Juanita La Larga
abía, culminando y resplandeciendo por su edad, por su belleza y por su aristocrática posición, como el sol en el meridiano. Hacía ya diez a?os que ella había logrado cautivar la voluntad del
otro, de magníficas columnas de piedra berroque?a, estriadas y con capiteles corintios. Sobre la puerta estaba el escudo de armas, de piedra también, donde figuraban leones y perros, calderas, ba
dinero; pero yo las supongo hablillas calumniosas, porque él vivía como si nada debiese. Le servían muchos criados, constantes unos y entrantes y salientes otros;
, sino, en apartados recintos, venados y corzos traídos vivos de Sierra Morena, y por último, amarrado a fuerte cadena de hierro,
ía con lujo y elegancia no comunes en los lugares; sustentaba canarios, loros y cotorras; era golosísima y delicada de paladar, y los mejores platos de car
es, ya en distantes monterías, ya en las ferias más concurridas de los cuatro reinos andaluces, do?a I
teo; cantaba como una calandria, tanto las melancólicas playeras como el regocijado fandango. Su memoria era rico arsenal o archivo d
ar que no se oyen. El propio don Alvaro no era nada mirado en el hablar, ni menos aún lo eran las personas que le rodeaban. Valga para ejemplo cierto mozo, de unos quince a?os de edad, hijo del aperador y favorito de don Alvaro, que este tenía siempre
unciar con la mayor perfección cierto vocablo de tres sílabas en que hay una aspiración muy
a lo dice claro! ?El s
lbricias un doblón de a cuatro duros, después que el ni?o dijo delante de él la palabreja y
guillas y labradoras de la población estaban muy por bajo
il picardías. Pero ?quién en este mundo está libre de una mala lengua y de un testigo falso? ?Cómo la gente grosera de un lugar ha de comprender la amistad refinada y platónica de dos espíritus selectos? El se?or cura párroco era de los pocos que verdader
icas, en sus conversaciones particulares y en los sermones, que predicaba con frecuencia porque era excelente predicador, clamaba mucho contra la falta de religión y contra la impiedad que va cundiend
as virtudes del prudente disimulo para no dar escándalos, de la santa conformidad con la voluntad de Dios y de la longanimidad benigna para perdonar las ofensas. Bien sabía toda la gente del lugar los malos pasos en que don Alvaro Roldán solía andar metido. A menudo, sobre todo en las ferias, jugaba al monte y hast
más villanas inclinaciones, y en una o en otra de sus dos magníficas caserías alojaba con mal disimulado recato a al
ón. El padre Anselmo no ignoraba sus extravíos, contribuyendo est
afligía no poco; pero como do?a Inés tenía muy presentes los mandamientos de la Ley de Dios y los observaba con exactitud rigurosa, nunca
raleza era entendido, estaba, además, tan ayudado y tan ilustrado con la gracia de Dios, que comprendía como nadie el valor y las excelencias de do?a Inés, y era muy digno de su trato familiar, teniendo con