Justicia en El Infierno

Justicia en El Infierno

Gavin

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Capítulo

Mi nombre es Sofía Romero, y esta es la historia de mi muerte. El día que San Miguel cayó, el cielo no lloró, se rompió en un aullido silencioso. Mi pueblo no buscó respuestas en los cielos, me buscaron a mí. Me culparon de todo: la plaga, la sequía, la invasión bárbara que nos destruyó. En la plaza pública, ante los ojos de todos, mi propio hermano, el Príncipe Carlos, y mi prometido, Diego Mendoza, me sentenciaron. No bastó con matarme. Para apaciguar a la multitud, me desollaron viva. Sentí el frío del acero separando la piel de mis músculos, escuché los gritos, una mezcla de horror y alivio. Con mis huesos, construyeron la Lámpara de las Almas; con mi piel, faroles. Ahora estoy aquí, en el inframundo, un lugar gris y sin fin. Mi alma, un retazo, es arrastrada ante el Juez. Las almas de mi pueblo susurran y me señalan. "¡Castigo eterno para la traidora!" "¡Que arda para siempre!" Los gritos más fuertes vienen de Carlos y Diego. "Hermana, si es que alguna vez puedo llamarte así, nos traicionaste a todos," me dice Carlos, su rostro lleno de odio. "Cada vida perdida pesa sobre tu conciencia, Sofía," añade Diego, "tu castigo apenas comienza." Pero el Juez del Inframundo golpea su mazo. "El Espejo del Pasado revelará la verdad," su voz retumba. Un espejo de plata líquida aparece. Muestra el palacio de San Miguel, hace muchos años. Una niña flaca, yo, volviendo a casa con mi hermano. "Sofía, mi pequeña hermana, te encontré," dice Carlos, abrazándome, "Nunca más dejaré que nada te pase, te protegeré siempre." ¿Protección? ¡Qué fácil es hablar de protección cuando eres el verdugo! En la siguiente imagen, una trampa de la supuesta "dulce" Aurora Vargas, a quien Diego defendió, me obliga a humillarme ante el Príncipe Bárbaro. ¿Valió la paz lograda con tanta humillación? La verdad es un veneno que todos temen. Pero yo no, yo la mostraré.

Introducción

Mi nombre es Sofía Romero, y esta es la historia de mi muerte.

El día que San Miguel cayó, el cielo no lloró, se rompió en un aullido silencioso.

Mi pueblo no buscó respuestas en los cielos, me buscaron a mí.

Me culparon de todo: la plaga, la sequía, la invasión bárbara que nos destruyó.

En la plaza pública, ante los ojos de todos, mi propio hermano, el Príncipe Carlos, y mi prometido, Diego Mendoza, me sentenciaron.

No bastó con matarme.

Para apaciguar a la multitud, me desollaron viva. Sentí el frío del acero separando la piel de mis músculos, escuché los gritos, una mezcla de horror y alivio.

Con mis huesos, construyeron la Lámpara de las Almas; con mi piel, faroles.

Ahora estoy aquí, en el inframundo, un lugar gris y sin fin.

Mi alma, un retazo, es arrastrada ante el Juez. Las almas de mi pueblo susurran y me señalan.

"¡Castigo eterno para la traidora!"

"¡Que arda para siempre!"

Los gritos más fuertes vienen de Carlos y Diego.

"Hermana, si es que alguna vez puedo llamarte así, nos traicionaste a todos," me dice Carlos, su rostro lleno de odio.

"Cada vida perdida pesa sobre tu conciencia, Sofía," añade Diego, "tu castigo apenas comienza."

Pero el Juez del Inframundo golpea su mazo.

"El Espejo del Pasado revelará la verdad," su voz retumba.

Un espejo de plata líquida aparece. Muestra el palacio de San Miguel, hace muchos años. Una niña flaca, yo, volviendo a casa con mi hermano.

"Sofía, mi pequeña hermana, te encontré," dice Carlos, abrazándome, "Nunca más dejaré que nada te pase, te protegeré siempre."

¿Protección? ¡Qué fácil es hablar de protección cuando eres el verdugo!

En la siguiente imagen, una trampa de la supuesta "dulce" Aurora Vargas, a quien Diego defendió, me obliga a humillarme ante el Príncipe Bárbaro. ¿Valió la paz lograda con tanta humillación?

La verdad es un veneno que todos temen. Pero yo no, yo la mostraré.

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El aroma a cilantro y la risa de Javier llenaban "El Sazón del Alma", nuestro sueño, nuestra vida. Éramos los chefs del momento en la Ciudad de México, nuestro amor, el ingrediente secreto. Pero una noche, una llamada helada lo cambió todo: Javier, accidente grave, Hospital Central. Corrí, cada semáforo en rojo era una tortura, cada minuto una eternidad. Al llegar, mi corazón se detuvo: Javier en la cama y, a su lado, Valentina Díaz, mi eterna rival, aferrada a su mano con asquerosa familiaridad. "Cuidando a mi prometido, ¿tú qué crees?". Ella sonrió, viperina. "Javier, ella es Sofía, una empleada obsesionada. Sácala, me duele la cabeza". Javier me miró con fastidio: "No sé quién eres, ¡lárgate!". Fui arrastrada del hospital, humillada, rota. Valentina, susurró: "Él es mío, y el restaurante también. Te quedarás sin nada". Los días siguientes fueron un infierno: me quitaron todo, me dejaron en la calle. Pero en la oscuridad, una pequeña luz: estaba embarazada. Un pedacito de Javier y mío. Con la prueba en mano, lo busqué para compartirle la noticia, pero él, aún bajo el hechizo de Valentina, me empujó, negando a nuestro hijo. Días después, un coche me atropelló. Desperté en el hospital, y el doctor me dio la noticia: "Perdiste al bebé". El mundo se desmoronó. Esa noche, el destino me reveló la cruel verdad: Valentina, en una llamada telefónica, confesó que todo era un plan, que la amnesia de Javier era temporal, que me había robado a mi esposo, mi restaurante y, ahora, a mi hijo. No había lágrimas, solo una calma helada. Dejé una nota a mi madre y me fui, sin mirar atrás. En la soledad de un pueblo costero, sanaba, o eso creía, hasta que Javier apareció, buscando llevarme de vuelta a una macabra farsa para "salvar" a Valentina. No entendía cuándo se había convertido en su títere. Cuando se fue, el doctor Ricardo me reveló la verdad: Valentina planeaba extirparme el corazón, literalmente. Fui secuestrada, atada a una silla, mientras mi sangre fluía en lo que creí era un trasplante para ella, y Javier... Javier la miraba con amor, ajeno a mi tormento. Al salir, Javier me ofreció dinero, humillándome. Rechacé sus sucias monedas y le juré que no me pisotearían más. Su boda era inminente. Intenté luchar, pero él, ciego, se puso de lado de Valentina, enviándome al "Pozo de las Lamentaciones", una prisión de torturas. Allí, padecí el silencio, la vanidad, el frío, la soledad y el arrepentimiento. Luego, él apareció de nuevo, llevándome a su mansión, una jaula dorada. Y escuché la verdad: Valentina necesitaba un trasplante, ¡y querían mi corazón! Me desmayé. Al despertar, era el día de su boda. Destrocé cada foto de nuestro pasado y arrojé nuestro dije del sol. Sofía Rojas, la enamorada, moriría ese día. No dormiría. A medianoche, Javier entró, susurró promesas vacías, un beso de Judas en mi frente. Me fui, dejándolos en el altar, caminé hacia el Puente del Olvido, bebí el Agua del Leteo. Me arrojé al río, un paso hacia la libertad. El mundo se desvaneció. Para él, yo ya no existía. En su desesperación, Javier corrió al río, pero era tarde. La guardiana le reveló: "La mujer que buscas ya no existe, te ha olvidado para siempre". El golpe lo destrozó. Quiso seguirme, pero no lo dejaron. Valentina llegó, furiosa por ser abandonada en el altar, y la guardiana, revelada como una deidad, la desenmascaró: era una traidora cósmica. El odio de Javier explotó al ver las visiones de su engaño, cada cruel manipulación. La justicia divina actuó: Valentina fue borrada de la existencia. Javier, sentenciado a cien vidas de sufrimiento, a perder su amor una y otra vez. Y yo, la Señora de los Soles, renacida y sin recuerdos, fui designada para supervisar su castigo.

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