El narrador:
En la provincia
Abril, una joven de 18 años recién cumplidos, observaba el paisaje montañoso y exuberante de La Puerta, lugar donde nació y reside junto a su madre. Ella, estaba sentada junto a esta, en un autobús destartalado que las traía de regreso a su destino.
Su progenitora la miraba de reojo y recordaba que, al salir de la consulta con el urólogo, este le había pedido a su hija que le concediera unos minutos, lo cual ella había hecho. No obstante, al salir del consultorio unos minutos después, no comentó nada, pese a que su hija era muy comunicativa.
«¿Qué le habrá dicho el médico? ¿Por qué no me ha querido contar lo que hablaron?», se preguntaba ella, sin quitar la mirada de su hija, que no le devolvía la cara.
«¿Será que estoy peor? ¿Me iré a morir pronto? Dios mío, protege a mi hija, sabes que no tiene familia cercana que le ayude», reflexionó.
Entretanto, Abril seguía observando los valles, ríos y montañas que podía divisar desde esta carretera, recordando sus primeros años de vida. Ella nació y creció en esta provincia de La Puerta, donde incluso comenzó su carrera de Recursos Humanos en la universidad pública.
«Siempre me ha llamado la atención la gran belleza de mi pueblo, mi ciudad, es única», analizó, estremeciéndose al sentir el clima fresco y agradable, ideal para actividades al aire libre.
-¡Valparaíso! ¡La Puerta! -Vociferaban las personas que recorrían a pie el terminal de autobuses de la ciudad, donde entraba el bus en ese momento.
Una vez que el autobús se detuvo, todos los pasajeros, hablando entre ellos, bajaban del mismo, haciendo demasiado ruido, lo que molestaba a la madre de Abril, quien sentía un fuerte dolor de cabeza.
-¿Cómo te sientes, mamá? -Interrogó la bella joven preocupada por su madre.
-¡Pues bien! Un poco cansada, mija. Aunque, con un fuerte dolor de cabeza -respondió en su dialecto, propio del lugar.
-¡Lo siento, mami! -Comentó su hija- ¡Gracias al Creador que ya llegamos! ¡Vamos! -Animó.
»Madre, cuando llegues a casa te acuestas y descansas un rato.
(***)
Abril, al revisar su bolsa, contó el dinero que llevaba y buscó otro autobús para volver a casa. Cuando llegaron a su residencia, su madre, ya en la cama, le preguntó con susto...
-¿Qué te ha dicho el médico? ¿Por qué no hablas conmigo? -Exigió ella, asustada y temblorosa, quebrándose la voz.
-¡Me propuso un trato para operarte! -Mencionó su hija, por fin, soltando una bocanada de aire.
»Según me comentó el doctor, su sobrina tiene problemas para tener hijos. Así, que me propuso alquilar mi vientre. Obvio, siempre y cuando esté apta para ello. Él, cubrirá todos los gastos de tu operación e incluso buscará al donante de riñón», confesó la joven, sin mirar a su madre.
-¡No, no lo voy a permitir! Que arriesgues tu juventud, tu carrera, tu vida por la mía, no es justo. ¡Qué asco de médico! -Pronunció la madre de Abril, con tristeza.
-¡Mamá! ¡No entiendes! ¿De dónde voy a sacar tanto dinero para tu cirugía y para conseguir un riñón? Me ofreció cubrir todos los gastos, incluidos los que surjan después de la operación -aclaró ella, tomando de la mano a su madre.
»¡No me importa, mamita, arriesgar mi carrera! Lo que sea necesario para que sigas viva a mi lado, lo haré. Sobre todo, para que tengas calidad de vida -aseguró la hija.
-¡A mí, sí me importa! -Declaró su madre- ¡Es una barbaridad! ¡No estoy de acuerdo con esa negociación! -Añadió Jenny Rodríguez, enfadada con su hija.
-En todo caso, le pedí unos días para pensar. Voy a hablar con el padrecito, Juan -confesó ella.
-¡Me parece perfecto! Es quien mejor te puede asesorar -aseguró su madre.
Al día siguiente
Abril:
-¡Padre, necesito hablar con usted! -Solicité, al abrir la puerta de la sacristía, donde se encontraba él, leyendo la Biblia.