Su Esposa, Su Sentencia de Muerte
uras, haciendo que el mundo pareciera crudo y feo. La quemadura en
ue amable. Chasqueó la lengua
ea -dijo-. Su esposa de
mentí, las palabras sabiend
mpasiva. No me creyó, pero era de
us voces llegaron desde el pasillo. Elena y Héctor. D
or -decía Elena, su tono una mezcla d
se quejó él-. Dale un
nca me había llamado más que Javier o Javi.
diota. Un completo y absoluto idiota. Había construido mi vida sobre los cimientos de la gratitud de una
y dura verdad. Yo no era de su mundo
la enfermera, pagué en efectivo y huí de la clínica
a esperando, con los brazos cruzados
as estado
dije, levantando
ción de segundo, vi algo, un destello de culpa
-dije, la amargura afilada en mi voz-.
éctor es sensible! No es como tú. Es importante para mí, y es i
rensivo esposo mientras ella se acostaba con otro hombre. Que pusiera
pero me negué a ll
ado todo, y finalmente la estaba viendo. Fría. Calculadora. Egoí
o estaba seguro de haberlo dicho
e? -preguntó
ad
ancio actuado. -Mira, lo siento. Vayamos a la casa de
in de semana en Cuernavaca, los
me senté en la arena, con un libro en mi regazo que no podía leer. No sabía nadar, un hecho
fecto. Dorados, h
tomarla, dejándome solo con él. Héctor salió del agua,
ó, dejándose caer en la arena junto a m
rró. Era sorprendentemente fuerte. Me a
seó en mi oíd
ió la cabeza
ulmones ardían. Me agité salvajemente, pero su mano era como un to
a morir, me sacó. Tosí y
do. -¿Ves? No
pánico, la oscuridad. Estaba juga
que le importa si vives o mueres? -susurró, su voz llena de veneno-
a y terca, se negó a creerle. Ella
ra mi mente. Sonrió, una sonrisa verdader
or encima del agua agitada, mientras es