PDV. Isabel.
Estaba saliendo del juzgado con mi mejor sonrisa tras ganar otro caso. En mi mente estaba mi porrista moviendo el trasero cantando “¡You won, You won!” Cuando mi teléfono repicó, observé la pantalla y era un número internacional, podía ser cualquier cliente que estuviera fuera, así que contesté.
– ¡Buenos días! – respondí, usando mi tono profesional.
– ¡Me casoooo! – escuché el grito al otro lado de la línea.
– Por Diooos, casi me dejas sorda – le respondí a mi amiga Pilar. – felicidades me alegro por ustedes, hasta que Luis Alberto por fin te dio el anillo.
– Ay sí, mi alma, tienes que venir a mi despedida de soltera.
– Por supuesto, no me la perdería por nada del mundo, pásame el día que tienes pensado hacerla y reviso mi agenda a ver qué tal.
– Nada de a ver qué tal, eres mi dama de honor / madrina / ayudante así que no puedes perderte nada. Tienes que venirte – chilló, con su acento cantado.
De nada han servido los seis años que tiene viviendo en Fráncfort, cuando hablamos, el acento español brotaba por todo su ser.
– ¿De dónde me estas llamando? Mi teléfono no reconoció el número – comenté al azar para que no continuara por ahí.
– Como te conozco, abogada – me la imaginé haciendo un puchero – no me cambies el tema su señoría.
– Pilar, te prometo que abriré un espacio para tu boda – me resigné, con ella a veces no se podía.
– ¿Qué parte de estar en todo, no escuchaste, Isabel María? – al decir mis dos nombres ya sabía que la estaba haciendo molestar.
– Tienes dos años que no tomas vacaciones, he tenido que ser yo quien ha ido a España, es mi boda y me lo debes, tienes que venirte un mes.
– ¿Un mees? – ahora fui yo quien grite mientras abría la puerta mi coche – ¿Te has vuelto loca? no puedo dejar la oficina por un mes – objeté. – Además, tienes que casarte aquí, esta es la tierra de ambos, es el trato.
– El mismo trato que tú tienes cuatro años rompiendo. – solté un suspiro pesado, llegaremos a viejas y me lo seguirá sacando en cara.
– Ok, lo siento ¿sí? Voy a manejar, estoy muy feliz por ti, te llamo al final de la tarde para que me cuentes los detalles ¿de acuerdo?
– De acuerdo, su señoría.
– Boba, te quiero, cuídate y salúdame al Luis.
– Te quiero.
Así colgamos y yo me dispuse a introducirme en el tráfico madrileño rumbo al bufete, aún me quedaba la entrevista con un prospecto de cliente y una reunión de socios. Al final de la tarde al llegar a mi piso, me quité los tacones de aguja negros y los puse en su espacio, justo al lado de la puerta en una repisa destinada para ello.
A mi piso solo se puede entrar descalzo, nadie va a traer la suciedad de la calle y con energías discordantes. Me fui a dar un baño, ponerme unos shorts de algodón grises y una camiseta rosa para irme a la cocina a prepararme una ensalada de pollo y por supuesto, llamar a Pilar a quien puse en altavoz mientras cocinaba.
– Ya te iba a llamar yo – contestó al segundo repique y me la imaginé torciéndome la boca.
– Mujer de poca fe. Ahora sí, ya tengo una copa de vino llena, cuéntamelo todo, ¿cómo fue?