Siempre era una sensación de gran satisfacción al entrar en Nueva Esparta aunque tuviera que pasar por los sectores periféricos más pobres y populosos antes de llegar a Bella vista y sus espléndidas mansiones y calles lindas.
La ciudad emanaba un aroma y un aire de vitalidad y la promesa de concurridas y variadas actividades que llenaban todos los días de la estancia en la capital. Era aún más emocionante llegar al comienzo de la temporada social de Primavera, cuando todas las damas de la alta sociedad convergían en la ciudad.
Los miembros de la Copleit y Jeis acudían a Nueva Esparta en el inicio de la Primavera para divertirse. Y no cabe duda de que se divertían con la impresionante cantidad de bailes, cenas, conciertos, desayunos y fiestas al aire libre, por no hablar de la asistencia a teatros, visitas a jardines recreativos, paseos a pie y en coche por el elegante o excursiones para contemplar las atracciones turísticas, como la Museo de Nueva Esparta, o simplemente ir de compras en Meneses express.
Llegar a un día Primaveral constituía un atractivo adicional. El viaje desde Cumanique había sido largo y engorroso, y buena parte del mismo lo habían realizado con un tiempo tormentas y de lluvias, incluido algún que otro tranca de carretera que les había impedido avanzar con normalidad. Pero aunque la mañana había estado nublada, el cielo se había despejado en su totalidad durante la tarde y había salido el sol radiante.
-¿Es esto, hermano? -preguntó la hermana, la señorita Rosalba Pietri con mucho asombro acercándose con gran prontitud a la ventanilla del coche-. ¿Esto es Nueva Esparta querido Diego?
A lo mejor, quizás fuera una pregunta algo estúpida, puesto a que se acercaban más a la capital y era algo imposible confundir Nueva Esparta con uno de los pueblos por los que habían pasado durante el trayecto. Pero Diego Zarathela interpretó principalmente como una pregunta retórica y sonrió al observar la expresión de asombro de su hermana. Aunque había cumplido ventitres años, su experiencia en el mundo se había limitado hasta ahora a la finca que tenían en Cumanique.
-Sí, hermana esto es Nueva Esparta-respondió él con una sonrisa -. Casi hemos llegado, Rosalba.
-Diego pero este lugar tiene un aspecto muy sucio y desagradable -dijo su amiga que iba sentada muy tiesa junto a Rosalba, mirando con gesto desconcertado por la ventanilla sin acercarse a ella.
Habat, su amiga y gruñona, la señorita Habat Rells, a pesar de ello era muy apreciada por Diego -tenía veintiséis años. Diego tenía Veintinueve años. A menudo pensaba que Habat era una chica que se incorporaría a la sociedad muy tarde.
-Ya verás que cuando lleguemos a Bella vista cambiarás de opinión querida -le aseguró él.
-Fíjate, Habat -dijo Rosalba sin volver la cabeza frente a la ventanilla -mira cuánta gente hay en este lugar y que hermosos y encantadores edificios hay.
-Desengáñate, esto no es Nova. Pero aún no hemos llegado a Bella vista. Espero
que no te lleves un chasco nada más llegar.