La Sustituta No Perdonará
una fortuna para su tratamiento, una fortuna que ellas no tenían. El comprador fue Ricardo, un hombre diez años mayor, con una mirada profunda y una presencia que imponía si
se transformó en un cuento de hadas. Si ella comentaba al pasar que extrañaba los churros de una pequeña panadería en Coyoacán, al día siguiente, Ricardo compraba el local entero solo para que el panadero le preparara churros frescos cada mañana.
ntras los primeros rayos de sol pintaban de oro las pirámides, él se arrodilló frente a ella, tomó sus manos, besó cada
un corazón que solo había latido por él. Creyó en su te
ta
erioridad, la citó en una cafetería de Polanco. La m
mismo, en esta ciudad, pero yo elegí mi carrera y me fui a estudiar a Europa. Aunque no hemos teni
directo al mundo perfecto que Sofía creía habitar. Sacó de su bolso un
de las mujeres que lo rodean. Con esto tienes más que suficiente, solo
Ricardo, él era su primer y único amor, pero ahora descubría que el corazón de él ya había pertenecido a otr
s, el señor Ricardo qu
la mesa. "Qué te parece si hacemos una apuesta. Ahora mismo, le voy a enviar un mensaje diciendo que regresé al país y que mi coche se descompuso a mitad de la car
el resultado. "Si me responde a mí primero, tomas el dinero y te vas para s
ad, la duda, todo se mezcló hasta convertirse en una determinación des
acue
ecido, desfilaban los momentos vividos con Ricardo. Recordó su mirada llena de preocupación mientras le masajeaba el vientre para calmar sus cólicos menstruales, el beso suave que le dio en los labios una noche de invierno bajo una neva
n teléfono la devolvió de golp
placencia cruel mientras contestab
ecci
del altavoz y se clavó en los oídos de Sofía. Sintió un dolor agudo en el pecho. Apretó los labio
ación con un tono falsamente preocupado. "¿No te molestar
ado de la línea. La voz de Ricardo volvió a sonar,
más descarada. Colgó el teléfono y, con una lent
a. Su mente se quedó en blanco, y el color abandonó su rostro lentamente, dejándola con una palidez mortal.
e amó muc
a una daga. "Me llevó a Teotihuacán al amanecer y me dijo que me acompañaría cada año. Compró toda una panadería porque le dije que me gustaba
ado como una prueba de su amor, no era más que una réplica, un eco del amor que él sentía por otra mujer
s irte". Isabella le ofreció
per
mano, temblorosa, sintiendo las uñas clavarse en la palma de su mano, y tom
eas, desaparecer
n segundo más. Se levantó, y el sonido de sus tacones alto
ta sentir el sabor metálico de la sangre, tratando de contener las emociones que
los huesos. No se dio cuenta de que el coche de Isabella pasaba a su lado hasta que el vehículo aceleró deliberadamente al pasar sobre un
que así es como debería
ejó, su risa mezclándose c
la mansión como un fantasma. Su teléfono, que había permanecido en s
la beca para estudiar en el extranjero..
fía finalmente comenzó a aclararse. Negó con la cabeza, aunque nadie pudiera verla. Miró
deré. Iré