El Juego Mortal de Amor de Mi Hermanastro
AN
s forzadas en mi rostro se volvieron gradualmente más genuinas a medida que fluía el champán y la camaradería de mis bailarines me e
teléfono v
ra cortante y urgente. -Bianca, ¿dónde
antener la irritación fuera de mi voz-. Han sido unos mese
quebradizo-. Es sobre la familia. Adolfo qu
os. La idea de volver a ese penthouse estéril, a la fría r
de cuánto hace Adolfo por ti? ¿Por nosotros? ¡Tu estudio, tu colegiatura, todo! Todo viene de él.
manojo de nervios, correteando por el penthouse, desesperada por complacer. Había cambiado una forma de servilismo por otra, intercambiando la tranquila dignidad de nuestra antigua vida por las brillantes cadenas de la riqueza. Siempre me recordab
el peso del dolor y las deudas crecientes. Cuando Adolfo de la Torre, el viudo poderoso y encantador, entró en su vida, recuerdo su desesperación,
ahora, después de la revelación de Damián, las piezas encajaban, formando un mosaico grotesco. Mi madre, la viuda desconsolada, era también la mujer que había buscado consuelo, o quizás una oportunidad, en los brazos de otro hombre mientras su esposo aún vivía. Predicaba la dependencia, pero su propio camino estaba pavimentado co
tectora, que casi me abalancé sobre él. Pero Damián, entonces solo una presencia silenciosa y observadora, había captado mi mirada. Me había hecho una sutil negación con la cabeza, una advertencia silenciosa. Más tarde, en la tranquila soledad de la biblioteca, en nuestro rin
la comprensión silenciosa del otro. Vi el dolor de su madre, el sufrimiento silencioso de una mujer atrapada, y pensé que él tam
tras confidencias susurradas, sus palabras reconfortantes... todo era parte de su fachada cuidadosamente construida. Había usado mi vulnerabilidad, mi deseo de conexión, en mi contra. Yo no era s
La voz de Corina, aguda e impa
je, mi voz pl
y volviendo a la escalofriante realidad de mi vida. El penthou
dre revoloteaba cerca, una sonrisa quebradiza pe
-anunció con una amplia sonrisa-. Sofía. Una c
. Tragué el sabor amargo de la bilis, un entumecimiento frío extendiéndose por mis extremidades. Debería haberlo esperado. Había dejado claras sus intenciones en
e indiferencia cuidadosamente c
a en la espalda de Sofía. Era una visión en un vestido rosa suave, su cabello perfectamente
ada. -¡Sofía, querida! ¡Te ves absolutamente radiante! -Envolvió a Sofía en un abrazo,
con una ternura desconocida. Damián, por su parte, estaba atento, su mano nunca la dejaba. Le sacó la silla en la mesa, le sirvió v
fresco. Sofía, consciente de mi presencia silenciosa, ocasionalmente me miraba, una sutil sonrisa de suficiencia jug
i ahí! Damián mencionó que eras una artista muy ocupada. Estamos muy emocionados con nuestro
negándome a caer en su provocaci
lo puedo soñar con tener un lugar tan hermoso. Usted y el señor de la Torre son tan afortunados de tenerse el uno al otro. -S
rectamente al punto más vulnerable de Corina. Implicaban su dependencia, su estatus de segunda
el cuchillo. Mi madre podría ser imperfecta, podría haber tomado decisiones terribles, pero seguí
te-. Tienes razón. Debe ser maravilloso tener un hombre que construya un imperio. Especialmente cuando no has c
apareció, reemplazada por un destello de ira venenosa. Abrió la boca para r
su voz autoritaria-. Mant
su expresión indescifrable, pero un destello de algo, quizás sorpresa, cruzó sus
trás. -Si me disculpan,
o de mi cuarto un bálsamo bienvenido para mi alma magullada. La amargura de la noche, la pura audacia de la exhibición pública de Damián, se asent