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Su Esposa, Su Sentencia de Muerte

Capítulo 4 

Palabras:1166    |    Actualizado en: 08/08/2025

aminar de regreso hacia nosotros. El a

l show -

tropezar, agarrándose de mí mientras caía. Su peso

desorientado, hundiéndome. A través del agua borrosa, vi la figu

te, pensé: *V

dar, el hombre que realmente se estaba ahogando. Estaba mirando a Hé

o no era

a que se instaló en mis entrañas, a

un pulso agudo y furioso. Mi cuerpo se acurrucó sobre sí mismo, una reacción involuntaria a

te agarrándome, sacándome. No era Héctor

acia arriba. Elena estaba atendiendo a Héctor, envolviéndolo en una toalla, s

. Trayéndome sopa, ahuecando mis almohadas, leyéndome durante horas. Todo había sido una a

o de ellos me forzó a ponerme un traje de neopreno sobr

asta donde estab

su brazo. Estaba montando la actuación de su vida-. ¡Me

de horror fabricado. Luego se volvi

su voz peligrosamente baja-. ¿

cusación. Ya me había

. ¿De verdad crees... después

iló. Vi un destello

voz temblando-. No estoy seguro aquí. -Hizo un adem

n de la duda a la frialdad de la piedra en un instante. E

le den una lección -dijo, su voz desprovi

anti-tiburones que

co. Estaba temblando,

ijo uno de los guardias mientras me metía en l

umergiéndome en un mundo de barrotes

on a circular. Tiburone

a los espacios pequeños y cerrados. Y le tengo pánico al agua. Elena lo sabía.

taba usando pa

és de una pesadilla. *Nunca dejaré que

haciendo daño. Ella era el

ban los barrotes. Las lágrimas corrían por mi cara, perdidas en el agua de mar que llenaba el fondo

esca había visto la jaula. Los pescadores me sacaron, justo cuando mi

hes tranquilas que pasábamos leyendo uno al lado del otro. La forma en que so

No te amo*, dijo la Elena del sueño. *Nunca lo hice*. La

s. Estaba en una cama. En una habitación del yate. El

vaba una de mis batas de seda. Tenía marcas

tan profundo que se había

a-. Qué lástima. -Arrojó una carpeta sobre l

firma, elegante y firme, esta

e. Mi mano estaba firme. Firmé mi

arrebatando los papeles. S

é. Lágrimas silenciosas que empapa

iempo. En cinco años, en esa gran casa, había acumulado muy poco que

la casa hogar. Estaba oxidado ahora. Lo sostuve en mi mano, junto con mi simple

s que está

ltar. Estaba de pie en la

inche? -exigió-. ¿Necesitas otro

sado. Increíbl

e como el acero. -Sube al coc

or

ndome fuera de la habitación-. Y

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