Enmarcada por el amor de mi esposo
ash cegador, el rechinido de las llantas, el olor a goma quemada, el crujido nauseabundo del metal. Los recuerdos eran una marea implacable
nto desesperado de imponer orden en una vida que no lo tenía. En un rincón olvidado, bajo una fina capa de polvo, había u
costado y luego rodó hacia afuera. Un portarretratos. Cayó al suelo de concreto con un crujido agudo y nauseabundo. El cr
, posando torpemente frente a un árbol de Navidad brillantemente ilumina
ando que era "demasiado sensible al dolor" para presenciar un parto. Respeté su decisión, incluso me ligué las trompas
unido, llorando con un gemido débil y desesperado que se me clavó en el alma. Javier retrocedió, apartándome,
mi cuerpo a su frágil forma. Corrí a través de la nieve cortante, de vuelta al hospital, suplicando ayuda.
e a Javier, me dije a mí misma, que est
miento para sus piernas. Todo lo que los médicos podían ofrecer era una terapia física dolorosa y costosa, sin garantía de recuperación total. Por la noche, cuando el dolor hacía llorar a Ángel, yo caminaba por los pasillos, sosteniéndolo cerca, cantándole canci
gría que no sabía que era posible. Una felicidad pura, sin adulterar. Puse todo