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Wallis Simpson, jaque a la corona

Capítulo 5 Los dos años chinos

Palabras:3468    |    Actualizado en: 12/10/2022

ITU

S AÑOS

en más de una ocasión que les dejase tirados, en medio de la nada, pero aquel avión de tecnología germana, respondió como más tarde harían sus sucesores con la potencia y resistencia de quien fabrica las cosas a conciencia. Apr

dos ocupantes. En la lejanía bajo la protección de una espesa arboleda, dos figuras echaron a correr en su dirección completamente ocultos por gabanes, que impedían que se les identificase. Al llegar a la altura de Wallis y Robert, se de

y gritando, con lo que la calma está lejos de llegar. Sun Yat-Sen gobierna en Pekín precariamente, por lo que será mejor que nos recojamos pronto en casa para no atraer la atención sobre un grupo como el nuestro. Somos occident

al día sobre la cambiante política china, desde que hacía apenas una semana expulsasen al emperador Xuanngdong más conocido en Europa como Pu-Yi, del palacio de la ciudad prohibida. Era el momento de caos reinante, el que deberían aprovechar para llevar a cabo sus contactos y entretejer la red, que les perm

Katherine Rogers para Wallis, ya que Robert debía partir de inmediato para Berlín. Antes de partir le advirtió muy seriamente, sobre las conversaciones que podría tener con otros agentes que no resultasen ser d

fue a menudo su distracción y Wallis fue entendiendo los sucesos que acaecían en Europa y las razones que movían a Alemania a la revancha contra un tratado de Versalles denigrante para la nación germana.

os que pasar mucho tiempo en esta casa como ba

ina Wallis-. La habitación de la americana se situaba en la planta superior, y allí una ventana se abría al exterior mirando al sur, con una vista impresionante de la gran ciudad de Pekín, que semejab

sto de 1997, pala

en el puente del alma en París. Nada hace presagiar que la calma reine en un momento tan crudo, y los ataques a la Corona se sucederán, como una cadena que podría arrastrarla a su final, sin que nada o nadie pueda evitarlo, si no se sabe tratar el asunto Diana, como algo tan sumamente delicado, que el pueblo quede satisfecho, sin que deteriore de manera determinante a la

ferrando a la otra tras su espalda, trata de que no perciba su miedo a lo que se le viene encima, sabe que su popularidad, que no se halla en el punto culminante de su reinado, caerá hasta puntos insospech

Miles de personas esperan una reacción de la reina y esta prepara varias opciones, para tratar de que nada, suma al reino en un caos

rey Eduardo VIII. Como mujer de estado que es desde hace tantos años, bajo el peso de la corona inglesa, sabrá sacar partido al legado carnal de lady Diana Spencer. Sus hijos le serán de gran ayuda a la hora de limpiar su deteriorada imagen y le aportarán la frescura y el apoyo, de quienes irán perdiendo la memoria al paso de los años. El Sunday Times, sacará en portada unos meses más tarde, por consejo de su redactor, y del secretario de la casa r

el mismísimo palacio imperial al ex emperador Pu Yi. Esa misma tarde el Austin Seven, sale con ellos dos a bordo, con rumbo a la Ciudad Prohibida. Cruzan las calles sucias y desatendidas, con demasiados militares controlándolas y pidiéndoles las credenciales a cada paso. El permiso expedido por el propio Sun Yat Sen, les abre todas las barreras, y al cabo de dos largas horas, llegan a las puertas de la ciudad. Unas puertas inmensas, rojas, con adornos de b

e ubica el trono imperial, es el lugar al que llegan para ser recibidos por el propio Sun Yat Sen. A modo de emperado

, incluso dentro de mi propio gobierno. –El más poderoso personaje, en cuyas manos se hallaba el destino presente de la nación china, sonreía malévol

ditos. Dos pebeteros dorados, con dragones enroscados en estos, desprendían incienso en volutas, que tomaban caprichosas formas en el aire, impregnándolo con su fragante perfume. Vestido con uniforme

r mundial, en tiempos en que era prácticamente imposible, estoy hablando de Teodora…la emperatriz de Bizancio, la Roma oriental gobernada por el sabio Justinian

rañas condiciones que le iba a exponer el señor de China. Se adelantó, con la elegancia de una pantera negra, cuyo cuerpo

os…digamos asuntos de oscuro carácter, los llevaré a cabo sin remordimientos. Dígame qué es lo que está en su mente dando vue

–El gesto amable e invitador del mandatario chino de aspecto desafiante, alto y arrogante, indicó a

a la curiosidad de no ser porque el gobernante de China, se dirigió a este y extrajo de su uniforme una llave de cinco púas de bronce, que introdujo en la cerradura. Esta cedió con un click que evidenció que era usada a menudo. En la estancia decorada al más puro estilo clásico chino, con dragones en telas amarillas, cubriendo las paredes y biombos separando la pieza en tres partes, se hallan cuatro militar

ue dirige el destino de China…pero siéntese se lo ruego-se inclina para apoyar su petición, con la mayor de las cortesías-nos traerán los documentos que deseo q

a, dibujados en grandes caracteres sobre sus cubiertas. Wallis controlando sus temblores como mejor pudo, abrió tras mirar a Sun Yat Sen y obtener su permiso con un gesto de aquiescencia, la carpeta donde

pueda frenar sus ímpetus bélicos, que convertirán el suelo occidental, en un polvorín de no castrar los sentimientos nacionalistas de los que alborotan en el cen

necesaria para llevarlo a cabo sería desmesurada, inconcebible…un ejército así asustaría a las potencias extranjeras,

gue, le abonaré una cantidad que le hará muy rica, una de las mujeres más ricas del mundo señora Wallis…tendrá la preparación que sea necesaria y los recursos que solicite, sin que nadie le opon

aldría ganando, de eso ya se encargaría ella-. Sun puso sobre la mesa una bolsita de terciopelo escarlata y la vació ante los ojos desorbitados de Wallis, que vio como se derramaban sobre

ra sus gastos inic

ente distancia. Cruzaron la inmensidad de la plaza que se abría ante el palacio central y salieron por un estrecho callejón, hasta dar con las puertas que daban a la plaza de Tiananmen. Una hilera de autos negros, les esperaban para salir del área en que se encontraban, y llevarlos a sus respectivas residencias. Wallis pensó en Earl, y en su absurda idea de que las personas pueden cambiar. El era ahora un bebedor compulsivo, sin remedio posible, y ella debía tomar un camino que la llevaría tan lejos

de todas las comodidades occidentales, que muchos chinos aun despreciaban. Los militares sin pronunciar palabra, le indicaron que entrase y se quedaron haciendo guardia afu

nición se hallaba a su lado. Era todo el contenido del cajón. Se levantó de un salto y miró por la ventana, para ver que los guardias parecían haberse disipado con los jirones de niebla que flotaban, como espíritus, en la atmósfera de Pekín a esa hora. Nada debería hacer pensar que en la casa se hospedaba alguien importante para los planes de Sun Yat Sen, y sin e

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