La Hija Firme Del Detective

La Hija Firme Del Detective

Gavin

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Capítulo

Mi vida con los Salazar era una jaula de oro, cada día una tortura silenciosa sirviendo a los narcos que me tenían presa. No había cadenas, sino un lazo invisible y brutal atado al cuello de Miguel, mi hermano pequeño, febril y herido en el fondo de la casona. Ellos cocinaban, yo limpiaba sus desórdenes, sonreía cuando me ordenaban, todo por Miguel, mi único ancla desde que papá, un detective condecorado, murió en un tiroteo. Ricardo Salazar, el hijo del capo, se divertía viéndome humillada, mientras la medalla de valor de mi padre, nuestro último vestigio de honor, era pisoteada, abollada, partida en dos. "¿Por qué?", susurré, mientras Sofía, la novia de Ricardo, me arrancaba la medalla y la rompía frente a mis ojos, riéndose de mi dolor y de la muerte de mi padre. No solo destrozaron un símbolo, destrozaron mi última pizca de esperanza en su humanidad, me obligaron a tragar su mentira de que mi padre era un traidor. La indiferencia de Ricardo ante el sufrimiento de Miguel, sus palabras asquerosas y la crueldad gratuita de Sofía fueron el colmo. Pero no sería su víctima, sino su verdugo; mientras los pedazos de la medalla de mi padre se clavaban en mi piel, prometí que no solo salvaría a Miguel, sino que los haría pagar. Con ese dolor como combustible, ya no era una esclava sumisa, era un águila a punto de volar, recolectando pruebas, afilando mis garras para desatar un infierno sobre ellos.

Introducción

Mi vida con los Salazar era una jaula de oro, cada día una tortura silenciosa sirviendo a los narcos que me tenían presa.

No había cadenas, sino un lazo invisible y brutal atado al cuello de Miguel, mi hermano pequeño, febril y herido en el fondo de la casona.

Ellos cocinaban, yo limpiaba sus desórdenes, sonreía cuando me ordenaban, todo por Miguel, mi único ancla desde que papá, un detective condecorado, murió en un tiroteo.

Ricardo Salazar, el hijo del capo, se divertía viéndome humillada, mientras la medalla de valor de mi padre, nuestro último vestigio de honor, era pisoteada, abollada, partida en dos.

"¿Por qué?", susurré, mientras Sofía, la novia de Ricardo, me arrancaba la medalla y la rompía frente a mis ojos, riéndose de mi dolor y de la muerte de mi padre.

No solo destrozaron un símbolo, destrozaron mi última pizca de esperanza en su humanidad, me obligaron a tragar su mentira de que mi padre era un traidor.

La indiferencia de Ricardo ante el sufrimiento de Miguel, sus palabras asquerosas y la crueldad gratuita de Sofía fueron el colmo.

Pero no sería su víctima, sino su verdugo; mientras los pedazos de la medalla de mi padre se clavaban en mi piel, prometí que no solo salvaría a Miguel, sino que los haría pagar.

Con ese dolor como combustible, ya no era una esclava sumisa, era un águila a punto de volar, recolectando pruebas, afilando mis garras para desatar un infierno sobre ellos.

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Tres años, toda una vida entregada a él. Sofía, yo fui la tonta que usó hasta el último centavo para rescatar a mi Mateo de la ruina, creyendo en su amor, en sus promesas. Día y noche, mi cuerpo y mi alma cuidaron a sus padres enfermos, soportando humillaciones que nadie más vio. Sacrifiqué mi primer embarazo, mi salud, todo por su "carrera", para que él, el gran Mateo, pudiera levantarse de las cenizas. Pero hoy, mi mundo se hizo pedazos. Justo frente a mí, mi esposo Mateo sostenía a otra mujer, Camila, su "amor de la juventud", la misma que lo humilló cuando no tenía nada. "Camila está embarazada", dijo, sin rastro de culpa, "y tú la vas a cuidar". ¡A mí! ¿Que la cuidara? La burla en la cara de Camila, la sonrisa de las empleadas, la furia de Mateo... sentí que me ahogaba en una pesadilla. "Solo es cuidarla un poquito. No eres una princesa, pero actúas como tal. No seas mezquina". Mezquina. Él, el hombre al que rescaté del abismo, el que ahora volvía a tenerlo todo, ¿me llamaba mezquina? "Tú eres buena cuidando gente", sentenció con la mirada fría. Mi corazón se hizo añicos al recordar las palabras de su madre a Camila: "Cuídate por el bien de mi nieto. Eres la única esperanza de esta familia". ¡La única esperanza! Era obvio. Me habían engañado a mí. ¡A mí! ¡Ellos sabían que era su hijo! ¡Todos me estaban engañando! Sentí el frío del mármol bajo mis rodillas, el dolor agudo de la caída. Quise huir, pero no sin él. No sin mi bebé. Pero, ¿realmente quería que mi hijo naciera en esta podredumbre? "¡Mateo, no quiero ir a la cámara frigorífica! ¡No! ¿Por qué me haces esto?", grité, sintiendo el pánico helado que se apoderaba de mí cuando sus empleados me arrastraban. "¡Estoy embarazada! ¡Mateo, estoy embarazada!" Me miró con desprecio, y la puerta se cerró. Estuve allí tres días y tres noches. Cuando abrieron la puerta, mis ojos ya estaban vacíos. "¿Qué otra cosa te vas a inventar ahora?". Esas palabras… Pero al salir de allí, mis ojos por fin se abrieron. Así que esto es todo lo que soy para ti, Mateo. Un mueble más en tu casa. "Estoy completamente podrido por dentro", susurré al aire. Una semana después, salí del hospital. Mateo me llamó, furioso, como siempre, pero esta vez, yo era diferente. "¿Qué soy para ti, Mateo?", pregunté, mi voz firme, "¿La tonta que te rescató de la miseria? ¿O la enfermera gratuita que cuidó día y noche a tus padres?" "¿De verdad crees que todo lo que hice, fue por un estúpido título?" "Un hombre como tú... me da asco". Colgué. Bloqueé su número. Y nunca miré atrás.

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