Placeres intensos
tardes también, Beto. ¿Ya estás sin trabajo en un momento como este?
lrededor de la mesa, acercándome a mi primo y saludándolo con un abrazo
la, siendo acompañada por Beto.
rle a Beto que yo trabajaba tan duro como cualquiera, él no lo creía y sólo veía los laureles de tener una
Le entregué una de las tazas y me senté a su lado. - Pero dígame, ¿qué
para ti ahora? Y lo mejor es que esta vez acertó en su elección. - Él in
o sé si este durará mucho. Parece
fruncía el ceño. - ¿Como asi? ¿A la chica le gusta la misma fruta que
ya sabes. Beto se estiró, colocó la taza sobre la mesa de café y regresó,
r? Respiré hondo y me recosté en mi asiento. -Me parece diferente a la
rá que el semental más grande que conozco está perdiendo sus encantos? ¿Qué pasó con Eduardo hace unas
otegerla. Probablemente porque la conocí cuando era niña, no sabría cóm
benefciarme del gatito? Puse los ojos en blanco de nuevo y no respondí. Al observar esto, Beto volv
or. Hice un sonido como si fuera desdeñoso. No estaba bien apostar p
sta de Beto, como si estuviera de acuerdo con ella. Era
rsona fácil.
n mes trabajando conmigo, lo que la convertía en la secretaria que
cia, ella fue la que salió adelante en comparación con cualquier otra sec
lidades, podía ver un atisbo de una pequeña sonrisa en su rostro. Pero apenas me dirigió sus hermosos d
tadora y miré el reloj. Fue un poco de tiempo extra, pero generalmente los viernes me gustaba tener
emente sobre la silla y mirando hacia atrás, enfocándome en la ventana que aún estaba abierta. Era una ve
a. Esperaba que no arruinara mi velada. Terminé de apagar todo, cerré las persianas, eché un vistazo más al cielo y salí de mi habitación. Al p
sas lo más prácticas posible. Pero
a una organización que sabía que sólo ella entendería. Su mesa estaba impecable. Un carraspeo me sacó de ó
llecido hacía unos años, y le gustaban las visitas, aunque a mí no me agradaban mucho. - Tenía pensado salir con Beto hoy. Entré en el ascen
un niño abandonado, siempre que er
fue a su lugar, ya que nuestros coches estaban en lados opuestos. Mi auto estaba en un extremo del estac
mente ya había empezado a llover. Arranqué el auto y comencé a salir del edifcio, dándome cuenta de qu
ión, pero me puse serio en el mome
ra que ni siquiera imaginaba que fuera posible que estuviera. Estacioné
ba, noté que la llanta delantera, d
dejándola en la estacada. Lo cual
nte puso los ojos en blanco cuando me vio. - ¿Y crees que eso es gracioso? - estaba muy estresada. - ¿La
No sabía que esa Brasilia amarilla era tuya. Siempre lo veía en el a
rme. Me acerqué a él con cautela, para no estresar aún más a