Leche, Sangre y Furia en Gamarra

Leche, Sangre y Furia en Gamarra

Gavin

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Volví al taller en Gamarra después de mi licencia de maternidad, sintiendo el aroma a tela nueva y el alivido de volver a trabajar. Pero mi primer día se convirtió en una pesadilla cuando Yolanda Trebor, una costurera mayor, me hizo una extraña y grotesca petición: quería mi leche, pero no para un bebé. La exigía para su hijo de diecinueve años, Máximo, creyendo que lo "curaría" y solo si se la daba directamente. Cuando la rechacé, su amabilidad forzada se transformó en pura furia. Me atacó en público, intentó rasgar mi blusa y luego, al día siguiente, me acorraló en un almacén oscuro con Máximo. Él intentó asaltarme mientras ella grababa con su teléfono, prometiendo humillarme si hablaba. Logré defenderme temporalmente, pero el horror y la humillación me invadieron. Acudimos a la policía, pero el oficial desestimó todo como una "disputa vecinal", alegando que Yolanda era una "pobre viuda con un hijo discapacitado". Ella se salió con la suya, intocable, burlándose de mí en la calle y prometiendo que conseguiría lo que quería. La injusticia me carcomió: el sistema me había fallado, dejándome a merced de su locura, sin protección. En ese momento, entendí que si la ley no me defendería, yo misma lo haría, y si la debilidad era su escudo, usaría la mía. Fue entonces cuando recordé a mi abuela, Doña Inés, una vendedora ambulante ruda, y a mi sobrino adolescente, Patrick, un boxeador en ciernes. Ambos, a los ojos de la sociedad, también eran "débiles" e intocables. Decidí que haríamos que Yolanda probara su propia medicina, usando sus mismas reglas. Mi guerra acababa de empezar.

Introducción

Volví al taller en Gamarra después de mi licencia de maternidad, sintiendo el aroma a tela nueva y el alivido de volver a trabajar.

Pero mi primer día se convirtió en una pesadilla cuando Yolanda Trebor, una costurera mayor, me hizo una extraña y grotesca petición: quería mi leche, pero no para un bebé.

La exigía para su hijo de diecinueve años, Máximo, creyendo que lo "curaría" y solo si se la daba directamente.

Cuando la rechacé, su amabilidad forzada se transformó en pura furia.

Me atacó en público, intentó rasgar mi blusa y luego, al día siguiente, me acorraló en un almacén oscuro con Máximo.

Él intentó asaltarme mientras ella grababa con su teléfono, prometiendo humillarme si hablaba.

Logré defenderme temporalmente, pero el horror y la humillación me invadieron.

Acudimos a la policía, pero el oficial desestimó todo como una "disputa vecinal", alegando que Yolanda era una "pobre viuda con un hijo discapacitado".

Ella se salió con la suya, intocable, burlándose de mí en la calle y prometiendo que conseguiría lo que quería.

La injusticia me carcomió: el sistema me había fallado, dejándome a merced de su locura, sin protección.

En ese momento, entendí que si la ley no me defendería, yo misma lo haría, y si la debilidad era su escudo, usaría la mía.

Fue entonces cuando recordé a mi abuela, Doña Inés, una vendedora ambulante ruda, y a mi sobrino adolescente, Patrick, un boxeador en ciernes.

Ambos, a los ojos de la sociedad, también eran "débiles" e intocables.

Decidí que haríamos que Yolanda probara su propia medicina, usando sus mismas reglas.

Mi guerra acababa de empezar.

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Tentu, saya akan menambahkan POV (Point of View) ke setiap bab sesuai dengan permintaan Anda, tanpa mengubah format atau konten lainnya. Gabriela POV: Durante cinco años crié al hijo de mi esposo como si fuera mío, pero cuando su ex regresó, el niño me gritó que me odiaba y que prefería a su "tía Estrella". Leandro me dejó tirada y sangrando en un estacionamiento tras un accidente, solo para correr a consolar a su amante por un fingido dolor de cabeza. Entendí que mi tiempo había acabado, así que firmé la renuncia total a la custodia y desaparecí de sus vidas para siempre. Para salvar la imprenta de mi padre, acepté ser la esposa por contrato del magnate Leandro Angulo. Fui su sombra, la madre sustituta perfecta para Yeray y la esposa invisible que mantenía su mansión en orden. Pero bastó que Estrella, la actriz que lo abandonó años atrás, chasqueara los dedos para que ellos me borraran del mapa. Me humillaron en público, me despreciaron en mi propia casa y me hicieron sentir que mis cinco años de amor no valían nada. Incluso cuando Estrella me empujó por las escaleras, Leandro solo tuvo ojos para ella. Harta de ser el sacrificio, les dejé los papeles firmados y me marché sin mirar atrás. Años después, cuando me convertí en una autora famosa y feliz, Leandro vino a suplicar perdón de rodillas. Fue entonces cuando descubrió la verdad que lo destrozaría: nuestro matrimonio nunca fue legal y yo ya no le pertenecía.

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