El Precio de un Reloj Roto

El Precio de un Reloj Roto

Gavin

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El teléfono sonaba en mi mano, y un escalofrío me recorría la espalda mientras mi esposa, Sofía, finalmente contestaba, su voz distante y fría. Pregunté por nuestro hijo, Miguelito, porque no lo encontré en la escuela; su maestra dijo que ella lo había recogido hacía horas. Hubo un silencio helado del otro lado de la línea. "Lo mandé a un lugar para que lo corrijan," soltó con frialdad,"ya no soportaba su mal comportamiento... rompió el reloj de Mateo." Mateo, su amigo de la infancia, el motivo por el que Sofía me había estado ignorando durante meses. Grité, perdiendo el control, "¿De qué hablas? ¡Es un niño de seis años! ¡Fue un accidente! ¡No puedes enviarlo a un 'lugar de corrección' por un reloj!" Ella me cortó, su voz dura como el acero: "No te lo voy a decir... Deja de molestarme, estoy con Mateo." Acto seguido, colgó, dejándome en un infierno de pánico y traición, la mujer que amaba, la madre de mi hijo, lo había desechado por un capricho. Corrí al coche, mis manos temblaban, llamando su teléfono una y otra vez, pero solo me enviaba al buzón de voz. De repente, mi teléfono vibró: "Colegio Disciplinario Sol Naciente". Y debajo, una frase que me destrozó el alma: "Felicidades, papá. Sofía está embarazada. Es una niña, y yo soy el padre. Atentamente, Mateo." El mundo se detuvo. La traición me aplastó, no solo me había engañado y desechado a nuestro hijo, sino que formaba una nueva familia con mi supuesto amigo. Llegué al "Colegio Disciplinario", un edificio gris y ominoso que parecía una prisión, empujé a un guardia, grité el nombre de mi hijo. Lo encontré en una habitación blanca, pálido, inmóvil, con cables pegados a su cabeza y espasmos violentos: estaba en coma, inducido por electroshocks. Caí de rodillas, el dolor me partía el corazón, acunando su manita fría, mi pequeño artista atrapado en la oscuridad. Mi suegro, el padre de Sofía, apareció, su rostro mostrando profunda preocupación. "Señor," mi voz era un susurro roto, "Quiero el divorcio. Y me llevaré a mi hijo. No permitiré que esa mujer se le vuelva a acercar. Nunca más."

Introducción

El teléfono sonaba en mi mano, y un escalofrío me recorría la espalda mientras mi esposa, Sofía, finalmente contestaba, su voz distante y fría.

Pregunté por nuestro hijo, Miguelito, porque no lo encontré en la escuela; su maestra dijo que ella lo había recogido hacía horas.

Hubo un silencio helado del otro lado de la línea.

"Lo mandé a un lugar para que lo corrijan," soltó con frialdad,"ya no soportaba su mal comportamiento... rompió el reloj de Mateo."

Mateo, su amigo de la infancia, el motivo por el que Sofía me había estado ignorando durante meses.

Grité, perdiendo el control, "¿De qué hablas? ¡Es un niño de seis años! ¡Fue un accidente! ¡No puedes enviarlo a un 'lugar de corrección' por un reloj!"

Ella me cortó, su voz dura como el acero: "No te lo voy a decir... Deja de molestarme, estoy con Mateo."

Acto seguido, colgó, dejándome en un infierno de pánico y traición, la mujer que amaba, la madre de mi hijo, lo había desechado por un capricho.

Corrí al coche, mis manos temblaban, llamando su teléfono una y otra vez, pero solo me enviaba al buzón de voz.

De repente, mi teléfono vibró: "Colegio Disciplinario Sol Naciente".

Y debajo, una frase que me destrozó el alma: "Felicidades, papá. Sofía está embarazada. Es una niña, y yo soy el padre. Atentamente, Mateo."

El mundo se detuvo.

La traición me aplastó, no solo me había engañado y desechado a nuestro hijo, sino que formaba una nueva familia con mi supuesto amigo.

Llegué al "Colegio Disciplinario", un edificio gris y ominoso que parecía una prisión, empujé a un guardia, grité el nombre de mi hijo.

Lo encontré en una habitación blanca, pálido, inmóvil, con cables pegados a su cabeza y espasmos violentos: estaba en coma, inducido por electroshocks.

Caí de rodillas, el dolor me partía el corazón, acunando su manita fría, mi pequeño artista atrapado en la oscuridad.

Mi suegro, el padre de Sofía, apareció, su rostro mostrando profunda preocupación.

"Señor," mi voz era un susurro roto, "Quiero el divorcio. Y me llevaré a mi hijo. No permitiré que esa mujer se le vuelva a acercar. Nunca más."

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