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La Biblia de los Caídos

Capítulo 9 VERSÍCULO 9

Palabras:2736    |    Actualizado en: 13/10/2021

ada de madera, con gruesos tomos de todos l

en el suelo, justo en el centro. Era de

encuentro

acercó hasta ella

preguntó Sara of

él como si le fuer

reflexionó. Se inclinó peligrosamente hacia adelante, hacia la mancha del suelo, pero no l

nuevo la ma

de perro? —pregu

y encima sabe a residuo del infierno. —Plata se pasó el dorso de la mano por la boca—. Si fuese sangre de dragón lo entendería. Te pone fuert

nción e

enro

alta. En fin, es lo que dicen... Pero cambiemos de tema. ¿Qué hace una preciosidad como tú aquí sola? Y

asificarle. Al principio pensó que estaba loco, pero le extrañó que nadie le tratara como tal. Cuando desvariaba con los dragones, Sara no se atrevía a lleva

percibía sinceridad en sus palabras. Le intimidaba u

oco de hambre. Pero creo que me he perdido

qué te ha hecho Álex para que estés así. Tengo que ver a Mir

juzgar al Gris, ¿n

a pasarme para ver qué se cuentan los ángeles. Hay un par de ellos que hace mucho que no veo, ¿sabes? Oh, les hablaré de ti por supuesto. Se volverán locos de env

acomp

Algunas parecían auténticos desvaríos sin sentido, pero otras daban exactamente en el clavo, como c

s pasillos, pero no hubo manera. Plata vio una alfombra, que según él, era idéntica a una escama de dra

un pasillo lle

acepto discusiones en eso! Yo te protegeré del dragón. No son simples lagartos con alas,

etenido de golpe y ella no se esperaba el ti

—preguntó sin

un holandés con muy mal genio, un idiota, nunca me cayó bien. Me

ra ninguna experta en arte, pero un cuadro de Rembrandt debía de ser excepcionalmente car

tonces debo disculparme. Yo nunca destroza

. Había una mujer de medio perfil sobre

que me encan

amosos eran de chupasangres. A los vampiros les encanta que les dibujen. Como no pueden mirarse en el espejo, así pueden verse la cara. Claro que eso era antes de que inventaran la cámara de fotos. Es la tecnología que más les gusta. Y por e

no se peinan

xtraño silencio, torció un poco

falta y preguntarle por qué no se peinan unos a otros o no podré dormir. Necesito saberlo. ¿Dónde puedo enco

no pudo evitar que se cayera, se tendió junto a él y trató de ver q

chilló Pla

, Plata. ¿Dó

gún objeto con el que s

—logró decir Plata

jersey. No paraba de moverse y tuvo difi

¿Te sien

¡Mi esp

o, se le marcaban las costillas. Pe

iz vertical. ¿Es e

emaa

able. Le sonaba que, de ser ese el caso, se quejaría de dolor en el pecho, no de ardores en la espalda. Sin embargo tenía que hacer algo. Plata es

ntímetros y discurría paralela a la columna vertebral, separada un par de centímetros hacia la derecha. La yem

nmediatament

ngo! ¿Dónde e

completa normalidad, como si no hubiera estado des

ele? —preguntó frotándose el dedo,

descubrir que estaba en el suelo—. Odio ser alto, lo juro. Lo que no entiendo

a que empezara a hablar de nuevo de dragones. Pla

duele la

r mí es conmovedora. Me halaga. Y abusando un poco de tu generosidad, me arriesgaré a pedirte un favor.

supuesto, renovarían su petición inicial. Sara nunca había

a el jersey, Sara había alcanzado a ver su esp

*

a pierna izquierda. Aflojó un poco el nudo que mantenía el martillo sujeto a

s, Mikael había sido muy explícito respecto a la forma de proceder en caso de que el Gris no aceptara su autoridad. Y Miria

ado en desenfundar su arma y el fantasma la golpeó y se apoderó del martillo. Son muy pocos los fantasmas capaces de materializarse de manera continuada para poder sostener objetos, solo los más fuertes pueden hacerlo. Pero eso no

gel que se lo había enseñado todo. Arrastraba un látigo, largo y fino, apenas visible. Miriam contó siete latigazos antes de perder el conocimiento, siete silbidos de fuego, de puro tormento, que le hicieron con

o se iba a presentar ante un posible fugitivo

Se topó con un rostro serio y abatido, que no

tigo, centinela —d

engo

. —El empresario bloqueó el pasillo.

o hacer nad

e mantu

mucho pedir dado que el Gris está

as de rabia y frustración. Un dolor que comprendía, con el que era fácil

minuto

lvar a mi hija. Nad

interrumpió—. Tengo una mi

tengo a alguien para eso, pero necesito que no interfier

comprar a una cen

zó el millonario—. Todos te

mundo que me interesa? ¿Qué piensas que haría yo con tu dinero? ¿Comprarme una casa como esta? ¿Tal vez dedicarme a

omo te plazca. No me incum

ó con una son

al menos. Y tú no lo entenderías. ¡No insistas! Tus

ules de Miriam relampaguearon, su melena se agitó y su

ró en el Gris. Era el momento de comprobar si opondría resistencia, si desafiaría abiertamente a los án

sión para aplastarle. Miriam hubiera apostado a que se ocultaría y trataría de escapar de algún modo, especialmente si era inocente, pa

un grito. Escuchó movimiento al otro lado, susurros, no le gustó. Con un suave tirón, extrajo e

las tinieblas. Captó un fugaz movimiento por el rabillo del ojo, a su derecha. Era el Gris, silencioso y discreto,

o opuesto, por la izquierda. Volvió la

ata a su espalda—. Venía a ofrecerte mi

re que la separaba de Álex, quien lo acababa de arrojar. Debía girar el cuerpo e inte

te por si te ataca un dragón —seguí

to de su arma. Los dos metros de estatura de Plata la cubrieron por completo y

e movía. El mango de un puñal sobresalía de su espalda. La hoja era de unos cuat

odía ocuparse de Plata, aún estaba en p

o h

a bajo la bota del Gris.

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