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Wallis Simpson, jaque a la corona

Capítulo 2 El sueño americano

Palabras:4916    |    Actualizado en: 12/10/2022

ITU

ÑO AME

más alto, como si un destino mejor y más encumbrado la esperase en el camino de la vida. Felipe Espil le había dicho un día que debería marcarse unas metas y no abandonarlas pasase lo que pasase…ella le preguntó si eso le incluiría a él mismo, y Espil le respondió con un lacónico: “Sí”. Fue en

endremos que mantener nuestro recuerdo dentro, en un lugar privado que nadie conozca, allá donde no alcance la desdicha ni el dolor, y que siempre podamos conta

n inglés como solía hacer cuando hablaban de asuntos importantes-pero aun

ar de que mi amor es tuyo, solo podré conse

spero que solo sea una sugere

s de despedirnos, cuando no quede tiempo, ni lugar, al que acudir para dejar, que el caudal de la vida nos arrastre a ambos.

on, ambos desnudos uno ante el otro, se acariciaron sin prisas ni requiebros, recorriendo el cuerpo del otro en un ritual, que les ofrendaba el dios Apolo en su infinita misericordia, a fin de mantenerlos como a figuras ajenas a los dolores del ser humano. Wallis hizo gala de una pasividad que jamás se repetiría, sabedora de que las expertas manos de Espil, explorarían su cuerpo que se entregaba como fruta madura en las manos de su dueño, el único dueño, que ella reconocería jamás, a lo largo de su intensa vida. Los gemidos sordos de la mujer se entremezclaban con los jadeos excitados del varón que intercambiaban su sudor y su ansias devoradoras, de modo que cuando comenzaron a dar v

sas y la leche fría eran los únicos compañeros de aquel instante en que el mundo desaparecía ante sus ojos para permitirle dejar de pensar y de controlarlo. Echaba el té reposado previamente y un azucarillo que se disolvía en él suavemente. Removía con la cucharilla de plata y en el remolino que se formaba echaba una nubecita de leche fría que le confería aquel sabor secreto que tanto amaba. El mundo se paralizaba cuando ella se sentaba en aquella silla solo utilizada para tal momento privado. Tenía que prepararse para la cena de gala a la que F

trayendo al personaje de mayor relevancia a bordo, el mismo presidente Máximo Torcuato Alvear, que descendía acompañado de su esposa la cantante de ópera Regina Pacini, que elegantemente ataviada sonreía satisfecha. El líder de la UCR entraba en la embajada y tras él se cerraban las puertas para acto seguido ser anunciado y abrir las dobles hojas de madera que comunicaban con el salón comedor donde el presidente acudía a la recepción dada por Wallis Warfield. Felipe Espil cedió la cabecera al presidente y a su derecha se situó su esposa, que lo alentaba en las cuestiones de

conversaciones. Las copas fueron llenadas de vinos tintos importados de España, y la carne de la Pampa hizo su aparición estelar abriendo el apetito de los emperifollados invitados, que c

tapa de cambio en la que las importaciones no son el elemento mejor considerado…-dejó el resto

, carne, textiles, y cereales, que nos colocan entre las primeras potencias productoras, y exportadoras…sin olvid

rá las exportaciones de manera y forma que no se pierdan las ganancias de la nació

a de engrandecer a una nación…-añadió Felipe Espil que satisfecho del cu

más una velada tan intensa y la marcha de Wallis supondría el decaimiento en este aspecto de las cenas de gala en las que el presidente mismo la echaría de menos. Las opiniones de Wallis Warfield una muje

escuchar, su pasión, cuando tenía delante a un hombre, capaz de fascinarla con sus experiencias. A lo largo de los años posteriores, echaría de menos a Espil y sus veladas de gala, con personajes de alto copete, que le conferían parte de su brillo a ell

Espil le fue metamorfoseando y pasó de larva a mariposa en escasos días. Acompañando a estos vestidos costosos a los que rápidamente se acostumbrada a llevar, iban joyas discretas, que le conferían luz, como si de una estrella se tratase. Su armario era algo que jamás soñó, y su indumentaria, le convirtió en uno más, de aquellos seres privilegiados que pululan, por la cordillera del Olimpo económico de Washington, como ella solía hacer en su provinciana ciudad de origen. Todos esperaban su aparición en las cenas y en las reuniones de la alta sociedad en

os, trenzados a mano, y bordados en sus picos con sus iniciales, terminaban de decorar lo que era el marco incomparable para una cena en compañía de los más poderosos y exquisitos señores de la economía norteamericana. La música sinfónica sonaba suavemente como saliendo por las rendijas de cada puerta y ventana para envolver a los invitados y el aroma de esencias chinas hábilmente tratadas por ella misma, enseñada por madame Wung para tales ocasiones, completaban el escenario de la cena regia que Wallis, y solo

bordes negros en su cuello y mangas largas hasta las muñecas, y una falda negra acampanada, acompañada de unos zapatos negros de charol con medio tacón, le devolvieron la imagen que ella deseaba proyectar a los demás de sí misma. Abrió el armario y eligió un bolso negro y blanco donde guardaba sus elementos de escritorio, que solía llevar para tomar notas, desde que le enseñasen a hacerlo en Sanghai. El día estaba medio nublado como su propia vida, pero ella se prometió a sí misma que al terminar este, el sol brillaría como

su nombre, que se escribiría con letras de oro en los anales de la historia. Rememoró los instantes en que su esposo aun, la estrechaba entre sus poderosos brazos, cuando les parecía, que el amor lo sería todo en la vida, y que jamás se separarían, antes de que Win empezase a amar a otra esencia mucho más peligrosa que una mujer, y con la que nunca podría competir, la afición al alcohol. Pero habían pasado dos años, y quizás él hubiese recapacitado, le hubiera echado de menos a ella como ella a él, y estuviese dispuesto a recomponer su matrimonio, para ju

oca, que tanto le fascinaban a Wallis. Su cabello dorado y su monóculo en el ojo derecho, y su delgadez, le hacían verse a ojos de Wallis como un dios nórdico

solía hacer desde hacía algún tiempo-ese vestido está bien elegido…s

n la benignidad del ser que habita en cada hombre y mujer, en un día dulce y luminoso. Y como chisporroteando, los brillo

a crear personajes en lugar de personas, y hemos de alejarno

e que había enseñado a cazar estaba empezando a salir del nido y ya nunca regresaría a él. Un hondo dolor lo invadió por dentro y las entrañas le pareció de desgajaban sin remedio al sentir que se

emos el uno en el otro sin que nada lo impida…ve, ve y aferra tu destino

y menuda, que sonrió abiertamente y sin control. Era la nueva mujer de Espil, que llegaba trayendo consigo la desgracia de Wallis y el desamor de Espil, unidos a la fortuna de su padre y a sus influencias que lo elevarían a la cumbre del poder en el cono sur. Espil la presentó y Wallis le extendió la mano con absoluta cortesía invitándola a quedarse con ellos y tomar algo. La muchacha decidió acceder y los tres por una sola vez formaron una extraña trinidad. Al concluir la mañana, Felipe Espil se despidió de Wallis, Wallis pegada virtua

lo en honor a nuestra amistad-una palabra que le dolió especialmente a Wallis- ya nuestro amor intensamente vivido. Te dije en una ocasión que mi propósito en la vida era situ

arecido por otro hombre. Ella había intuido que la abandonaría cuando surgiera quien debería

dijo mirándola como lo haría un dev

lorosos e inapropiados para Espil.-debes hacer lo que debes hacer…me dijiste en una ocasión que no se deben alterar l

sa en unos días –casi se le cortó la voz al pronunciar la pal

destino mayor, y que siempre seremos lo que la vida ha decidió que seamos. Cuando la tormenta arrecie, yo es

pena…-le respondió pálido y jadeante, con el pecho hendido de dolor, y los ojos húm

la ciudad no podía consentir que Espil y su flamante esposa, que lo sería dentro de escasos días se encontrasen con ella turbándole de tal manera. Win agrade

da libertad. El humo de las calderas y el sonido de la sirena, le dijo a Wallis que el navío se despegaba del puerto, guiado por el práctico y siguiendo al remolcador, que lo sacaba a alta mar. Una brisa suave trataba de despeinarle, y arrebatarle su sombrero, bien ajustado por largos alfileres, al cabello perfectame

los regalos de Espil y de sus invitados. Le daba cierta garantía de seguridad a la hora de marchar y le aportaba un pequeño capital para construir algo junto a Win. La vida recomenzaba, sin que nada ni nadie pudiese evitarlo. Recordó la despedida de sus amigos en la cena que dier

ablar conversación con tan distinguida señora y de esta forma conocer al mito en

no dude en pedírmela. –Con las manos a la espalda y la cabeza ladeada para admirar el porte de la dama, el capitán esperaba u

delicado el que vivo, y deseo La soledad más que nada, pero

ue daré esta noche-y sin esperar palabra de ella, le besó caballerosament

corrieron libremente desinhibiendo a los comensales que conversaron sin prejuicios, algo poco usual, que desagradó en parte a Wallis. El capitán mismo comprendió que la dama de mayor relevancia de la mesa, que se situaba por supuesto a su

poseo otra, la otra, y me gustaría que a

le conocía le ponía en sus manos el mayor tesoro que debía guardar en su haber, y lo hacía con auténtico placer. Esto le hizo preguntarse si n o debería cultivar aquel don que era la atracción fatal sobre los varones que ejercía como dado por la madre naturaleza para su defensa. El viaje transcurrió sin mayores incidentes dignos de mención y las aguas a v

a ella que anhelaba reunirse con Win convencida de que todo iría bien. Ignoraba que el padre tiempo y la madre destino habían en

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