Me anuncié como la leyenda caída, la Capitana Elena Rojas, y la ciudad entera celebró mi retiro anticipado. En el Salón Dorado, todos sonreían con una mezcla de alivio y desprecio mientras mi "hermanita" detective, Sofía Vidal, la nueva estrella, se apoderaba del escenario con su falsa humildad. La vi recibir los aplausos que antes eran míos, mientras me elogiaba, manipulando a la multitud con veneno y lágrimas de cocodrilo, reescribiendo la historia y pintándome como una incompetente. Solo yo conocía la verdad: que en mi vida pasada, esta misma mujer, la supuesta "Detective Psíquica", me había destruido al robar mis pistas y mis pensamientos, empujándome al abismo de la humillación pública y, finalmente, a una emboscada fatal. Pero entonces, abrí los ojos de nuevo, de vuelta al día que lo cambió todo, y un escalofrío me recorrió: esto no era un sueño. Tuve una oportunidad, una segunda oportunidad para reescribir mi destino. Pero la humillación se repitió, y mi mentor, el Maestro, me traicionó públicamente, acusándome de arrogancia y ceguera. La vergüenza me abrumó, y en un acto de desesperación, arrojé mi placa, huyendo de una policía que me había dado la espalda. Me retiré, vaciando mi mente, para que mi "hermanita" se desmoronara sin mi "ayuda". No sabía cómo, pero ella leía mis pensamientos, mis errores, mis procesos. Sin embargo, un mensaje de un número desconocido me reveló la verdad: ella no leía el futuro, ¡leía MI mente! El juego cambió; si quería pescar en mis pensamientos, ahora los encontraría vacíos. Pero una crisis de asesinatos me devolvió al ruedo, y con Sofía en el hospital, inconsciente, las reglas eran mías. Decidí tenderle una red. Le di un cebo, una pista falsa sobre el crimen que sabía que la cazaría. Y ella, en su arrogancia, lo tomó. El FBI la desenmascaró, exponiendo sus "visiones" como un fraude absurdo. El Maestro, consumido por su papel de "batería", confesó, revelando la pluma plateada, el objeto que nos unía a todos. Con su confesión grabada y la pluma en mi mano, estaba lista. Llamé a Sofía, atrayéndola de regreso a mi mente, al escenario donde yo sería la estrella y ella, la anciana consumida por su propio ego.
Me anuncié como la leyenda caída, la Capitana Elena Rojas, y la ciudad entera celebró mi retiro anticipado.
En el Salón Dorado, todos sonreían con una mezcla de alivio y desprecio mientras mi "hermanita" detective, Sofía Vidal, la nueva estrella, se apoderaba del escenario con su falsa humildad.
La vi recibir los aplausos que antes eran míos, mientras me elogiaba, manipulando a la multitud con veneno y lágrimas de cocodrilo, reescribiendo la historia y pintándome como una incompetente.
Solo yo conocía la verdad: que en mi vida pasada, esta misma mujer, la supuesta "Detective Psíquica", me había destruido al robar mis pistas y mis pensamientos, empujándome al abismo de la humillación pública y, finalmente, a una emboscada fatal.
Pero entonces, abrí los ojos de nuevo, de vuelta al día que lo cambió todo, y un escalofrío me recorrió: esto no era un sueño.
Tuve una oportunidad, una segunda oportunidad para reescribir mi destino.
Pero la humillación se repitió, y mi mentor, el Maestro, me traicionó públicamente, acusándome de arrogancia y ceguera.
La vergüenza me abrumó, y en un acto de desesperación, arrojé mi placa, huyendo de una policía que me había dado la espalda.
Me retiré, vaciando mi mente, para que mi "hermanita" se desmoronara sin mi "ayuda".
No sabía cómo, pero ella leía mis pensamientos, mis errores, mis procesos.
Sin embargo, un mensaje de un número desconocido me reveló la verdad: ella no leía el futuro, ¡leía MI mente!
El juego cambió; si quería pescar en mis pensamientos, ahora los encontraría vacíos.
Pero una crisis de asesinatos me devolvió al ruedo, y con Sofía en el hospital, inconsciente, las reglas eran mías.
Decidí tenderle una red.
Le di un cebo, una pista falsa sobre el crimen que sabía que la cazaría.
Y ella, en su arrogancia, lo tomó.
El FBI la desenmascaró, exponiendo sus "visiones" como un fraude absurdo.
El Maestro, consumido por su papel de "batería", confesó, revelando la pluma plateada, el objeto que nos unía a todos.
Con su confesión grabada y la pluma en mi mano, estaba lista.
Llamé a Sofía, atrayéndola de regreso a mi mente, al escenario donde yo sería la estrella y ella, la anciana consumida por su propio ego.
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