Jaula de Oro, Alma Rota

Jaula de Oro, Alma Rota

Gavin

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Capítulo

Por cinco años, la mansión Vargas fue mi jaula de oro, y Alejandro, mi cruel carcelero. Me sometía a humillaciones diarias, excusándose en una supuesta "aversión" física hacia mí. La última tortura: arrodillarme sobre sal gruesa por una mota de polvo, mientras él murmuraba que la disciplina purificaba mi alma. Aceptaba su mentira, creyendo que su rechazo era una extraña enfermedad y que mi paciencia lo curaría. Pero una noche, un contacto accidental con su brazo desató su furia y sus gritos: "¡Estás sucia! ¡No me toques!" Horas después, en la soledad de mi habitación, la tablet reveló la verdad: "La Joya Oculta de los Vargas" era yo, subastada. "Se subasta: La primera noche con Sofía Romero de Vargas. Pureza certificada." Mi mundo se desmoronó, la humillación insoportable. Luego sonó mi teléfono, era Regina Castro, la amante de Alejandro, confirmando el engaño con una voz venenosa: "¿De verdad creíste lo de su 'enfermedad'? Tu virginidad es solo un trofeo." Los cinco años de mentira se hicieron añicos, dejándome vacía y rota. Caí al suelo, sollozando, con el dolor físico superado por la traición. En mi desesperación, recordé las palabras de Doña Elena, la abuela de Alejandro, el día de mi boda: "Si este muchacho te hace daño, llámame. Yo arreglé esto y yo puedo deshacerlo." Con manos temblorosas, marqué el número que guardé por si acaso, una última esperanza. "Abuela", susurré, mi voz rota, "Soy yo, Sofía. Necesito su ayuda. Por favor."

Introducción

Por cinco años, la mansión Vargas fue mi jaula de oro, y Alejandro, mi cruel carcelero.

Me sometía a humillaciones diarias, excusándose en una supuesta "aversión" física hacia mí.

La última tortura: arrodillarme sobre sal gruesa por una mota de polvo, mientras él murmuraba que la disciplina purificaba mi alma.

Aceptaba su mentira, creyendo que su rechazo era una extraña enfermedad y que mi paciencia lo curaría.

Pero una noche, un contacto accidental con su brazo desató su furia y sus gritos: "¡Estás sucia! ¡No me toques!"

Horas después, en la soledad de mi habitación, la tablet reveló la verdad: "La Joya Oculta de los Vargas" era yo, subastada.

"Se subasta: La primera noche con Sofía Romero de Vargas. Pureza certificada."

Mi mundo se desmoronó, la humillación insoportable.

Luego sonó mi teléfono, era Regina Castro, la amante de Alejandro, confirmando el engaño con una voz venenosa: "¿De verdad creíste lo de su 'enfermedad'? Tu virginidad es solo un trofeo."

Los cinco años de mentira se hicieron añicos, dejándome vacía y rota.

Caí al suelo, sollozando, con el dolor físico superado por la traición.

En mi desesperación, recordé las palabras de Doña Elena, la abuela de Alejandro, el día de mi boda: "Si este muchacho te hace daño, llámame. Yo arreglé esto y yo puedo deshacerlo."

Con manos temblorosas, marqué el número que guardé por si acaso, una última esperanza.

"Abuela", susurré, mi voz rota, "Soy yo, Sofía. Necesito su ayuda. Por favor."

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