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La Biblia de los Caídos

Capítulo 10 VERSÍCULO 10

Palabras:2481    |    Actualizado en: 17/10/2021

irla, pero prefirió callar y estud

ló Elena sacud

la habitación donde estaba encerrada su hija. El niño

ella—. Es como meter los dedos en un enchuf

hija —exigió El

remos entrar. ¿Ves ese símbolo tan chulo que hay dibujado sobre la puerta? Pues la mantiene cerrada, y es lo que te ha

algo, maldijo.

? No puede impedirme

de la que ha montado la criatura. ¿Qué esper

e dijo Elena—. De todos modos no s

o—. ¿Acaso te he insultado yo? Ni se me ocurr

siguió con el descarado examen que estaba haciendo a las sensuales curva

rce.

o, demasia

pasando el dedo gordo por el lunar de su barbilla—. A

a, si me enfadas, te azotaré hasta

etes. De todos modos, me gusta admirar la belleza. ¿Por qué te vistes de esa manera si no es para llamar la atención de los hombres? Sí, lo sé, soy solo un

capacidad de observació

como un niño

cosas que no hago como un

o sueñes! —Elena se

saca unos añitos. El tío se lo ha montado bien. Y tú, tan bonita, con un viejo así... Es por la pasta, ¿no? ¡Qué típico! Y qué práctico. Los dos salís

a so

niño normal y corriente. ¿E

prendió por

desgracia. Me causa bastantes pr

molestarme. No pienso hablar de sex

muy tensa conmigo, irritada. ¡Que solo s

breado! —se en

mordiéndose el labio inferior. El niño cerró

iba. Sonó como si echaran una puerta abajo. Diego abrió los ojos, sorprendido, y se

ntó ella mirando al techo

igüém

*

o Miriam no era así, no era una

Desarmada no podía enfrentarse a Álex

aban, que no les saliera gratis. Debía decidir a cu

o de Miriam. La centinela sabía que no lo

el Gris lanzándole el arma

ampa? ¿Un ardid para distraer su atención? Vigiló a Álex, no fuese a lan

la mano, despacio,

pasando aqu

lentendido —co

a resistirse a la detención. De hecho, devolver el martillo sería

le apuntó con el martillo—. Me arrojaste el puñal p

varió su

a regañadientes—. N

des que

le recordó Álex—. Uno que ha d

error, manifestar alguna preocupación por haber estado a p

iña —insistió Miriam—. Sabí

la contendrán. El Gris ya cometió el error de subestimarla una vez. ¿Qué quieres qu

ero no ab

a devuelto tu martillo si quisiéramos mata

No tenía pruebas en contra de ellos y e

ñaló asqueada—. Vigila

—. Es mejor ocultar el cuerpo. Mario

tió Miriam—. Ocúpate tú

ltad, cojeaba. La niña-demonio le había hecho más daño del que Miriam había supuesto. Puede que por eso no intentara huir. El

darle la espalda a Álex. Tenía muy presente que, aunque

preguntó Mario Tancredo ir

legaron Elena, Sara y Diego, impac

cado —mintió Miriam—. He

decepcionado—. ¡Bah! Esperaba al

ó ella—. Plata me pi

puso Diego—. Qué raro

Gris, necesito que liber

e la muerte de Samael. El cónclave exige tu presencia. He venido a escoltarte an

ierna. La centinela se dio cuenta de que le costaba mantenerse en pie. Su inexpresivo rostro disimulaba decentemente su debilidad, pero ella le conocía, advirtió

No te lo vas a llevar

pretó el mango

—le apoyó Mario—. Neces

—. ¿No has oído que es un ases

res la única que quiere llevárselo. No te impor

barrió a todos co

único que me importa. Estoy aquí bajo la máxima autoridad, y no retrocederé

esos inútiles alados aunque la mandaran saltar desnuda a un volcán en

ahora se acabó la charla. Apartaos o

s, tropezó con Sara. Álex continuó imperturbable. Diego resbal

enfrentará con ella. Miriam, baja el martillo, por favor, no te hará falta. —La c

de cua

é sin ofrecer

nada! —so

tre los ángeles y yo. Miriam solo es una mensajera. Que nadie vuelva a meterse en medio. —Hizo una pausa, le faltaba el aliento—. Te conozco, centinela, y tú a mí. Puedo expulsar a e

etó los

o Miriam—. ¿Y desde cuándo

Mario—. No te suponen nada

a lo inevitable —aclaró e

aguardaban la respu

el martillo a su muslo y sacó una pulsera de plata con unas runas grabadas—. Póntela. La llevarás en todo momento para que yo sepa dónde estás. Si te la quitas o

eca derecha. Le costó, su pulso no era firme—. Y sé cómo motivan a los centine

no co

uerdo con este

sí —repus

poyar la mano en el suelo. Sara le sos

muy mal

cia Mario—. ¿Sellamos el trato? Co

accionó con dema

a mismo —dijo reman

ija y yo decido. Ese asesino

í. Contamos con la supervisión de una centinela. ¿Qué más necesita

cosa. Si aceptas, ya sabes lo que sucederá. Si dejas que tan solo roce tu alma, desp

go por

interpuso entre

io—. ¿Entiendes todas las

ente —resp

marcha atrás. Y no ha

iesgo, esto

adió al ver la expresión de Mario—. Y yo tengo que descansar. Al caer la noche volver

ruco? —pregunt

demonio por no restablecerme? Además, ll

ruñó y protestó. Elena

ió Sara—. Apenas te tien

y trabajo. El niño y Álex saben qué hay qu

s y la miró. Sara le soltó, entendió

Mario—. ¿De verd

la cabeza con

s echarte atrás?

ría oírt

entornó

mí porque mañana por la noche voy a tortur

obre el suelo. Su cuerpo

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