Gracias por tus Apoyos Financieros

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Gavin

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Mi vida como encargada de sala en un restaurante exclusivo de Madrid siempre había sido de trabajo duro y discreción. Era un mundo de rutinas, lejos de los brillos y las sombras de la alta sociedad. Una noche, mi burbuja se rompió cuando, sin querer, escuché la cruel conversación. Isabel, una joven rica, y Mateo, el heredero de un imperio hotelero, me veían solo como carne de cañón para una apuesta sádica: enamorarme para luego humillarme públicamente. De repente, mi vida se llenó de un lujo irreal. Mateo me colmó de vestidos caros, viajes exóticos y un apartamento impresionante, mientras Isabel creaba una página anónima burlándose de "la trepadora", y yo me convertía en el hazmerreír de la élite madrileña. Cada regalo, cada sonrisa, era una pieza más en su cruel farsa. ¿Cómo podía yo, una simple camarera, sobrevivir a esta red de mentiras y humillación dirigida? ¿Aceptaría mi destino, desmoronándome como esperaban? La injusticia se sentía como un golpe, pero mi mente ya estaba fría, calculando. Pero lo que ellos jamás sospecharon es que esa noche, lejos de sentir rabia o pena, sentí el rugido de una oportunidad. Decidí que su "inversión" y su veneno serían mi capital, y que su desprecio sería mi escalera. Su juego acaba de comenzar, pero el mío era mucho más peligroso, y yo ya tenía mis propias reglas.

Introducción

Mi vida como encargada de sala en un restaurante exclusivo de Madrid siempre había sido de trabajo duro y discreción. Era un mundo de rutinas, lejos de los brillos y las sombras de la alta sociedad.

Una noche, mi burbuja se rompió cuando, sin querer, escuché la cruel conversación. Isabel, una joven rica, y Mateo, el heredero de un imperio hotelero, me veían solo como carne de cañón para una apuesta sádica: enamorarme para luego humillarme públicamente.

De repente, mi vida se llenó de un lujo irreal. Mateo me colmó de vestidos caros, viajes exóticos y un apartamento impresionante, mientras Isabel creaba una página anónima burlándose de "la trepadora", y yo me convertía en el hazmerreír de la élite madrileña. Cada regalo, cada sonrisa, era una pieza más en su cruel farsa.

¿Cómo podía yo, una simple camarera, sobrevivir a esta red de mentiras y humillación dirigida? ¿Aceptaría mi destino, desmoronándome como esperaban? La injusticia se sentía como un golpe, pero mi mente ya estaba fría, calculando.

Pero lo que ellos jamás sospecharon es que esa noche, lejos de sentir rabia o pena, sentí el rugido de una oportunidad. Decidí que su "inversión" y su veneno serían mi capital, y que su desprecio sería mi escalera. Su juego acaba de comenzar, pero el mío era mucho más peligroso, y yo ya tenía mis propias reglas.

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El frío de la muerte aún se aferraba a mis huesos, recordándome la sangre en mis sábanas y el dolor lacerante de perder a mi hijo nonato. Todo esto, mientras mi esposo, el Príncipe Alejandro, consolaba a mi propia hermana, Valentina. Ese recuerdo se desvaneció como un fantasma al amanecer al despertar y sentir la mano del médico en mi vientre. "Estás embarazada de casi dos meses. El bebé está sano", dijo con una sonrisa. ¿Embarazada? Una ola de emociones me golpeó: la alegría, la desesperación pasada y una furiosa esperanza. Recordé la verdad con aterradora claridad: cómo mi hermana, egoísta y hermosa, rechazó este matrimonio, alegando amor por un plebeyo. Yo, que amaba en secreto al príncipe, ocupé su lugar para salvar el honor familiar. Recordé su regreso meses después de mi primer embarazo, llena de arrepentimiento y celos, seduciendo a Alejandro con insultante facilidad. ¡Escuchaba sus risas resonando por los pasillos mientras yo me marchitaba en mi habitación, su traición la daga que causó la pérdida de mi bebé y, finalmente, mi propia muerte por una "fiebre repentina"! El Príncipe Alejandro entró con su sonrisa perfectamente ensayada al escuchar la noticia. "¡Sofía, mi amor! ¡Seremos padres!", exclamó, abrazándome con frialdad y el ligero perfume de otra mujer en su ropa. Fingí una sonrisa tímida, pero por dentro, mi corazón era un témpano de hielo: este hombre solo un peón, mi hermana, mi propia sangre, el verdadero objetivo. Tenía una segunda oportunidad. No para amar, sino para vengarme.

Amor Traicionado: La Bestia Despertó

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Fantasía

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El grito de Sofía resonó en la lujosa sala, un sonido agudo y lleno de rabia que cortó el aire. Mi xoloitzcuintle, "El Guardián", gimió suavemente a mis pies, ajeno a la farsa. De repente, un impacto brutal y seco me paralizó: Sofía, con un tacón de aguja, había destrozado la vida de El Guardián. Un aullido ahogado, un cuerpo convulsionado, y luego el silencio, sólo roto por el oscuro charco de sangre que se extendía en el suelo de mármol. Mi fiel compañero, el legado de mi abuelo, yacía inerte, mientras la mujer a la que amaba sonreía con cruel satisfacción. "¡Tú… lo mataste!", logré decir, la voz desgarrada por el horror y la incredulidad, pero su risa fría devoró mis palabras. Sin piedad, Sofía ordenó a sus hombres que me arrastraran al sótano, un lugar húmedo y maloliente, donde la oscuridad me envolvió. Escuché su voz gélida: "Suéltenlos", y entonces sentí unos gruñidos bajos y guturales. Dos siluetas enormes y musculosas, dos pitbulls de pelea cuyos ojos brillaban en la penumbra, descendían las escaleras. "¡Sofía, no! ¡Por favor, no hagas esto!", supliqué, el corazón latiéndome a punto de estallar. Pero su cruel melodía resonó desde arriba: "¡Demasiado tarde, mi amor! ¡A ver quién entrena a quién ahora!". Los perros se lanzaron sobre mí, sus fauces goteando saliva, sus dientes destrozando mi carne, mis propios gritos ahogados en mi sangre. Fui devorado, solo un espíritu de dolor y confusión flotando en el frío y húmedo sótano, un testigo impotente de mi propia aniquilación. Arriba, Sofía negaba mi muerte, manipulaba la historia y planificaba profanar la memoria de "El Guardián" por el capricho de Rodrigo. Mi alma gritaba en silencio, viendo cómo la farsa de Rodrigo continuaba, una realidad tan grotesca que me rompía por dentro. No era solo la crueldad de Sofía, sino la completa ceguera y la profunda locura lo que me atormentaba. Pero, ¿quién era realmente Rodrigo? Y, ¿por qué Sofía se había convertido en este monstruo? Desde la oscuridad de mi tumba sin nombre, mi espíritu juró que la verdad saldría a la luz.

El Canto de la Venganza

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El dolor agudo en mi pecho fue lo último que sentí. A través de mi visión borrosa, vi a Pedro, el vocalista de "El Zorro de Seis Colas", arrodillado frente a mi hermana Elena. "¡Si no fuera por ti, yo debería haber sido el mariachi de Elena, y ya estaríamos juntos!", su voz llena de un resentimiento que nunca antes había escuchado, resonó en mis oídos antes de la oscuridad. Entonces, un destello cegador. Abrí los ojos bruscamente. Había vuelto, el día exacto de mi mayor humillación y de mi muerte. Pedro se arrodillaba en el escenario, pero no ante mí, sino ante Elena. "Elena", su voz profunda y resonante, "tu talento es una estrella brillante, mientras que el de tu hermana ya está en declive. Te ofrezco mi lealtad y mi carrera. Por favor, permíteme ser tu mariachi". La declaración fue una bofetada en público. Elena sonreía, sus ojos brillaban con un triunfo mal disimulado. Mi padre, ignorando mi presencia, se aclaró la garganta, su silencio una aprobación. Pedro se giró hacia mí, su expresión ya no era devoción, sino fría condescendencia. "Sofía, sé que compusiste 'Corazón de Agave' para mí. Pero eso fue un golpe de suerte. Tu estrella se está apagando. Elena es el futuro". "Todo lo que hiciste por mí, te lo agradezco", continuó, su tono ligero. "Fue una inversión. Te daré el doble de lo que gastaste en mí. Con eso, estamos a mano y podemos cortar lazos por completo". "Incluso te compensaré por esas pequeñas heridas en tus manos. Cien mil pesos deberían ser suficientes para cualquier tratamiento estético", dijo con una sonrisa. El aire se escapó de mis pulmones. En mi vida pasada, esto me destrozó. Pero ahora, solo sentía un frío glacial. Levanté la barbilla y lo miré directamente a los ojos, una calma escalofriante en mi sonrisa. "De acuerdo", mi voz clara y firme en el silencio. "Acepto. Cortamos lazos. Eres libre, Pedro". La sorpresa cruzó sus rostros. No esperaban que yo lo dejara ir con tanta facilidad. Pero ya no era la misma Sofía. La mujer que murió con el corazón roto había aprendido la lección. Y esta vez, la que iba a reír al final sería yo.

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El aroma a mole de olla recién hecho llenaba "Corazón de Maíz", mi restaurante con estrella Michelin. Esa noche, el éxito era más dulce por el secreto en mi bolsillo: dos boletos a París para celebrar cinco años con Sofía, mi esposa, a quien creía "estéril" por un diagnóstico devastador. Llegué a su apartamento parisino con un ramo de peonías, soñando con su cara de sorpresa. Pero la sorpresa fue mía: Sofía estaba ahí, con una máscara de pánico y un vientre ¡de seis meses de embarazo! "¿Armando? ¿Qué... qué haces aquí?", susurró, y mi mundo se derrumbó con el ruidoso golpe de las flores al caer. "¿Estás embarazada? ¿Mi esposa estéril?", espeté, pateando las flores en el pasillo mientras ella confirmaba lo impensable. "Nunca fui estéril. Falsifiqué el diagnóstico. No quería hijos, mi carrera despegaba." Cada palabra era un puñal. Y el bebé no era mío. Era de un tal Ricardo Mendoza, un torero, un exnovio. "¿Altruismo? ¡Estás loca! ¡Estás gestando el hijo de otro!", intenté gritarle, pero la rabia me ahogaba. Su argumento de "acto noble" me revolvió las entrañas, mientras mi cerebro intentaba procesar la monumental traición de los últimos cinco años. "O te deshaces de ese niño ahora, o nos divorciamos. Elige", solté, y su pánico se hizo evidente. De repente, un ruido metálico en la puerta: una llave, y apareció Ricardo, el torero, besando su vientre y luego sus labios. "¿Qué haces aquí, Robles? ¿Viniste a prepararnos la cena?", me dijo, con arrogancia, como si yo no existiera. La furia me cegó. "¡Voy a matarte, hijo de puta!", grité, y en ese instante, Sofía me empujó, ¡protegiéndolo a él! Mi puño se estrelló contra su mandíbula. El caos estalló. Él, el "enfermo terminal", me amenazó con hundirme. Justo cuando estaba a punto de golpearlo de nuevo, la policía irrumpió. Ricardo y Sofía, actuando como víctimas, me arrojaron a la cárcel. "Él es mi esposo, pero Ricardo y yo estamos juntos. Armando se volvió loco", declaró Sofía, y me convertí en el villano de su historia. En la celda, una idea se forjó: el verdadero poder no era el dinero ni la fama, sino quienes los controlaban. Había una pieza clave que ellos no esperaban. "No voy a pagarle ni un centavo", le dije al detective. Estaba harto de ser el perdedor. "Lo siento, Armando. Todo se salió de control", me dijo Sofía al día siguiente, pálida y arrepentida. "¿Se salió de control? ¿O simplemente siguió el guion que ustedes escribieron?", le espeté. Pero luego, una sonrisa fría: "Necesitamos hablar. Los tres. En un lugar neutral. Mañana." Ricardo, con aire de magnate, me ofreció un cheque con ceros infinitos para que desapareciera. Lo rompí en pedazos. "Qué generoso para un hombre que se está muriendo", le dije. "Nos falta una persona. La más importante, la que realmente tiene el poder aquí. La que paga por tus cigarros cubanos, Ricardo." Y justo entonces, la puerta de la suite se abrió, revelando a Isabella Vargas, la esposa de Ricardo, "La Viuda Negra".

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