Es el año 1988 y tengo 16 años.
Vivo en un pequeño pueblo junto a mis padres y hermano.
Las calles aún no están asfaltadas y no hay electricidad.
Ahora estoy jugando con mis amigas del barrio de esos juegos, como saltar la cuerda, la botellita y otros más de esta época.
Más adelante se acercan a nosotras los demás chicos del barrio para molestarnos con un muchacho muy guapo mientras estamos todas sentadas en el suelo; él tiene 18 años y es el de más edad entre ellos.
El joven me gusta. En todas las vacaciones él está aquí por sus abuelos maternos, pero es un "high class" ósea de la clase alta y nunca se va a fijar en mí, eso es seguro, imagínense, es porque yo soy una pobre miserable.
Uno de los chicos sonríe maliciosamente.
-Robert, ven juega a la botellita. Ja, ja... Tendrá que darle un beso a alguna de ellas a la que apunte la botella. Ja, ja. -dice Pedro, uno de los chicos y quien ya se ha sentado en el suelo junto a nosotras.
-¡No-o, no me gusta ese juego! -Exclama Robert estando molesto mientras permanece de pie.
-Ven idiota, es divertido. -Insiste el chico haciendo señas con las manos para que también él se siente junto a nosotras.
-Está bien, no me digas idiota.
Robert accede a su insistencia, pero de malas ganas.
Él se agacha presuroso como quien quiere salir rápido del este aprieto que ellos lo han metido, entonces toma la botella y la rueda, empezando así el juego.