Isabel ajustó el collar de su blusa frente al espejo de la pequeña oficina que le había sido asignada, justo al lado del despacho de Hugo Pérez. El lugar era minimalista y elegante, con un toque moderno que reflejaba perfectamente la estética de la multinacional que Hugo dirigía con mano de hierro. Pero a pesar de la decoración impecable, Isabel no podía evitar sentirse fuera de lugar. No era el lujo ni el prestigio lo que la inquietaba; era la cercanía constante con Hugo, su primo, que hacía que sus pensamientos se tornaran confusos y su corazón, descontrolado.
Hace apenas un mes había aceptado el trabajo como su asistente personal, una decisión que había tomado con la esperanza de ganar experiencia en el mundo corporativo. El prestigio de trabajar para Hugo Pérez, el hombre que había llevado a su familia a la cima del poder empresarial, parecía ser una oportunidad única. Pero, desde el primer día, algo había cambiado dentro de ella. Hugo no era solo su jefe; era el hombre que la hacía sentir como si todo su mundo diera vueltas con solo una mirada. Y esa química entre ellos, tan palpable y tan errónea, no hacía más que crecer con el paso de los días.
Isabel suspiró y se giró hacia la puerta del despacho. No podía evitarlo. La misma regla que le habían inculcado toda su vida, aquella que la mantenía alejada de cualquier intento de romance con Hugo, se desmoronaba cada vez que él la miraba o cuando sus voces se cruzaban en reuniones a solas. Hugo Pérez, el hombre a quien conocía desde que era una niña, ahora parecía una figura distante pero irresistiblemente cercana, como un imán al que no podía escapar. La tensión entre ellos era palpable, pero, sobre todo, peligrosa.
Un golpeteo suave en la puerta la sacó de sus pensamientos.
-Pasa -respondió con voz firme, aunque su corazón latía más rápido de lo que quería admitir.
La puerta se abrió lentamente y allí, parado en el umbral, estaba Hugo. Alto, de cabello oscuro y con un rostro que parecía esculpido para conquistar, su presencia siempre llenaba la habitación. Pero hoy, algo en él parecía diferente. Sus ojos, usualmente calculadores y fríos, mostraban un leve atisbo de preocupación.
-¿Isabel? ¿Puedo hablar contigo un momento? -su voz sonó más grave de lo habitual, con un toque que hizo que la piel de Isabel se erizara.
Isabel asintió sin decir palabra, invitándolo a entrar. Cerró la puerta tras él, notando cómo el aire entre ellos se cargaba de una energía inconfundible. Hugo caminó hasta su escritorio, se sentó en una de las sillas frente a ella y la miró fijamente.
-Te necesito para algo urgente. -Dijo, sin rodeos, lo que siempre la sorprendía de él. Su forma de hablar directo al punto le daba una sensación de poder, pero también de vulnerabilidad, como si, en este momento, él necesitara su ayuda más que nunca.
Isabel intentó mantener la compostura, pero algo en su pecho se apretó. Hugo no solo era su jefe; él era la persona que había arrastrado a la familia Pérez a la cúspide del éxito, pero también había sido el hombre que, con una simple sonrisa, había hecho que todo su mundo fuera más complicado.
-¿Qué pasa? -preguntó, intentando que su voz no traicionara el caos de sentimientos que sentía.