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Wallis Simpson, jaque a la corona

Capítulo 8 La princesa del pueblo

Palabras:3469    |    Actualizado en: 14/10/2022

TULO

CESA DE

fayed, ha supuesto un duro golpe para la monarquía inglesa, y ha creado una situación, peor que la precedente con Wallis Simpson. Enteramente vestida de negro, y demasiado tarde, según la opinión pública, la reina pasea ante la enrome cantidad de ramos de flores, que a modo de desafío a la monarquí

, para después mirarle a la mujer y fingir agradecimiento. Pero la sorpresa es mayúscula, cuando la

ad, lamento que lo

de la reina que se ve consolada por alguien ajeno a su familia o al gobierno, y siente que aun es querida, en medio de la tragedia en que se ve sumida. Una llama de ape

ando el dolor no sentido de ella misma y de su familia, por la desaparición de lady Diana, la ha superado por primera vez en muchos años de reinado. Deberá actuar inteligentemente, si desea que el pueblo británico siga respetando, y lo que es más importante, queriendo, a la mon

se amontonan en la verja del palacio, como hacen también en el palacio de San James y e

isión precipitada antes de considerar todas las opciones, que eran escasas, y es que la desesperación es mala consejera. En todos los canales de la televisión, no solo de Gran Bretaña, sino del mundo entero, se daba prioridad a la muerte

an un paso en falso. Todo hacía presagiar que la desgracia solo había hecho que comenzar. Afuera una vorágine, devoraba el alimento que la prensa sensacionalista les proporcionaba, de manera y forma, que no tenían arma defensiva posible para tra

de importación que Gran Bretaña sufría, por el encarecimiento de los productos manufacturados provenientes del continente europeo. La reina dejó los periódicos sobre la bandeja y desistió de seguir leyendo, nada que no fuesen noticias económicas y políticas, que hiciesen referencia a los problemas reales que su pueblo afrontaba. Se acercó al ventanal y apartó la cortina, que se le antojó más pesada que de costumbre. Fuera los ramos se seguían amontonando y la verja estaba virtualment

a la monarquía. Buckingham, sumido en un silencio sepulcral, se alzaba como la señal de unos tiempos duros, en que se cuestionaba la existencia misma de la monarquía, como institución ya trasnochada e inservible, y era aquí donde la reina iba a

e el ataque de una mujer, que sitúa a la Corona en jaque. Su mente guarda claramente las imágenes de aquellas horas aciagas, que parecieron no terminar jamás…esta vez la reina al menos, no tendrá que ver como un rey inglés abandona sus deberes r

venenos, contra La Corona inglesa que se sostiene como mejor sabe y puede, en su delicada posición. La reina ve en sus nietos s los posibles aliados que le devuelvan el favor del g

an juntos y conversan, intercambiando impresiones, que de no estar unidos, La Corona caerá y Gran Bretaña se convertirá como le

n cuando la normalidad obligue a todo ciudadano inglés, a ocuparse e

esta mujer ha hecho más daño a La Corona y mí, con sus filiaciones humanitarias, que con sus escándalos pe

, y aquel rostro surcado por un rictus de incertidumbre y dolor, que daría nítidamente grabado en su mente para siempre. El paseo proseguía entre palabras de requiebro y consuelo, y

ión de reinar o abdicar, algo que no había sucedido jamás en esta familia. Cada vez qu

Gran Bretaña, se confesaba con su e

las imposiciones de las circunstancias, y al sentir el calor de sus palabras, diciéndome que eran para mí me ha c

segundo plano, carente del calor de los sentimi

mirarle, no vio en sus ojos nada que supusiera un reproche y pensó que de ahora en adelante las cosas deberían sino cambiar, al menos sí evolucionar. Los tiempos cam

ue le resultaba por el momento imposible librarse, le producía una sensación de indefensión que le sacaba de sus casillas. Pero cada vez que

indicó que se reuniese con él en el saloncito en que charlaban a menudo de sus proyectos, y

cios en China, es desesperante que cada vez que conseguimos lo que ta

ctos, a fin de cuentas se trata de que los más potentes industriales edifiquen sus fábrica

to nos sea posible. Tenemos el germen que cuando precis

tiendo

te. Llegado el momento una clave hará que todos y cada uno sepáis, que ha llegado la hora de cumplir con el

le resultaría difícil. Cuando Robert ley se hubo marchado dejando tras de sí una estela de incertidumbre, Wallis se vistió e hizo las maletas con suma tranquilidad. Su

hino, o abandonándolo al llegar a aquel punto en que confluían dos culturas tan distantes y tan destinadas a convivir. Wallis con su mal

a y a experimentar las emociones más intensas que esta le pudiese proporcionar. El traqueteo del vagón le iba adormeciendo y el paisaje que de ser de día le hubiese fascinado, quedaba oscurecido por la nocturnidad. Viajaba sola en el departamento y

menos convenía a una pequeña ciudad acostumbrada a mediatizar los actos de sus habitantes y someterlos con su falsa doble moral. Guardaba en su haber los conocimientos que le darían la ventaja a jugar cuando fuese libre, al fin para elegir a su siguiente hombre, que como bien le había dicho Felipe Espil, debía estar acorde a sus necesidades y metas. Tenía ante sí un largo trayecto en barco y cuando llegase habría de seleccionar un lugar fuera del ámbito familiar donde vivir sola en principio. Durante la singlad

Solomon Warfield que le dejó quince mil escasos dólares. Aun conservaba las joyas regalo de Espil y los recuerdos y conocimientos de China, pero deseaba asegurarse una vejez tranquila y se dispuso a captar la atención de un nuevo marido en ciernes. Es en ese preciso instante cuan do surge un hombre que hará de ella lo que tanto añora, una mujer respetable que le introducirá de nuevo en los estratos sociales que ella admira y a los que desea pertenecer. El na

a llegaba a sus manos desde el Reino Unido y en ella con gran entusiasmo, Ernest le comunicaba su divorcio en firme con Dorothea Parsosns, y le animaba a viajar a Inglaterra para reunirse con él. Wallis sintió dentro de sí, que la vida le daba una segunda oportunidad y sin pensárselo dos veces accedió y tomó un barco

e dijo a sí misma observando que aun podía afinar más su ya de por sí delicada y esbelta figura. De nuevo su armario ropero le aportó las prendas que la convirtieron en quien ella deseaba. Aquella misma tarde compró

el carbón y del acero. La bodega iba repleta de estas materias primas, imprescindibles en la era de los vapores que comenzaban a ser las naves de principal uso entre los navieros, cuando ya los barcos de guerra se transformaban en naves a propulsión turboeléctrica. Wallis embarcó y fue acomodá

La mujer más preparada políticamente de su época y dispuesta a triunfar allí donde muchas otras habían fracasado, estaba en camino del éxito más sonoro que jamás otra pudiera haber alcanzado en el siglo XX. A Wall

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