El Precio del Hambre y Amor

El Precio del Hambre y Amor

Gavin

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El olor a frijoles fritos con chorizo me abría el apetito, un tormento en una casa donde la cuchara de mi madre solo servía porciones miserables para mí. Pero una tarde, vi el brillo de una oportunidad: cincuenta pesos, el premio de un concurso de dibujo que gané con la esperanza de saciar mi hambre por fin. Corrí a casa, el billete apretado en mi puño, solo para ver cómo la sonrisa de orgullo de mi madre se convertía en codicia al quitármelo. "A tu hermano le hacen falta unos zapatos nuevos para el fútbol", dijo, sellando mi destino con sus palabras y su acto. Esa noche, mientras el agua fría lavaba los trastes, el hambre en mi estómago se transformó: era un hueco en el pecho, una injusticia ardiente. ¿Cómo podía mi propia madre robarme así, negándome hasta el derecho a la comida? No era solo sobre el dinero; era sobre mi valor, mi existencia. Comprendí que si quería algo en este mundo, tendría que tomarlo, sin pedir permiso, sin esperar caridad. El hambre dolía más que cualquier golpe, y yo estaba dispuesta a pagar cualquier precio por saciarla.

Introducción

El olor a frijoles fritos con chorizo me abría el apetito, un tormento en una casa donde la cuchara de mi madre solo servía porciones miserables para mí.

Pero una tarde, vi el brillo de una oportunidad: cincuenta pesos, el premio de un concurso de dibujo que gané con la esperanza de saciar mi hambre por fin.

Corrí a casa, el billete apretado en mi puño, solo para ver cómo la sonrisa de orgullo de mi madre se convertía en codicia al quitármelo.

"A tu hermano le hacen falta unos zapatos nuevos para el fútbol", dijo, sellando mi destino con sus palabras y su acto.

Esa noche, mientras el agua fría lavaba los trastes, el hambre en mi estómago se transformó: era un hueco en el pecho, una injusticia ardiente.

¿Cómo podía mi propia madre robarme así, negándome hasta el derecho a la comida?

No era solo sobre el dinero; era sobre mi valor, mi existencia.

Comprendí que si quería algo en este mundo, tendría que tomarlo, sin pedir permiso, sin esperar caridad.

El hambre dolía más que cualquier golpe, y yo estaba dispuesta a pagar cualquier precio por saciarla.

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5.0

El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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