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El convicto

El convicto

Rossetica

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Capítulo

Se salía de toda lógica posible el deseo que le recorría la piel, solo de verla. Ya olerla, era perderse... y cuando la tocó, firmó su condena perpetua. Detrás de puertas discretas, se encierra el oscuro mundo de la mafia. Allí... está condenado él. Y dentro del placer de su cuerpo, vive presa ella. Ambos pertenecen a un mismo mundo, donde la persecución y el espionaje se cruzan en el camino que los conduce hacia el pecado. Pecando por sobrevivir, pecando por amar, pecando en otra piel. Una historia oscura, entre barrotes de mafia y cárceles de pasión.

Capítulo 1 1

Amanecí en una cama que no era la mía, con un tío que no era mi prometido y con marcas en el cuerpo, que evidenciaban que había follado como una vulgar zorra con aquel desconocido al que en ese justo instante, le veía medio cuerpo desnudo y el resto tras una toalla cuidadosamente amarrada a la altura de su cintura mostrando un excelente torso trabajadísimo que parecía sobrehumano, además de una sombra sexi sobre su cuadrada y exquisita mandíbula, unos ojos negros que me asustaban y un húmedo cabello también negro y abundante, que aún chorreaba de la reciente ducha que se veía se había dado..

. Evidentemente mientras yo estaba fuera del aire.

Aquel hombre me observaba risueño, con las comisuras de sus labios danzando al compás de su divertida expresión y bebiendo una tasa de café humeante que me gritaba a toda voz que era de día, que no había dormido en mi casa, que mi seguridad se había esfumado, además de saberme en muchos problemas, sobre todo por el simple hecho de no saber cómo rayos había llegado hasta allí ni dóndeera que estaba, y sobre todo y lo más preocupante, no sabía quién demonios era él.

Me enderecé aguantando una sábana contra mi pecho apoyándome con la otra mano en la cama, tratando de cubrir lo innecesario ya, y haciéndole sonreír más todavía seguramente por lo absurdo de mi recato dadas las obvias circunstancias, mientras se recostaba sobre una mesa de madera oscura y estiraba las piernas para colocar finalmente un tobillo sobre el otro al final de su maniobra.

Cuando bebió tanto como quiso y dejó la tasa sobre la mesa, se apoyó con sus dos manos a los costados de sus caderas que desembocaban en una v exquisita, ví en una de sus muñecas una manilla de oro blanco, con una placa cuya inscripción desconocía y que me refractaba en la cara un naciente rayo de sol. Sin pasar desapercibido para mí,el despliegue de músculos muy bien construidos en aquel abdómen desnudo.

La habitación era la típica suite de un adinerado pijo, que probablemente usaba como su picadero y en la que evidentemente nos habíamos revolcado. Y no es que quisiera encacillarlo en esa categoría... es que se le veía por encima hasta de su desnudez. Todo en él lo decía a gritos. Era un millonario estirado barra follador experto. Si es que no había más que mirarlo para saberlo.

¡Joder!

La decoración de allí era majestuosa. Todo lujo. Hasta las cortinas que colgaban de los techos, regadas por suelo al final de su extensión y colocadas como tapasoles para dar privacidad y oscuridad a la habitación se adivinaban de alta calidad. Aunque mi anfitrión no se había molestado en nada más allá de disfrutar de mi desasosiego y desorientación. Su expresión delataba su diversión ante la mía.

Menudo par.

—Es difícil que una mujer hermosa se supere su belleza al amanecer y sin maquillaje —la voz profunda y oscura que tenía me erizó la piel, incluso bajo las sábanas y medio asustada me dejé llevar por el marfil cincelado de sus dientes —pero tu hermosura no conoce límites —me halagó impulsándose con sus caderas hacia adelante, para enderezar su postura y caminar hasta mí, que me eché un tanto hacia atrás, pelin asustada —eres de una perfección al nivel de una diosa —algo en su voz me silenciaba, me controlaba, me seducía y ya cuando llegó hasta mí, y me acarició los labios con su pulgar ansioso, tuve que inclinar la cabeza hacia arriba para poder mirarlo a los ojos de tan alto que era y tan cerca que estaba —la beldad de tu rostro impresiona y supera incluso a la misma venus —metió su dedo en mi boca y no sabría nunca decir por qué, lo chupé con pasión, adorando la oscuridad en su mirada abrasadora y callada, sin poder evitar contemplar con ardor sus ojos —y cuando te he poseído he sentido, que nadie nunca podrá superar tu arte amatorio... hermosa venus.

Cada palabra era cuidadosamente pronunciada, al compás de sus giros con aquel dedo dentro de mí boca y alrededor de mi lengua momentos antes de sacarlo y bajar hasta mí, para tomar la esquina de mi barbilla y obligarme a besar sus labios de manera fiera y lenta, como jamás había besado a nadie, y desde luego no estaba preparada para rechazar. Me sentía hipnotizada. Poseída por él y completamente obnubilada.

Cuando sus labios domaron los míos e impusieron una armoniosa danza, se me cayó la sábana a la que me aferraba y trepé por su cuerpo sin vergüenza alguna. Me puse de rodillas en la cama aferrándome a sus antebrazos, encontrándome a medio camino de su inclinación hacia mí para quemarme en aquel beso. Me atrapó por las dos franjas dorsales y sentí que gimió en el mismo beso en que yo jadeé.

Si bien mi mente estaba vacía de recuerdos, y cabía la pobre posibilidad de que incluso me hubiese secuestrado, podría jurar en aquel único instante, que sufría de síndrome de Estocolmo porque aquel hombre me fascinaba y eso era dañino para ambos. ¡Yo tenía un peligroso dueño!

Con una última mordida a mi lengua y una separación brusca por parte de ambos decretó:

—Es una pena que a pesar de todo eso hayas sido solamente el objeto del deseo de un diablo como yo...

Esas fueron las últimas palabras que aquel hombre me diría. Casi un insulto si las analizaba bien, pero la promesa escondida dentro de mi mente, presumiendo un posible y futuro recuerdo de aquel tórrido encuentro sexual, no me dejaba analizar más allá de qué demonios había pasado la noche anterior.

Dejándome igual de callada, privándome con su supremacía de todo acto de raciocinio, me quedé observando perpleja como se alejaba sin mirar atrás, avanzando justo a un costado de mi izquierda, bordeando mi ubicación aún de rodillas en la cama y llegando al final de un corto espacio en aquella habitación, que lo llevó hasta una puerta disimulada entre las formas de la pared y cuando la abrió con habilidad insultante, debido al mensaje implícito que había detrás de aquella acción, que efectivamente ratificaba mi anterior apunte referente a un posible picadero por su tendencia pija al sexo sin compromiso, dijo:

—Cierra la puerta cuando te marches y en el baúl están tus cosas, la habitación está pagada, puedes recuperarte de mí a solas, si así lo deseas...por cierto —me señaló idiota —hermosos pechos y con un sabor exquisito.

Su manera casi despótica de referirse a mí me envaró. Me sentí insultada y usada a pesar de que yo solita le había permitido la mitad de lo que había hecho y todavía, ahora que tenía la posibilidad de encararlo e indagar sobre lo de anoche, simplemente había decidido volver a dejarme llevar por la seducción de aquel hombre que se veía muy bien entrenado en ese deporte... si se me permite la metáfora.

—Eres el tío más patán que alguna vez me he follado, pedazo de estúpido.

Detrás de mi intempestivo grito de agresión verbal, movido por su desfachatez y crudo machismo rozando la misoginia, me cubrí con las sábanas de nuevo y soporté su asquerosa risa, llena de una autosuficiencia que era para golpearlo. Estaba de un cabreo que iba en aumento.

—Cuando recuerdes lo que ha sido follar conmigo... volveremos a tener esta conversación, venus.

—¡Vete a la mierda, cabronazo!...

Le lancé un zapato que encontré sobre el cabezal de la cama. No quería ni pensar como había sido de brutal nuestra batalla en aquella cama, para que mi zapato estuviera allí. Tenía que haberme reclamado de manera épica y encima me había dejado lagunas mentales. O más bien, océanos mentales porque no recordaba una mierda.

Se fue riendo a mandíbula batiente y me dejó gruñendo improperios y a punto de darme de hostias a mí misma por haber sido tan gilipollas como para meterme a la cama de un capullo como él, y encima ni acordarme de haberlo hecho. Menuda subnormal...

... Efectivamente había encontrado en el baúl, todas mis cosas.

Mi ropa. Mis putas bragas rotas y los ligueros hechos pedazos. El jodido vestido hecho un amasijo de tela inservible que se veía que aquella bestia había roto. Y mi móvil, como única cosa funcional.

Ni rastro de mis pastillas, y el maldito preservativo sin usar en mi bolso.

¡Joder,joder y joder!

¡¿Me había acostado con él sin protección?!, maldita sea. No lo podía creer.

¡Me cago en todo mis muertos!

Las pastillas para fertilizarme no estaban en su estuche y joder, si me las había tomado estaría perdida.

Definitivamente me había lucido. Si mi padre y David se enteraban que había accedido a tomarme las pastillas, montarían la de Dios y estaría bien jodida.

Puto alcohol y puto francés.

Justamente por haberme puesto tan jodidamente molesta debido a la reunión con aquel hombre (el francés) había acabado en aquella desastrosa situación.

El teléfono empezó a sonar en el mismo momento que lo tomé y enseguida lo contesté agitada.¡ Dios, ayúdame!

—¡Huy Sarita, la he liado pero bien!— fue lo primero que le contesté a mi hermana que era quien llamaba.

Metí la cabeza dentro de mi mano libre, sentándome desnuda en una esquina de la cama de la habitación de aquel capullo.

Inconscientemente miré en derredor buscando su posible presencia, pero suspiré al comprobar su ausencia.

No me apetecía volver a verlo en mi vida.

¡Idiota!

—¿Dónde coño estás Erika?, papá está furioso y David ha pasado toda la noche enloquecido, no sabes la que hay liada aquí por tu culpa y todo lo que he tenido que inventar, joder tía, que siempre me la montas...

Mi hermana me regañaba como si yo no tuviera suficiente ya.

La mañana prometía.

—No sé ni donde estoy, ni cómo llegué hasta aquí ni cómo voy a salir de este marrón, ¡Ayúdame,por favor!

No tenía tiempo de explicar nada, sobre todo cuando no podía ni explicármelo a mí misma.

Solo me miraba desnuda, totalmente perdida en aquel lugar y sin saber cómo y con qué ropa saldría de allí.

—Dice Alex que ya localizó tu móvil y va para allá, tú te vienes cagando leches, que le dije a papá que dormiste en el hotel de Sammy —sonreí por las hermanas que tenía y asentí obediente, como si ella pudiera verme —el francés está en camino tía, tienes quince minutos para estar lista y ni siquiera sé donde estás.

—Deja que te cuente Sarita, ahora sí la he cagado pero en grande...

Cuando colgué, me fuí hasta el baño y detrás de la puerta encontré un albornoz, lo tomé, me lo puse y empecé a buscar desesperada por las gavetas de allí, una bolsa para llevarme mis cosas rotas pero no podía dejar evidencia de que Erika Montalvan había dormido en aquel sitio en paradero desconocido para mí. Me tenía que largar de allí con su olor impregnado en mi piel porque no había tiempo para bañarme. Ya lo haría en mi casa, si llegaba. Y si mi padre no descubría lo que había hecho antes de entrar a mi cuarto de baño.

Esta noche me había corona'o. Mi papá estaría furioso si pudiera verme.

Era un poderoso narcotraficante que me había metido de cabeza a su mundo al que ya me había adaptado a sobrevivir y gobernar. Hasta que ahora, cuando estaba a punto de casarme con uno de sus socios, se le metía en la cabeza aliarse con un puto francés con ínfulas de poder, y que me irritaba incluso sin conocerlo. Sabía que mi padre estaba detrás de un convicto que incluso desde la cárcel le estaba tocando las narices y muy bien, y que para identificarlo necesitaba su apoyo pero es que yo me bastaba solita para averiguar quien coño era aquel tipo, y tener a un extranjero a mis espaldas no me hacía ni puta gracia. Yo sería suficientemente capaz de llegar hasta el convicto sin ayuda de nadie. Pero papá, no lo veía así.

Pensando en todo aquello iba, dentro del coche de Alex, el guardaespaldas de mi hermana Sara, con solo un albornoz puesto y sin imaginar todo lo que sucedería en mi mente en los siguientes minutos, cuando veo que se abre el portón para entrar a nuestro rancho y nos detuvimos justo al lado de un coche que no era de la familia, en el que iba un alguien, con la ventanilla baja y una mano apoyada en ella, mostrando un reloj antiguo que me catapultó de inmediato a los recuerdos de la noche anterior...

...Estaba en uno de esos días, en los que todo el mundo que te rodea, se siente denso y engorroso.

De esos días en los que lo común, parecía un maldito infierno. Donde lo habitual sabía a demasiado más de lo mismo,y donde los demás... aquellos que siempre habían sido los pilares de tu historia,parecían putos pacman intentado devorarse tu vida.

¡Asfixia!... Eso era lo que sentía mientras valoraba si debía avanzar hacia aquel hombre, que me miraba con hambre atroz y juramentos de sexo desenfrenado. Aquel tipo que podía ser mi manera de descompresionar y luego seguir con mi vida como correspondía, sin que nadie nunca supiera de mi desliz. Que no era más, que un respiro. Un frenazo en la intensidad de mi vida, una bocanada de libertad y un episodio de frenesí aislado, entre los brazos del típico guaperas que al siguiente día no se acordaría de la última follada que tuvo, ni sabría con quién la había tenido. Él estaría agradecido de no encontrarme a su lado y tener que echarme, yo regresaría al mismo camino de siempre... El mundo negro al que pertenecía.

Aquel tío, de ojos oscuros, boca entreabierta muy mordisqueable, de labios rojos,barba fina jodidamente sexy, y traje caro carísimo, era el perfecto para darme aquel soplido de sexo salvaje que consiguiera hacerme olvidar quién era, y qué estaba haciendo en aquella fiesta en la que él, era el mayor o único atractivo.

Yo pedía mi bebida sentada en un taburete de la barra, con las piernas cruzadas un muslo sobre el otro, perfectamente acomodada para darle la perfecta vista de lo que pretendía ofrecerle, mientras él sonreía de costado sobre el borde de su trago de whisky seco, dejando solo a la vista un excelente reloj antiguo que resplandecía en su viril muñeca.

Cuando un hombre como ese te mira, te saborea con su lengua en el borde de un vaso y te regala un guiño descarado, no puedes pensar en nada más que la sensibilidad aumentando entre tus piernas, la posibilidad inminente de ser devorada por alguien de un aparente nivel sexual demencial, cosa que se podía imaginar fácilmente, y en ignorar las posibles consecuencias desastrosas que tu cerebro te grita que tendrá el dejarte llevar por él, y que de seguro ignorarás porque no querrás negarte una experiencia como esa; pero yo sin embargo, no podía dejar de encontrar algún tipo de familiaridad en aquel reloj de antaño, perfectamente cuidado y que dado mi conocimiento en joyas antiguas, me seducía casi tanto como él. Muy a pesar de los latidos acelerados de mi corazón, que indicaban que me lanzaría en picado al volcán que se adivinaba sería en la cama. O en el suelo, o contra una pared o sobre las jodidas nubes a las que sabía que me llevaría, porque solo de mirarlo ya sentía que las tocaba.

Llevábamos un rato jugando a las miradas furtivas y ya me sentía al límite de mi paciencia para fingir. Quería romper mis cadenas y lanzarme a aquella piscina de clavado.

Y entonces... metáforas aparte, lo ví mirar la hora en aquel reloj que tanto me llamaba la atención y entendí que tal vez, solo tal vez, me estaba enviando alguna especie de mensaje.

Aquella mirada oscura me exigía que me decidiera de una vez, pues ya ambos habíamos interpretado perfectamente la disposición del otro a darse un revolcón...

Mi flasback inesperado de la no he anterior se vió interrumpido cuando el hombre del coche a mi lado se inclinó sobre su ventanilla y me miró directamente a los ojos, llevando su muñeca doblada frente a su pecho para decirme desde su asiento y señalando con pequeños toques de uno de sus dedos las manecillas de aquel reloj peculiar que me recordaba algo que aún no sabía identificar, la frase que inició la locura en la que se convirtió mi vida a partir de él:

—Llega tarde señorita Montalvan...

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