Su prometida indeseada fue su verdadera salvadora
ero su fantasma me ac
obel publicaba todo, relatando su esc
Dante sostenía sus sandalias de tiras. Estaba descalzo, con
i siquiera pasábamos en coche cerca de
úmeda, riendo mientras una ola los perseguía por la orilla. No
sobre la mesa. Había termi
e a la finca de mis
o del Don. Estaba sentado en su estudio, atrincherado en una fortaleza de
eglando rosas blanc
eclaré, co
encima del borde de sus gafas
na beca.
on un golpe sordo. -¿Lalan? Eso está al otro
se canc
sa que pude oír el tictac del re
gafas, doblándolas len
emente... queremo
ando a ese tono severo de consejero-. No puede
-dije con voz hue
a mi madre. Y mi padre... mi padre se vería obligado a elegir entre su san
s -dije-. Solo quer
Vio algo en mis ojos. Quizás vio el agotamiento hasta lo
voz baja, rompiendo su papel-
sobre mis t
mente al aparta
tanto como yo. Su esposo era un soldado, un sicario de bajo ni
ó boquiabierta en el mome
pediente. El embaraz
o, con la boca ligeramente a
e ella lo sa
S
ados a sus costados-. ¡Tú lo salvaste! ¡Yo estaba allí, Nina! ¡Y
dije en
obel del Monte probablemente se estaba haciendo la manic
porta
de un lado a otro, frenética-. ¡Está arruinan
a. Incluso si lo supiera... aun así se acost
. -Voy a matarlo. Voy a marchar a su o
a como un bisturí-. Hiciste
padre sabrá que estaba practicando medicina de
ágrimas en los ojos, derrotada
jar que crea que e
e colgué el bo
No quiero a un hombre que necesita
erta, mi mano flot
, Linda. L
en Monterrey que no se dé cuenta de qu