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La Sustituta No Perdonará

La Sustituta No Perdonará

Gavin

5.0
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Capítulo

A los dieciocho, Sofía se vendió para salvar a su abuela. Ricardo, un hombre enigmático, pagó la fortuna necesaria. Por dos años, la envolvió en una jaula de oro, en un cuento de hadas donde cada capricho era ley, haciéndole creer que era amada. Pero la llegada de Isabella, su ex y dueña del pasado de Ricardo, destrozó la farsa. "Solo eres uno más de sus caprichos temporales", escupió Isabella, lanzando un fajo de billetes. Y la prueba: una apuesta cruel. Un mensaje a Ricardo pidiendo rescate por un coche averiado, y otro de Sofía, por un falso accidente. El teléfono de Isabella sonó primero. La voz helada de Ricardo pidiendo una dirección la atravesó como una cuchilla. Luego, la humillación pública. Isabella enumeró los "momentos especiales" que Sofía creía únicos con Ricardo, revelando que cada uno era un eco de su propio pasado. Sofía ¡No era más que un reemplazo! Cuando Isabella, con una sonrisa triunfante, le arrojó el guardapelo de su abuela y lo rompió, Sofía estalló. Pero Ricardo, cegado por las mentiras, la empujó a la oscuridad helada del sótano, acusándola. ¿Cómo pudo ser tan ciega? ¿Cómo pudo confundir la posesión con el amor? Pero en esa oscuridad, nació una decisión. Sofía emergió, no la niña asustada, sino una mujer fría y decidida. "Seré exactamente lo que pagaste. Nada más, nada menos". Su corazón dejó de latir por Ricardo, se rompió para siempre, pero se hizo libre. París la esperaba, un nuevo futuro. No volvería a ser el juguete de nadie. Esta vez, el juego lo jugaría ella.

Introducción

A los dieciocho, Sofía se vendió para salvar a su abuela.

Ricardo, un hombre enigmático, pagó la fortuna necesaria.

Por dos años, la envolvió en una jaula de oro, en un cuento de hadas donde cada capricho era ley, haciéndole creer que era amada.

Pero la llegada de Isabella, su ex y dueña del pasado de Ricardo, destrozó la farsa.

"Solo eres uno más de sus caprichos temporales", escupió Isabella, lanzando un fajo de billetes.

Y la prueba: una apuesta cruel.

Un mensaje a Ricardo pidiendo rescate por un coche averiado, y otro de Sofía, por un falso accidente.

El teléfono de Isabella sonó primero.

La voz helada de Ricardo pidiendo una dirección la atravesó como una cuchilla.

Luego, la humillación pública.

Isabella enumeró los "momentos especiales" que Sofía creía únicos con Ricardo, revelando que cada uno era un eco de su propio pasado.

Sofía ¡No era más que un reemplazo!

Cuando Isabella, con una sonrisa triunfante, le arrojó el guardapelo de su abuela y lo rompió, Sofía estalló.

Pero Ricardo, cegado por las mentiras, la empujó a la oscuridad helada del sótano, acusándola.

¿Cómo pudo ser tan ciega?

¿Cómo pudo confundir la posesión con el amor?

Pero en esa oscuridad, nació una decisión.

Sofía emergió, no la niña asustada, sino una mujer fría y decidida.

"Seré exactamente lo que pagaste. Nada más, nada menos".

Su corazón dejó de latir por Ricardo, se rompió para siempre, pero se hizo libre.

París la esperaba, un nuevo futuro.

No volvería a ser el juguete de nadie.

Esta vez, el juego lo jugaría ella.

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El auditorio de la prestigiosa escuela de arte bullía, pero el fulgor del escenario no cegaba tanto como el dolor en mi pecho. Ahí estaba Ricardo, mi ex, el famoso mariachi que nos abandonó, sonriendo a su nueva familia perfecta. Con un carraspeo, anunciaron al ganador de la beca de honor: "¡Santiago Vargas!". No era Mateo, mi hijo. A mi lado, sentí su mano helarse, la luz de sus ojos desvanecerse. Había puesto su alma en cada nota, la beca era nuestra, un tesoro en casa. Pero ahora, la recibió el hijo de un político corrupto. La gente aplaudía, mientras Ricardo abrazaba a Santiago y a su "compañera" . Luego, el director, incómodo, anunció un "intento de fraude" por parte de "otro aspirante" . Las miradas de desprecio se clavaron en nosotros. "Míralos, son ellos." "Una familia de la calle, queriendo colarse." "Qué vergüenza." La humillación me golpeó, dejándome sin aire; Ricardo ni siquiera nos miró. Lo había vendido a su propio hijo. Arranqué a Mateo de allí, caminando entre murmullos, las lágrimas y las palabras ahogadas en mi garganta. Llegamos a nuestro pequeño departamento, un mundo de distancia de aquel lujo. Mateo se encerró en su cuarto. El silencio era pesado, asfixiante. Horas después, un sexto sentido, esa alarma materna, me hizo ir a su habitación. La puerta cerrada con llave. "¿Mateo? Mijo, ábreme." Silencio. "Mateo, por favor." El pánico subió como marea helada y golpeé la puerta con el hombro. La cerradura cedió. Lo encontré en el suelo, pálido, junto a un frasco de pastillas vacío. Mi mundo se derrumbó. El grito no fue humano; fue el de un animal herido, de un corazón destrozado. Con su cabeza en mi regazo, me envolvió una desesperación negra. Lo había perdido todo: mi pareja, mi dignidad, y casi a mi hijo. En ese abismo de dolor, un vago recuerdo: una vieja caja de madera de mi abuela. Nunca le había prestado atención. Contenía un álbum de fotos y cartas amarillentas. Una chispa de instinto me dijo que era mi única esperanza. Cuando los paramédicos se llevaron a Mateo, temblorosa, la abrí. Fotos antiguas, blanco y negro: mi bisabuelo, un revolucionario. Y entre las cartas, un nombre que lo cambiaba todo. Una conexión oculta con una figura clave de la historia de México, cuyo legado de justicia aún resonaba. La desesperación se volvió furia fría y clara. No destruirían a mi hijo. No nos pisotearían impunemente. Con el álbum en mano, decidí: no me escondería, no lloraría más. Iba a luchar. Me planté frente a la Secretaría de Cultura, el imponente edificio que simbolizaba el poder que me había aplastado. Esperé. Dos hombres corpulentos salieron de un coche negro: los matones del político. "Lárgate de aquí, señora. No queremos problemas." "No me voy hasta que se haga justicia para mi hijo." El hombre rio, me arrebató el álbum y lo tiró al suelo. Las fotos de mis ancestros se esparcieron por la acera sucia. "La justicia es para quien puede pagarla," dijo, empujándome. Caí de rodillas. Cuando levantó la mano para golpearme, una voz autoritaria resonó a nuestras espaldas. "¿Qué está pasando aquí?" Un hombre de traje, con mirada penetrante, bajaba de un coche oficial. Era un alto funcionario del gobierno. Miró a los matones, el álbum destrozado y finalmente a mí. Sus ojos se detuvieron en una foto boca arriba: la de mi bisabuelo. El funcionario palideció, recogió la foto con cuidado y me miró con incredulidad y respeto. "¿Usted es familia de él?" En ese instante, supe que la balanza de la justicia, por primera vez, se inclinaba a mi favor. La esperanza, una llama pequeña y temblorosa, volvió a encenderse en mi corazón. ¿Podrá Sofía, una madre sola, enfrentar al poder y la traición que casi destruyen a su familia, o la sombra de Ricardo consumirá su nueva esperanza?

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El pesado aire del salón, cargado de perfumes caros y conversaciones vacías, me asfixiaba. Yo, Sofía, la promesa del diseño de moda, ahora era solo una camarera más, mis manos temblorosas por el cansancio. Entonces los vi: Carlos, mi primer amor, y Laura, mi alma gemela, brillando bajo el candelabro principal, ella aferrada a su brazo con un vestido que ¡ay, qué ironía! era mi diseño robado. Ellos, la pareja dorada, habían construido su imperio sobre mis ruinas. Laura me vio. Sus ojos, antes cálidos, ahora me taladraban con desprecio. Sonriendo, me hizo una seña, y como si fuera un accidente, derramó champaña fría sobre mi uniforme barato. La risa contenida a mi alrededor fue un golpe físico. La humillación me quemó el rostro, más que la mancha gélida en mi pecho. Me quedé paralizada, mientras se alejaban, riendo, dejándome ahogarme en la injusticia de todo. Corrí desesperada al callejón, las lágrimas nublando mi vista. Mi sueño de toda la vida, mi beca, mis diseños, todo me lo habían arrebatado. Me habían traicionado, robado y dejado en la miseria. Cerré los ojos, deseando con cada fibra de mi ser una segunda oportunidad. Una oportunidad para vengarme, para reclamar lo que era mío. Solo una oportunidad. Y entonces, el milagro. El olor a basura y champaña desapareció. Abrí los ojos, estaba sentada en mi pupitre, el pizarrón marcaba: tres meses antes de la audición para la beca. ¡Había vuelto! Pero al mirar por la ventana, el corazón se me heló. Carlos, sobre una banca, proclamaba su amor a Laura en voz alta. Él también recordaba. Había renacido, y estaba jugando su carta antes, asegurando a su cómplice. Su "romance" era una declaración de guerra. Pero la humillación del callejón se transformó en una helada calma. Muy bien, Carlos. Esto lo jugaremos a mi manera. Y esta vez, no voy a perder.

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El aire del salón de banquetes estaba impregnado del caro perfume de Laura y Carlos, pero para mí, Sofía, solo olía a humillación. Apreté la bandeja con los nudillos blancos, observando a mi exnovio y a mi ex mejor amiga bailar, perfectos y exitosos, en la pista que yo merecía estar. Hace años, compartimos sueños en la moda, hasta que su envidia y ambición me tendieron una trampa, robándome los diseños y la beca que cambiaría mi vida, dejándome en la ruina. Ahora, yo servía copas mientras ellos brillaban. Laura me vio y, tras susurrar algo a Carlos, se acercó con una sonrisa empalagosa. "Qué sorpresa verte aquí, Sofía. Veo que al fin encontraste tu lugar en la industria de la moda." Su mano, adornada con diamantes, "accidentalmente" golpeó mi bandeja, derramando champán sobre su vestido. Su grito dramático y las lágrimas de cocodrilo atrajeron todas las miradas. Carlos me lanzó una mirada de puro desprecio: "¿Todavía no puedes soportar vernos felices y exitosos?" La humillación me quemó, me despidieron en el acto. Caminé hacia la salida de servicio, las risas y murmullos como puñales, la desesperación consumiéndome. En un callejón apestoso, bajo una lluvia fina, las lágrimas se mezclaron con mi rostro. Todo me lo habían arrebatado. Cerré los ojos, deseando una segunda oportunidad. Al abrirlos, el sol inundaba mi habitación de la casa de mis padres. El calendario marcaba tres meses antes de la audición para la beca. Había regresado. Una sonrisa lenta y fría se dibujó en mis labios. Esta vez, la venganza sería mi obra maestra. Pero la sorpresa fue mayúscula. Carlos también había regresado, comportándose como el hombre exitoso que fue, con una arrogancia que no le correspondía a esta época. Su ostentosa declaración de amor a Laura en el patio de la escuela, algo que no había pasado antes, me heló la sangre. Laura, aunque cómplice, mostraba pánico y ansiedad; se estaba dando cuenta de que Carlos tenía sus propios y oscuros planes. La vieja Sofía estaba muerta. Y la nueva no iba a ser pisoteada tan fácilmente. No, esta vez yo no sería la víctima. Esta vez, el juego había cambiado, y yo conocía las reglas.

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