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Capítulo 1 La curiosidad mató al gato

Llegar a Buenos Aires fue como caer en un sueño raro, todo era enorme, rápido y ruidoso, nada que ver con Mendoza, donde la vida se sentía más tranquila, como si el tiempo se tomará un respiro entre cada cosa.

Me mude con un solo propósito: construir mi propia independencia, empezar de cero en una ciudad que no conozco pero que me llama como si tuviera algo grande guardado para mí.

Mi primer paso importante fue el trabajo que conseguí en Duvall & Asociados, una agencia de publicidad bien, de esas que todo mundo menciona con respeto. Todavía no me la creía del todo, y aunque estaba emocionada, también traía un nudo en el estómago que no se me quitaba por más que intentara calmarme.

Vivía con Sebastián Méndez, mi mejor amigo desde que éramos pequeños, él es modelo, de esos que con una sonrisa te convencen de lo que sea, siempre ha sido como mi hermano mayor, alguien que me cuida sin importar qué tanto me equivoque.

Cuando llegué al departamento que ahora compartimos, me recibió con los brazos abiertos y una botella de vino tinto, listo para festejar mi llegada como si fuera el evento del año.

El depa es pequeño pero bonito, con paredes blancas y una ventana grande en el salón que deja ver las luces de la ciudad, me encanta esa vista, me hace sentir que estoy en el lugar correcto.

-Oye, deberíamos salir a un bar esta noche -me dijo Sebas mientras desempacábamos unas cajas en el suelo del salón, estaba sentado entre un montón de cosas mías: libros, ropa, hasta una lámpara vieja.

-No creo que sea buena idea salir justo antes de mi primer día -le contesté, acomodando unos libros en una repisa que apenas habíamos armado- no quiero llegar toda cruda o con cara de zombie.

-Ándale, Valeria -insistió, recargándose en una caja con esa sonrisa suya que siempre me hace dudar- no te estoy diciendo que nos pongamos hasta las chanclas, solo un par de copas, algo tranqui, hay un lugar aquí cerca, regresamos temprano y ya.

Lo miré de reojo, Sebastián era imposible de ignorar: alto, delgado, con el cuerpo bien trabajado, con el pelo oscuro que siempre se le alborota un poco y unos ojos verdes que parecen sacados de una película, pero para mí, es solo Sebas, el amigo que me vio llorar como Magdalena cuando terminé con mi ex y que todavía seguía aquí, a mi lado, como si nada.

-No sé, Sebas -dije, todavía dudando- apenas estoy aterrizando en esta ciudad, y quiero estar al cien para mañana.

-Órale, tú ganas -respondió, levantando las manos como si se rindiera- pero mañana después del trabajo, sí le entramos al festejo, ¿eh? Si todo sale bien, claro.

-Va, eso sí me late más -dije, sonriendo- si logro sobrevivir al día, entonces sí hay que celebrarlo.

-Perfecto. Mañana hago algo especial para la cena -dijo, guiñandome un ojo mientras se levantaba del suelo.

-¿Tú cocinando? -pregunté, alzando una ceja, Sebas tenía muchas cualidades, pero la cocina no era una de ellas, una vez intentó hacerme unos tacos en Mendoza y terminamos pidiendo pizza porque quemó la carne.

-Claro, voy a estrenar esa chulada de cocina -respondió, señalando la cocina del depa, que es pequeña pero moderna, con una barra de granito que parece sacada de una revista- ahí no hay forma de que salga mal.

-Humm... -dije, no muy convencida, pero le sonreí y no quise discutir más, ya veríamos qué tan bien le iba con su plan.

Esa noche, después de desempacar lo básico, me senté en mi cama con mi agenda en las manos, quería revisar todo una última vez antes de dormir. Tenía apuntado el nombre de mi nuevo jefe, Martín Gallardo, el director creativo de la agencia, chequé mi ropa -un pantalón negro y una blusa blanca sencilla pero elegante- mi bolsa con los papeles que necesitaba y hasta el mapa del metro, por si las dudas.

Vi que la empresa se llamaba Duvall & Asociados, y pensé que "Duvall" sería el dueño o algo por el estilo, pero no le di más importancia, estaba tan enfocada en lo que venía que no me fijé en nada más.

Me recosté en la cama, mirando el techo del cuarto, el ruido de la ciudad se colaba por la ventana, era un zumbido constante de carros y voces que no paraba nunca, cerré los ojos y respiré profundo, mañana iba a ser mi primer día, mi gran comienzo, no sabía qué esperar, pero estaba lista para lo que viniera.

A la mañana siguiente, me desperté antes de que sonara la alarma, no sé si fue por los nervios o porque el colchón nuevo todavía se sentía raro, pero no pude quedarme en la cama ni un minuto más, me levanté, me puse unos jeans, una sudadera y mis tenis favoritos, y decidí salir a caminar un rato antes de arreglarme para el trabajo, quería conocer un poco la ciudad, sentirla con calma antes de que todo se pusiera loco.

Buenos Aires me pegó desde el primer paso, los edificios eran tan altos que parecía que tocaban el cielo, y las calles estaban llenas de gente que iba y venía como si tuvieran prisa por vivir.

Me compré un café en una cafetería cerca del depa, después empecé a caminar sin rumbo fijo, solo para ver cómo latía este lugar.

Mientras iba por las banquetas, me perdí en mis pensamientos, me acordé de Mendoza, de las tardes tranquilas en el patio de mi casa, tomando mate, pensé en mis hermanos, que seguro estaban ocupados con sus cosas, y en mis amigos, que me habían despedido con abrazos y promesas de venir a visitarme.

Dejar todo eso había sido duro, pero también me emocionaba estar aquí, en una ciudad tan viva, tan diferente, sí, traía nervios, pero también una esperanza que me calentaba el pecho.

Pasé por una plaza chiquita con una fuente en el centro, había palomas por todos lados, y un señor les echaba migajas de pan desde un banco, me detuve un segundo a mirar, era un día bonito, de esos que te hacen pensar que todo va a salir bien.

De pronto, mientras iba por una calle, escuché un frenazo fuerte, levanté la vista y vi un carro de lujo, negro y brillante, detenerse en seco justo enfrente de mí.

Me quedé parada como estatua, sin saber si cruzar o esperar, antes de que pudiera decidir, una mujer se bajó del carro con prisa, tenía el pelo rubio despeinado, gritaba algo, pero no alcanzaba a entender qué, porque el ruido de la calle perdía sus palabras.

Intenté hacerme a un lado, no quería meterme en broncas ajenas, pero entonces la puerta del copiloto se abrió de golpe y un hombre bajó con una expresión que me heló la sangre.

Era alto, con un traje negro que le quedaba perfecto, su pelo era oscuro, peinado para atrás, y sus ojos... esos ojos azules juro que eran tan fríos como el hielo, se veía dominante, como alguien que mandaba y punto, sin que nadie le dijera qué hacer.

Me quedé pasmada, con el café todavía en la mano, viéndolo sin querer, la mujer se le acercó furiosa y levantó la mano para darle una cachetada, pero él la agarró de la muñeca antes de que lo tocara.

No parecía enojado, más bien controlado, como si estuviera acostumbrado a lidiar con esas cosas, pero había algo en su cara, una intensidad que me ponía los pelos de punta.

Quise moverme, irme de ahí, pero mis pies no me hicieron caso, estaba tan clavada en la escena que no me di cuenta de que pisé una botella de vidrio vacía que alguien había dejado en la banqueta. El "crac" resonó, y el hombre volteó hacia mí de golpe, nuestras miradas se cruzaron, y sentí como si me hubiera atrapado con esos ojos helados.

Me dio una pena horrible haber visto algo tan personal, intenté bajar la vista, fingir que no pasaba nada, pero antes de que pudiera escaparme, él empezó a caminar hacia mí, mi corazón se puso a latir como loco, y el café en mi mano tembló un poco, no tenía idea de qué iba a pasar, pero no me gustaba la idea de que un tipo así de intimidante viniera directo a mí.

El hombre se paró frente a mí, a unos pasos, y me miró de arriba abajo como si me estuviera estudiando, fue como si el aire se hiciera más pesado con él cerca.

-¿Te gustó el show? -me preguntó con una voz fría, casi burlona, como si yo fuera una niña que se había quedado viendo un chiste malo.

Me puse roja, pero no de vergüenza, sino de coraje. ¿Quién se creía este tipo para hablarme así? Levanté la cara y, sin pensarlo mucho, le contesté:

-Pues si hubiera sabido que iba a haber función, habría traído pochoclos.

Por un segundo, pensé que se iba a enojar, sus ojos se achicaron un poquito, como si estuviera procesando lo que dije, pero luego, contra todo lo que esperaba, soltó una risa, de esas que no sabes si son de burla o por otra cosa.

No dijo nada más, me lanzó una mirada intensa, y luego se dio la vuelta, se subió al carro y se fue, la mujer, que todavía estaba en la banqueta, gritó algo más, pero él ni siquiera volteó.

Yo me quedé ahí parada, con el corazón en la garganta, sin saber ni qué pensar. ¿Quién era ese tipo? Sacudí la cabeza para despejarme, no tenía tiempo para eso, tenía que enfocarme en mi primer día de trabajo, no en un encuentro raro con un desconocido en la calle.

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