Meraki estaba lejos de escuchar aquella información sumida en un sueño profundo. Ni el mundo cayéndose la habría sacado de allí... hasta que una vibración sorda rompió la quietud. El teléfono sobre la mesita de noche titiló con insistencia.
Medio dormida, con la voz aún rasposa, respondió:
- ¿Diga...?
Al otro lado de la línea, la voz de una enfermera cargada de burocracia y prisa soltó:
- Lamentamos su pérdida. A las 3:30 de la mañana falleció la paciente Naomi Hayes... sobredosis confirmada...
Pero Meraki no escuchó más allá de esas primeras palabras: "lamentamos su pérdida, murió la paciente Naomi". Como si una explosión hubiera estallado dentro de su pecho, se quedó paralizada. Las manos le temblaban descontroladas mientras un grito crudo, áspero, nacido desde lo más hondo de sus entrañas, desgarró el silencio del apartamento.
Kalon, que se encontraba en su habitación, acababa de apagar las noticias. Llevaba casi media hora debatiendo mentalmente cómo hacerle una habitación más acogedora a Meraki. Pero ese grito... ese maldito grito le puso los pelos de punta. Salió disparado sin pensarlo.
Allí estaba ella. En el suelo, hecha un ovillo, gritando al cielo con desesperación.
- ¿Por qué ella? ¿Por qué mi madre? ¿Por qué me la quitaste? - chillaba rota, como si el universo debiera rendirle explicaciones.
Kalon no sabía ni por dónde empezar. Nunca la había visto así. Jamás. Esa vulnerabilidad desnuda lo desarmó. La abrazó. No supo qué otra cosa hacer. Simplemente la envolvió entre sus brazos como si eso bastara para sostenerla, pero era como abrazar a una figura hecha de humo. Ella se deshacía entre sus dedos.
- ¿Qué voy a hacer ahora? No tengo a nadie... esto no puede estar pasándome... dime que es una pesadilla, por favor, dime que es una jodida pesadilla - susurraba Meraki, con la voz quebrada mientras sus lágrimas empapaban la camisa de Kalon.
Él apretó el abrazo. Sentía que si la soltaba, ella se iría con el viento.
Horas más tarde - Hospital
Kalon no se separó de ella ni un segundo. Meraki, con una urgencia desgarradora, corrió hasta la morgue, las piernas temblorosas, el cuerpo a medio funcionar. Le pidieron que identificara el cuerpo. Con manos temblorosas y la garganta reseca, levantó la sábana.
Y allí estaba. Su madre. Pálida como la luna invernal, labios azulados, las mejillas hundidas. Ese rostro... ese maldito rostro que la había arropado toda la vida, ahora estaba inmóvil. Silencioso. Frío.
Algo se rompió en Meraki en ese instante. Como si su alma hubiese estallado en mil fragmentos que jamás podrían volver a unirse. Las lágrimas brotaban, sí... pero ella ya no sentía nada. Ni frío. Ni calor. Ni siquiera dolor.
Cayó.
Kalon la atrapó antes de que tocara el suelo, la levantó en brazos y la llevó directo a emergencias, el corazón en la garganta. Nunca se había sentido tan inútil. Ni siquiera cuando perdió a su madre. Esto... esto era diferente.
Más tarde...
Cuando Meraki abrió los ojos, Kalon sintió alivio, pero sólo duró un instante. Porque esa chispa que la caracterizaba... esa pequeña luz que siempre habitaba en sus pupilas, se había ido. Vacía. Esa era la palabra. Estaba allí, pero no realmente. No decía nada. No lo miraba. Sólo respiraba porque el cuerpo lo exigía.
Una enfermera entró al cuarto, preguntando por los arreglos del cuerpo. Kalon intentó hablar con Meraki, pero fue como hablar con una fotografía.
Se encargó de todo.
Organizó un funeral digno. Rápido, pero limpio. Nadie fue. Nadie. Solo Meraki, con un vestido negro, la mirada perdida, aferrándose al ataúd como si pudiera quedarse con los restos de su madre un momento más.
Kalon, al fondo, sintiéndose como el más grande imbécil del universo. ¿Cómo no lo vio venir? ¿Cómo no pudo evitar que ella cayera así?
Días después...
Meraki ya no hablaba. No comía. No reaccionaba. Sólo se quedaba en la cama, mirando el techo. A veces gritaba de madrugada, pidiendo a Dios que la llevara también. Kalon intentó todo: flores, cambiarle la habitación, dejarle notas, música... nada funcionaba. Sólo recibía una sonrisa apagada, sin alma.
Las semanas pasaban, y Meraki ya no era Meraki. Era un espectro.
Dos Semanas después.
En el otro extremo de la ciudad – Victory World Fashion
La empresa de Kalon vivía su mayor apogeo. El desfile fue un éxito rotundo. La estrategia de marketing con su "esposa" había surtido efecto, incluso si muchos la habían tachado de inmoral. Pero el escándalo vendía. Y Victory World estaba en boca de todos.