, por eso los millonarios están más vivos que nosotros.
—Te dejo, que se me va a hacer más tarde.
Paola era la que mandaba chicas a la gente con dinero, y es que, qué mejor lugar para conseguir chicas que se acuesten por plata que en los barrios humildes, las tienen en la palma de la mano. Ella entró en esto cuando tenía 13, dijo que un trabajador de ellos le ofreció unos pocos pesos, pero era demasiado para una chica pequeña e ingenua, y se dio cuenta que su patrón era un narco, él notó su belleza y la quiso para él por un noche, ahí vio el verdadero golpe de oro. Es una morena hermosa, puede tener varios a sus pies, pero lo que hace no es agradable.
—¡Todavía sigue la oferta Rosario! —me dice a lo lejos y yo solo asiento para despedirme.
¿Yo ofrecerme a hacer estos servicios? No, no puedo, soy muy reservada con mi cuerpo que apenas Mariano me toca, es un muchacho lindo, su piel tostada es encantadora al igual que sus músculos y su gran altura, pero no sé si realmente quiera pasar la vida con él. Planeo irme de acá, no me ato a mi madre ni mucho menos a un novio, por algo he seguido estudiando y queriendo ganar mi propio dinero. Paola me decía que si se puede ganar siendo un profesional matriculado, pero pasaría 30 o 40 años para tener un poco de todo lo que quiero, pero si me iba por sus lados en 1 año ya me podría comprar un auto, o quizá menos. Sin embargo eso no es para mí, no pretendo hacerlo.
Valdrá la pena recibirme de profesora, es lo más cercano que pude estudiar, y he obtenido mi título muy rápido para poder trabajar lo más pronto posible. Aunque llevo 6 meses trabajando en la escuela y todavía no me dan mi recibo de sueldo, ni un pago, sabía a lo que me metía, me dijeron que tardarían en pagarme, pero es demasiada la espera, quisiera alquilar un departamentito cerca de la escuela, o mejor aún, en la zona céntrica, seguro valdrá la pena todo el esfuerzo que estoy haciendo.
Tomo el colectivo que me deja muy cerca de la escuela, el trayecto duraba unos 20 minutos, entre algunas paradas, este es el momento en donde aprovecho para ponerme mis zapatos negros con pequeños tacones, y limpiar toda la suciedad pegada por el barro de las botas para poder guardarlas ¡Pronto tendré un auto, estoy segura!
Al llegar al establecimiento, me apresuro subiendo los escalones de la entrada, pero por mi aceleramiento, no me percato que al abrir la puerta choco con un sujeto, mi cara se estampa contra su mentón barbudo, se sintieron como pequeñas agujas sobre mi piel, se sentía muy molesto, una sensación desagradable.
—¡Dios, lo siento! —exclamo de inmediato.
Al verlo a los ojos, y él a los míos, mi mente da un trance para recordarlos.
—¿Rosario, Rosario Pani?
Oh sí, es él.