Enmarcada por el amor de mi esposo
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es, mi esposo y mi rival me tendieron una trampa con prueba
el niño que salvé y crie, ponchó mis llantas mientras mi esposo manipulaba los frenos
fantasma, limpiando baños y escondiéndome en las sombras mientra
cumpleaños número 18 de mi hijo como escenario para su propia fi
impieza, rota. Un fantasma al
quiv
aigo conmigo siete años de pruebas digital
ítu
e verdad er
líquido frío y mugroso se derramó sobre mis zapatos gastados. Siete años. Siete años fregando pisos, baños y la suciedad de las vidas de otras personas me habían
úsculo que creía haber olvidado cómo sentir, dio un golpe violento contra mis costillas. Le di l
nsa ahora, teñida de una extraña m
n el trapeador mugroso, deseando con todas mis fuerzas no
e hubiera quemado. El contacto me recorrió como una descarga eléctrica, un nervio
u voz se quebró-. Durante siete años
oras. Muerta. Era una palabra con la que había vivido. Una fic
a realidad del momento. Mis ojos, aún acostumbrándose después de mirar el piso pulido, se en
Herrera. Sus rasgos, usualmente afilados, estaban suavizados por un velo de conmoción, sus ojos p
ojos, oscuros y reservados, me miraban con una intensidad que m
o Catalina, su voz apenas un susurro, empujando al chico lige
en mi mano mientras le leía cuentos para dormir. Ahora, era un joven, con los h
ño, Elisa. Durante siete años. ¿Sabes cuántas flores dejé para ti? ¿Cuántas oraciones recé? -su control flaqueó, y una sola lá
. Tomé mi tóper del carrito de limpieza. Era un recipiente de plástico barato, lleno de sobras
u vestido. La curva era sutil, pero inconfundible. Otra vida. Un nuevo comienzo para ella. Siete años. Era t
ños. Un
mucho más fuerte que la comida. Nuestros caminos e
ojos escudriñando mi uniforme, las líneas de cansancio
-su voz estaba cargada de una lástima que me crispó los nerv
hacia el bote de basura industrial, el chirrido de mis suelas de goma el único sonid
rovista de cualquier emoción. Era una mentira pra
imas. Su mandíbula se tensó y sus manos se cerraron en puños a los costados. Mir
io hijo? -su voz era aguda ahora, cort
e tiempo, se estremeció. Bajó la cabeza y un
Ma
ñas clavándose en mis palmas. El aire se volvió denso, pesado con palabras no dichas.