La madre de mi novia
rario empezaba desde las seis de la mañana. Leía la Ilíada de Homero, aprovechando la sombra que le daba uno de los árboles. Sus ojos azules oscuros estaban concentrados en las p
r del medio día lo sofocaba de forma moderada. Activó la pantalla de su móvil para ver la hora y suspiró. Ya estaban a final de semestre, era el momento de trabajos y parciales definitivos. Sin mencionar que las notas que había obtenido en los cortes anteriores eran altos. Al terminar sus clases, caminó por el campus de la universidad y se dirigió a la salida principal. Vestía ropa modesta: un jean oscuro y una camisa
ri que iba a la cabeza del pelotón. Era Ibrahím Walton, el más rico
mientras continuaba su camino. Ellos habían r
o burlesco en la última frase. Todos sabían que su relación era una
ecas y siguió su paso s
i, intercambiando miradas con Rebeca Hall, la que era s
por encontrarse. Inhaló y exhaló profundo y aflojó sus hombros. No respondió nada y solo subió a otro de los vehículos. Así, se dirigieron a la casa de Rebeca. Al llegar, fue excluido de la celebración de ellos. Estaba en una silla, en la distancia y apartado de
uavidad por los hombros de ella, susurrá
anos, casi irreales. La relación se había convertido en una rutina sin emoción, en una costumbre que ambos mantenían por inercia. En un trato de conveniencia. Cerró los ojos un momento, escuchando el eco lejano de la música y las risas. En su mente, comenzó a formarse una idea que había estado evadiendo durante semanas: terminar con Rebeca. No por Ibrahím ni por la incomodidad de verlos juntos, sino porque merecía algo más que una relación sin amor. Merecía la oportunidad de encontrar a alguien que lo
reguntó Hoel, esperando
a con una sonrisa-. La señor
blado de asuntos personales, por lo que, en realidad, ninguno de los dos sabía much
la derecha -dijo, señalando la dire
os los géneros y épocas. El aroma a papel viejo y nuevo, encuadernaciones llenaban el aire, dándole una sensación de tranquilidad y permanencia. Quedó maravillado viendo el lugar y se sumergió en la tarea de explorar y revisar las novelas que allí se encontraban. Cada libro que sac
nsación de curiosidad y fascinación comenzó a crecer en su interior por la madre de ella, ¿estaba el mundo editorial por ser un negocio o si le apasionaba la literatura? O, ¿tal vez eran ambos? Aquella mujer vivía rodeada de libros. Eso era algo que podría llegar a envidiar, de buena manera. Después de un rato, encontró un rincón acogedor
ado leyendo. Al bajar las escaleras y al estar en la sala de estar, no se percató de la persona que venía caminando hacia él. En su distracción, chocó de
apidez, como si el destino mismo estuviera emocionado por haber pro
s centímetros. No necesitaba ser un genio para saber de quién se trataba. Aun