Enmarcada por el amor de mi esposo
er de rostro amable y ojos cansados, gritó desde el final del pasill
responderle a María, una acusación silenciosa en sus ojos. Podía senti
una expresión perpetuamente malhum
a, Reyes. No lleg
ro se sintió miserable, apenas sufici
mago. Cada centavo estaba contado, un acto de equilibrio
ró a mi brazo. Catalina. Su agarre era s
licaban, llenos de una culpa que no quería ver-.
asta Ángel, que estaba de pie unos metros detrás de ella, con la cabeza aún inclinada. La
quité los dedos de mi brazo, uno por uno. La
e necesito -dije, mi v
Sus ojos, llenos de una mezcla de impotencia y frustración, refleja
a gramo de mi concentración. La supervivencia era un trabajo de tiempo completo. Ya me
n de un espacio común, apenas más que un clóset. En los días de lluvia, el techo goteaba, formando manchas oscuras y expansivas en el delgado colchón
profunda y opresiva. Estaba agotada, cada músculo gritando en protesta. Me quité los zapatos de una patada, demasiado cansada incluso
es, un
primer pensamiento fue el casero, exigiendo la renta un día ante
puerta. Quité el pestillo, abriéndola solo una re
, su mano descansando protectoramente sobre su vientre visiblemente abultado. Desentonaban como pájaros exóticos en este ca
rlos de vuelta al pasado al que pertenecían. Pero Javier fue más ráp
lrededor, arrugando la nariz con disgusto, su mano se levantó para cubrirse la boca y la nariz
viva -dijo, su voz suave, casi