Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Novia del Señor Millonario
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Una esposa para mi hermano
Mi esposo millonario: Felices para siempre
La heredera fantasma: renacer en la sombra
No me dejes, mi pareja
Ónix estaba en el bar, bebía un trago de whisky, aquella mujer lo miraba coqueta, mostrando su escote sensual, atrayéndolo a ella. La miró un segundo, fue suficiente para saber la clase de mujer que era, rubia y con unos fríos ojos azules como la porcelana. No le gustaba, sabía que ella no era de fiar, pero para él nadie era confiable.
La escuchó soberbia hablar al mesero, un pobre chico de algunos veinte años, de aspecto humilde y apariencia fea. El jovencito estaba deslumbrado por la belleza de esa rubia. Cuando ella maldijo, decidió acercarse e invitarle a ir con él. Ella aceptó en un instante. La llevó a su carro y pronto llegaron a un hotel.
Comenzaron a hacer lo único que una mujer como ella podría darle; sexo. Era placentero, sí, un desfogue para su atormentada alma. La escuchó gemir, gritar y jadear. Cuando estuvo a punto de terminar sujetó su cabello con fuerza, la miró bien, pero el rostro de esa mujer ya no le era desconocido, se había transformado, ahora sus rasgos eran como los de aquella dulce chica que alguna vez le rompió el corazón
—Dime que valió la pena, ¿Valió la pena, rusa, ganaste algo con tu traición? —los ojos de Ónix estaban centellantes de odio, la chica no entendía sus palabras, y el agarre era tan fuerte que la lastimaba.
Ónix volvió a la realidad, salió de adentro de la chica y se fue al baño. Se dio un duchazo, cuando escuchó a la mujer entrar, salió de prisa.
Unos minutos después ella lo alcanzó.
—Ya te puedes ir. —dijo Ónix
—Oye, no puedes tratarme así —dijo furiosa