Tal vez, muchos al leer esto, piensen que era una mujer sin moral, ni escrúpulos. Y eso, hoy no me perturba tanto como en ese entonces.
Él era tan diferente a otros, a su corta edad sabia más sobre la vida y el amor, que algunos cuarentones, incluso que mi esposo Mauricio.
Su forma de mirarme en el salón de clases, me perturbaba. Si en algún pasillo coincidíamos, su proximidad erizaba mi piel y un calor repentino me invadía, a diferencia de mi vagina, que solía salivar como el perro de Pavlov en su experimento de condicionamiento clásico.
Los problemas con Mauricio eran constantes, y entiéndase que no lo use nunca como pretexto o argumento para justificar mi comportamiento.
Una tarde luego de la clase, salí a tomar el bus. Y él estaba allí, sentado en uno de los asientos. Me ofreció su puesto. Yo era su profe de literatura.
Aún recuerdo su emoción al verme subir al bus y la mía, al cederme el asiento con tanta caballerosidad.
–Gracias Ricardo– lo llamé por su nombre. Estilaba a diferencia de algunos colegas, aprenderme los nombres de mis estudiantes y no sus apellidos.
Confieso que de él, me sabía su nombre completo, su edad y hasta sus gustos. Esos ojos verdes, que en momentos se entremezclaban con destellos color miel, me endulzaban las ganas. Él permaneció de pie, frente a mí, me miraba y sentía su calor pélvico aproximarse a mi hombro, cada vez que algún pasajero bajaba o subía del bus.
–¿Va para su casa, profe?–me preguntó
–Sí, bueno antes debo bajar en el centro para ir a un cajero.
–Ah, yo voy por allí cerca de la plaza Bolívar. Puedo acompañarla, si desea.
–Te lo agradecería, pronto oscurecerá y ya sabes como está todo de peligroso en el centro.
Alguien pidió parada, él espero a que yo me levantara. Su cuerpo estaba tan próximo al mío, que no pude evitar estremecerme y sentir mi respiración agitarse.
Me cedió el paso. Bajé del bus y lo esperé. Caminamos hasta la plaza, él iba de mi lado esquivando la cantidad de personas en las paradas de los autobuses. Era viernes, llegamos al banco, cerca a la plaza, donde él debía estar.
–Gracias por acompañarme hasta acá.
–¿No quiere que le esperé mientras saca el dinero?
–Te lo agradecería aún más. Me pone nerviosa estar en este lugar sola. Sacamos el dinero. Caminamos nuevamente a la plaza.
–Nuevamente agradezco tu compañía Ricardo.
–No te preocupes profe. ¿Te puedo tutear?
–Claro, pero no delante de tus compañeros. Ellos no entienden de respeto. Ya los viera, tuteándome creyendo que somos íntimos y pensando que por ello, ya aprobaron.
–Bueno, yo no estoy buscando eso.
–Lo sé, eres uno de mis mejores estudiantes en la clase.
–Quizás porque amo la poesía y no puedo negar, que admiro su forma de enseñar.
Sonreí algo ruborizada.
–Te dejo entonces, debes estar esperando a alguien.
–No, al contrario. Siempre vengo a sentarme aquí en las tardes y ver el transitar de las personas. Me gusta imaginarme como alguno de ellos. ¿Ves aquel que va vestido de traje?–preguntó acercándose a mí.
–Sí–contesté con curiosidad
–Es un ejecutivo de alguna gran empresa. Debe tener mucho dinero, pero también debe tener algunos problemas, las personas que trabajan mucho, no tienen mucho tiempo para distraerse.
–Genial tu apreciación.
–¿Estás apurada?
–Realmente no.
–Siéntate y acompáñame un rato. Me gusta tu compañía.