Juanita La Larga
ba aún restos de su antigua belleza, que había sido notable cuando ella tenía veinte a?os; pero como entonces era muy pobre y no había d
ertido, se enamoró de Juana y logró enamorarla. No se sabe si le dio palabra de casamiento o no se la dio; pero lo cierto es que el bueno del oficial tuvo
bautismal el mismo nombre que a su madre. El vulgo a?adió después al nombre el mismo epíteto, por dond
ra sido en aquel lugar, donde todo se sabía, el más inútil de los disimulos. Juana crió, pues, a sus pechos
ese hija de Juana, a la cual no faltaron tampoco defensores, ya razonables, ya fervorosos, que alababan el cari?o y la devoción maternal de la madre a la hija, y que cuando eran algo maldicientes no dejaban de comparar a Juana con otras que pasaban por honradísimas
ta no era sólo por herencia; sin
sus bríos. Cuando andaba tenía un aire marcial, al par que gracioso; corría como un gamo; tiraba pedradas con tanto tino que mataba los gorriones, y de un brinco se plantaba sobre el lomo del mulo más resabiado o del potro más cerril. Y no a horcajadas, porque esto no lo consent
ue su madre no había alcanzado aún la extraordinaria reputación de que de
a bordar primorosamente; y el maestro de escuela, que le tomó much
nde auxilio a su madre, que hasta mucho más t
llo e iba por agua a la milagrosa fuente del ejido, cuyo ca?o vertía un chorro tan grueso como el brazo de un hombre robusto, siendo tal la abundancia del agua, que con
ificándola de muy vinagreta y de muy triguera. Quería significar con esto que el arriero que compraba en Villalegre vinagre de yema, por lo común muy fuerte, llenaba sólo dos tercios de la cavidad de la corambre, y la acababa de llenar por la ma?ana
o, que valiéndose de una escoba de palma enana, se rociase con ella el trigo que se iba a vender, dejándolo expuesto al sol para que se secase. As
de los transeúntes, adonde iban las mujeres a lavar la ropa, remangadas las enaguas hasta los muslos y metidas en el agua hasta la rodilla, como por allí es uso, aun en el rigor del invierno. Frondosos y gigantescos álamos negros y pinos y mimbreras circundan la fuente y hacen aquel sitio umbrío y deleitoso. Al pie de los mejores árboles hay poyos hechos de piedra y de barro y cu
ién al lado y dentro del albercón, y a poca distancia de él, donde hay un vallado o seto vivo de zarzamoras, granados y madreselvas, que limita y defiende las huertas, y sobre el cual seto se pone a secar la ropa lavada, se extiend