RESURRECCION: El Misterio de Victoria. LIBRO II
aje no había hecho más que llorar, hasta el punto de que de mis ojos ardían. Lo primero que hizo mi padre al llegar fue ir directamente a la casa del tío Gus
de su casa. Le sonreí por cortesía -ya verás que te va a gustar vivir aquí, puedes decirme tío a
ue al cumplir la mayoría de edad nada ni nadie me detendrían de volver al lado de mis abuelos. Luego de un breve momento
e, me encargaré de hacerte sentir lo más cómoda posible. -Sus palabras m
de épocas pasadas. Al detenerme por un instante en el rostro de mi padre, noté que el gesto amargo ya no estaba, ahora se había relajado. Era notorio que le hacía mucho bien estar junto a su familia. En ese instante analicé que un
historias. Yo no compartía su opinión. También recordé las palabras de mi abuela cada vez que terminaba una discusión, decía siempre que lo único que la mantenía en tregua con él era mi madre. Y desgraciadamente ella ya no estaba. Eso me enfureció y m
*
me acompañaría por mucho tiempo. Entramos al recinto sin decirnos una sola palabra. Mi papá sabía que no quería hablarle, era muy evidente mi incomodidad y como siempre él evitaba esos momentos, escudándose en su coraza de hierro; lo que me hizo querer enfrentarlo, decirle que no quería estar aquí, pero mis labios permanecieron
a quiere hablar a solas con usted -
mento en la s
lera de mi abrigo hasta el cuello para aminorar la sensación de frío, y a pesar de que también coloqué mis manos dentro de los bolsillos de la chaqueta, la molestia no menguaba. Fue entonces cuando
se ensuciaría; los candelabros y esculturas de ángeles y santos finamente decorados daban un toqué eclesiástico a la estanc
ltos y grises que cercaban el paraje. Deseé repentinamente correr hacia esas colinas y escapar, dejar mi dolor atrás, pero el muro gris, que era como mi padre, me lo impedía. Cerré mis ojos e inhalé el aire que provenía de afuera, al sacarlo de mi ser dejé volar mi mente en dirección al
cción impresionante, propiedad de la familia Álamo. Esta última nunca la había visto, sabía de su existencia por lo que contaban mi tío y mis abuelos. En una oportunidad los escuché decir que estaba al otro lado de la ciudad, adentrada en un vasto bosque. A partir de entonces, como consecuencia de las historias que oía, no pude evitar comparar estas dos fortalezas; al igual que a las dos familias que las habit