El Latido Final de Sofía

El Latido Final de Sofía

Gavin

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Capítulo

El chirrido del metal doblándose fue lo último que recordé antes de que el mundo se volviera un borrón de luces y dolor. Abrí los ojos para encontrarme atrapada en el coche, el cráneo palpitante y mi novio, Alejandro, el neurocirujano que amaba, llamando desesperado a mi "mejor amiga", Valeria. "Valeria, ¿estás bien? ¡Valeria!". Su voz, llena de una urgencia que nunca me había dado a mí, me atravesó más que cualquier cristal roto. Logré ver a Valeria, acurrucada, con un corte superficial en la frente, pero con sus ojos abiertos y una mirada de pánico perfectamente actuado. Cuando llegaron los paramédicos, Alejandro, en su arrogancia, apenas me echó un vistazo. "Sofía, solo son rasguños, estás bien, no te muevas mucho". Luego se arrodilló junto a Valeria. "Ella es la que está grave", les dijo a los paramédicos con voz autoritaria. "Miren la herida, podría tener una fractura de cráneo, una hemorragia. Necesita cirugía cerebral urgente, ¡yo la operaré!". Mientras me desangraba, mi cabeza golpeada, con una hemorragia cerebral que él se negó a ver, y el secreto de nuestro bebé latiendo en mi vientre, Alejandro se la llevó al quirófano prioritariamente. Fallecí sola, abandonada, mientras él operaba a Valeria por una herida inexistente. Convertida en un fantasma, fui testigo de su engaño: Valeria no tenía nada, pero la mentira de mi "traición" y de un hijo que no era suyo cegó a Alejandro, forzando un recuerdo deformado de mí. Su luto se convirtió en una grotesca negación, llenando una habitación de bebé para una inocente que él mismo había dejado morir. Mi madre, destrozada, no se rindió. Luchó incansablemente hasta que una cámara de seguridad reveló la verdad: Valeria simuló su herida y provocó el accidente. Alejandro, enfrentado por fin a la brutal realidad, a su propia ceguera y negligencia, vio desmoronarse su mundo. Perdió su licencia, su reputación y la mujer que amaba. Valeria fue condenada, pero la verdadera sentencia recayó en Alejandro: una vida de culpa, remordimiento y el fantasma de un futuro que él destruyó. Después de todo, la verdad, por devastadora que sea, siempre sale a la luz.

Introducción

El chirrido del metal doblándose fue lo último que recordé antes de que el mundo se volviera un borrón de luces y dolor.

Abrí los ojos para encontrarme atrapada en el coche, el cráneo palpitante y mi novio, Alejandro, el neurocirujano que amaba, llamando desesperado a mi "mejor amiga", Valeria.

"Valeria, ¿estás bien? ¡Valeria!".

Su voz, llena de una urgencia que nunca me había dado a mí, me atravesó más que cualquier cristal roto.

Logré ver a Valeria, acurrucada, con un corte superficial en la frente, pero con sus ojos abiertos y una mirada de pánico perfectamente actuado.

Cuando llegaron los paramédicos, Alejandro, en su arrogancia, apenas me echó un vistazo.

"Sofía, solo son rasguños, estás bien, no te muevas mucho".

Luego se arrodilló junto a Valeria.

"Ella es la que está grave", les dijo a los paramédicos con voz autoritaria. "Miren la herida, podría tener una fractura de cráneo, una hemorragia. Necesita cirugía cerebral urgente, ¡yo la operaré!".

Mientras me desangraba, mi cabeza golpeada, con una hemorragia cerebral que él se negó a ver, y el secreto de nuestro bebé latiendo en mi vientre, Alejandro se la llevó al quirófano prioritariamente.

Fallecí sola, abandonada, mientras él operaba a Valeria por una herida inexistente.

Convertida en un fantasma, fui testigo de su engaño: Valeria no tenía nada, pero la mentira de mi "traición" y de un hijo que no era suyo cegó a Alejandro, forzando un recuerdo deformado de mí.

Su luto se convirtió en una grotesca negación, llenando una habitación de bebé para una inocente que él mismo había dejado morir.

Mi madre, destrozada, no se rindió.

Luchó incansablemente hasta que una cámara de seguridad reveló la verdad: Valeria simuló su herida y provocó el accidente.

Alejandro, enfrentado por fin a la brutal realidad, a su propia ceguera y negligencia, vio desmoronarse su mundo.

Perdió su licencia, su reputación y la mujer que amaba.

Valeria fue condenada, pero la verdadera sentencia recayó en Alejandro: una vida de culpa, remordimiento y el fantasma de un futuro que él destruyó.

Después de todo, la verdad, por devastadora que sea, siempre sale a la luz.

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5.0

El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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