El Amor en Tiempos de Traición
er, riqueza y control, y en su interior, el hombre que se encontraba en el centro de todo, Alejandro Ferrer, tejía su red de influencia. Lucía apretó los labios, sintiendo que el peso de su m
tir una punzada de duda. Nada en este mundo empres
ón que, en teoría, velaba por la justicia, pero que también tenía sus propios intereses. Si quería cumplir con su cometido, tendría que ser meticulosa, paciente y, sobre todo, mantenerse dist
ámparas de cristal. La persona encargada de la seguridad le dio una mirada casual, pero Lucía sabía que nada en este lugar era casual. Cada gesto, cada palabra, estaba cuidadosa
día cualquier rastro de nerviosismo. Nadie debía sospechar de ella. Nada podía salir mal. En cuanto las puertas del ascensor se abrieron, Lucía encontró el vestíbulo principal de la planta ejecutiva. Un espacio que res
la de espera. Lucía se sentó, observando las fotos en las paredes, los títulos de los libros en las estanterías de la sala. Nada parecía fuera de lugar. Pero Lucía sabía que no debía dejarse d
icina de Alejandro. Las puertas se abrieron ante ella, revelando un espacio amplio, con vistas panorámicas de la ciudad. Alejandro estaba de espaldas, mirando por la ventana. Su figu
rse a mirarla, su voz profunda y control
investigar a fondo. La joven tomó asiento frente a él, observando cómo su figura se recortaba en el contraste de la luz que entraba des
señor Ferrer? -preguntó Lucía,
esa, Lucía. No eres una persona común, eso es evidente. ¿Q
eutral, controlando cada pal
Mi experiencia en la gestión de crisis podría ser útil
s que no creía completamente en su respuesta. Él había escuc
e no hay espacio para los errores. Todos los movimientos, cada paso
r la estaba evaluando, buscando cualquier signo de vulnerabilidad, cualquier grieta en su fachada. Y si algo había aprendido, era que no podí
a había llevado a ser seleccionada para esta misión. Sin embargo, a medida que avanzaba la conversación, algo comenzó a cambiar en ella. Cada vez que sus ojos se cruzaban con los de Alejan
n, Lucía se levantó y, con una
r Ferrer. Estoy ansiosa por
su lugar, sus ojos la estudiaron con una intensidad que h
en dice ser. Todos jugamos un juego, y yo soy el que controla las regla
us palabras resonaba en su mente. Sabía que su misión había comenzado, pero algo dentro de ella tem
aba era que, tal vez, no d