El Último Aliento del Amor Perdido

El Último Aliento del Amor Perdido

Gavin

5.0
calificaciones
123
Vistas
11
Capítulo

Llevábamos ocho años casados, y yo, Sofía, había perfeccionado el arte de sonreír mientras mi interior se desmoronaba. Él conducía, con una mano en el volante y la otra revisando mensajes. "Quiero el divorcio". La risa seca de Ricardo llenó el auto, desestimando mis palabras como "uno más de mis dramas". Justo entonces, su teléfono vibró, mostrando un nombre que lo iluminó todo: "Paloma". La voz joven y temblorosa de su secretaria, llena de lágrimas, salió por el altavoz. "Ricardo, mi amor, lo siento tanto... No quería que Sofía se enterara así... ¿Está muy enojada? Por favor, contéstame, estoy muy asustada". La disculpa no era disculpa; era una estaca en el corazón de mi matrimonio, expuesta públicamente. En casa, un collar de diamantes, frío y ostentoso, fue su patético intento de comprar mi silencio. Luego, la discusión: "Es por Paloma, ¿verdad? Es una niña, no significa nada", me espetó. La mención de mi hijo, Mateo, fue un golpe bajo, seguida de su cruel: "¿O qué? ¿Te vas a ir? No tienes a nadie. Tu carrera de arquitecta la dejaste tirada por ser mi esposa". Mi silencio se rompió: "Hace tres semanas tuve un aborto espontáneo". Su arrogancia se derrumbó: "Estaba sola en el hospital, mientras tú estabas en un 'viaje de negocios' con ella. Así que sí, he estado un poco ocupada perdiendo a nuestro segundo hijo. Sola". El silencio de Ricardo no fue de shock, sino de cálculo. "Quizás sea lo mejor. Con Mateo tan difícil, otro problema ahora no nos conviene", dijo. En ese instante, algo dentro de mí murió para siempre: la última chispa de esperanza, el último amor por él. Mi corazón se cerró, como una puerta de acero. Un suspiro amargo me devolvió a la sórdida realidad del hospital. Luego, lo vi en la clínica: Ricardo, con su amante, actuando su farsa. Su preocupación fingida por mí, su devoción absoluta por ella. "No necesito que te encargues de nada", dije, mi voz tranquila pero inquebrantable. "Y no voy a ver al médico de tu familia. Voy a ir a mi propio lugar, a mi refugio". "¿Qué refugio?", gritó a mi espalda, su voz cargada de ira posesiva. "¿A dónde crees que vas?". No respondí. Sentí el inicio de la libertad.

Introducción

Llevábamos ocho años casados, y yo, Sofía, había perfeccionado el arte de sonreír mientras mi interior se desmoronaba.

Él conducía, con una mano en el volante y la otra revisando mensajes.

"Quiero el divorcio".

La risa seca de Ricardo llenó el auto, desestimando mis palabras como "uno más de mis dramas".

Justo entonces, su teléfono vibró, mostrando un nombre que lo iluminó todo: "Paloma".

La voz joven y temblorosa de su secretaria, llena de lágrimas, salió por el altavoz.

"Ricardo, mi amor, lo siento tanto... No quería que Sofía se enterara así... ¿Está muy enojada? Por favor, contéstame, estoy muy asustada".

La disculpa no era disculpa; era una estaca en el corazón de mi matrimonio, expuesta públicamente.

En casa, un collar de diamantes, frío y ostentoso, fue su patético intento de comprar mi silencio.

Luego, la discusión: "Es por Paloma, ¿verdad? Es una niña, no significa nada", me espetó.

La mención de mi hijo, Mateo, fue un golpe bajo, seguida de su cruel: "¿O qué? ¿Te vas a ir? No tienes a nadie. Tu carrera de arquitecta la dejaste tirada por ser mi esposa".

Mi silencio se rompió: "Hace tres semanas tuve un aborto espontáneo".

Su arrogancia se derrumbó: "Estaba sola en el hospital, mientras tú estabas en un 'viaje de negocios' con ella. Así que sí, he estado un poco ocupada perdiendo a nuestro segundo hijo. Sola".

El silencio de Ricardo no fue de shock, sino de cálculo.

"Quizás sea lo mejor. Con Mateo tan difícil, otro problema ahora no nos conviene", dijo.

En ese instante, algo dentro de mí murió para siempre: la última chispa de esperanza, el último amor por él.

Mi corazón se cerró, como una puerta de acero.

Un suspiro amargo me devolvió a la sórdida realidad del hospital.

Luego, lo vi en la clínica: Ricardo, con su amante, actuando su farsa.

Su preocupación fingida por mí, su devoción absoluta por ella.

"No necesito que te encargues de nada", dije, mi voz tranquila pero inquebrantable.

"Y no voy a ver al médico de tu familia. Voy a ir a mi propio lugar, a mi refugio".

"¿Qué refugio?", gritó a mi espalda, su voz cargada de ira posesiva. "¿A dónde crees que vas?".

No respondí. Sentí el inicio de la libertad.

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
No soy madre alquiler

No soy madre alquiler

Romance

5.0

Mi vida con Alejandro Vargas, un bodeguero acaudalado, era un sueño. Me trataba como a una reina, construyendo un tablao privado en nuestra mansión y colmándome de lujos. Creía ciegamente en nuestro amor, en que yo era su musa y que su mundo me pertenecía. Pero el idilio se desmoronó cuando mi abuela, mi única familia, agonizaba. Mis desesperadas llamadas a Alejandro fueron ignoradas, solo para que una foto desde París confirmara la cruel verdad: él abrazaba a mi tía Isabel con una intensidad que nunca me mostró. Su regreso trajo mentiras, pero la verdad que descubrí era demoledora: yo no era más que un eco de Isabel, un peón en su obsesión, incluso mi embarazo era parte de su juego para engendrar un heredero que llevara el "duende" de mi tía. Mi caída "accidental" en el tablao, su "rescate", todo fue un vil montaje. ¿Mi amor, mi pasión, mi futuro hijo, todo una farsa calculada? La humillación me consumía al darme cuenta de que viví en una jaula dorada, utilizada como un mero sustituto, un objeto para perpetuar su enfermiza obsesión. La indignación y el dolor amenazaban con destruirme. Pero Sofía Torres, la bailaora, no sería el reemplazo de nadie. Con una frialdad y determinación inesperadas, puse en marcha mi plan. Terminé el embarazo en secreto, y el día de su sacrificio final por Isabel, le entregué los papeles de nuestro divorcio y el informe de mi aborto. Partí a Buenos Aires, dejando atrás cenizas y mentiras, para renacer.

Mi Venganza:No Más Ingenua

Mi Venganza:No Más Ingenua

Romance

5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

Cuando el Amor Se Quiebra

Cuando el Amor Se Quiebra

Cuentos

5.0

El aroma a pan recién horneado siempre había sido mi refugio, un recordatorio de la vida simple que amaba, incluso mientras la fortuna de mi esposa, Sofía, crecía exponencialmente. Éramos Ricardo, el panadero humilde, y Sofía, la magnate de la moda; un contraste que, según ella, nos hacía fuertes. Pero esa fortaleza se desmoronó cuando un reloj de lujo, un regalo para su joven asistente Luis, se convirtió en el símbolo de una traición pública. Lo vi en la panadería, entregándole el costoso reloj con una familiaridad hiriente, como si celebraran un secreto que no me incluía. Intenté hablarlo esa noche, pero Sofía, con una frialdad que me destrozó, desestimó mis sentimientos, acusándome de celos infantiles. Años de lealtad, de construir su imperio hombro con hombro, se desvanecían bajo la sombra de un descarado favoritismo. El desprecio se hizo público en la fiesta anual de la empresa. Luis, exhibiendo un nuevo y más caro reloj aún, se jactaba de la "generosidad" de Sofía, mientras ella nos observaba y giraba la cara. Escuché los murmullos, las miradas de lástima de los demás, confirmando que mi humillación era el espectáculo de la noche. ¿Cómo podía la mujer que me prometió un "nosotros contra el mundo" pisotear nuestra promesa con tanta indiferencia? ¿Era ciego o el único que no veía que este hombre ponía en peligro todo lo que habíamos construido? La ira y la decepción se fusionaron en una decisión fría: Sofía no solo había roto una promesa; había declarado la guerra. Y yo, el Vargas que nadie conocía, estaba a punto de recordarle al mundo lo que significa el verdadero poder.

Quizás también le guste

La Esposa Virginal del Alfa

La Esposa Virginal del Alfa

Baby Charlene
4.9

EXTRACTO DEL LIBRO. "Quítate la ropa, Shilah. Si tengo que decirlo de nuevo, será con un látigo en la espalda", sus frías palabras llegaron a sus oídos, provocando que le recorriera un escalofrío por la espalda. La chica sostuvo su vestido con fuerza contra su pecho, sin querer soltarlo. "Soy virgen, mi rey " su voz era demasiado débil para decir con claridad las palabras, que apenas se escucharon. "Y tú eres mi esposa. No lo olvides. Te pertenezco desde ahora y para siempre. Y también puedo optar por poner fin a tu vida si así lo quieres. Ahora, por última vez, quítate la ropa". * * Shilah era una joven que provenía de los hombres lobo, también conocidos como los pumas. Creció en una de las manadas más fuertes, pero desafortunadamente, no tenía habilidades de lobo. Ella era la única de su manada que era un lobo impotente y, como resultado, su familia y otros siempre la intimidaban. Pero, ¿qué sucede cuando Shilah cae en manos del frío Alfa Dakota, el Alfa de todos los demás Alfas? También era el superior y líder de los chupadores de sangre, también conocidos como vampiros. La pobre Shilah había ofendido al rey Alfa al desobedecer sus órdenes y, como resultado, este decidió asegurarse de que ella nunca disfrutara de la compañía de los suyos al tomarla como su cuarta esposa. Sí, cuarta. El rey Dakota se había casado con tres esposas en busca de un heredero, pero había sido difícil ya que solo dieron a luz niñas: ¿Era una maldición de la diosa de la una? Era un rey lleno de heridas, demasiado frío y despiadado. Shilah sabía que su vida estaría condenada si tenía que estar en sus brazos. Tanbíen tenía que lidiar con sus otras esposas aparte de él. Ella fue tratada como la peor de todas, ¿qué pasaría cuando Shilah resulta ser algo más? ¿Algo que nunca vieron?

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro