Por Emanuel
Estaba esperando que se abriera el portón del garaje de la casa de mi padre, cuando en la puerta de la casa de nuestros vecinos, veo a Solange, charlando, como siempre con Morena, su amiga.
Digo como siempre, pero me refiero a que ellas son amigas desde que las conozco, sin embargo, hacía muchos años que no veía a la señorita maleducada.
Aunque en su momento le hice tragar toda su estupidez.
Miré de reojo, seguía siendo bella, bellísima, sexi, sensual y todos los adjetivos que se me pudieran ocurrir, pero también era malcriada, déspota, antipática, y terriblemente estúpida.
Ya se lo dije una vez, era la tonta que vivía al lado de la casa de mis padres.
Si bien hacía muchos años que no la veía, estaba seguro de que seguía siendo igual que antes.
Morena se despidió de ella en el momento en que yo estaba entrando a la mansión familiar.
-Hola mamá ¡Feliz cumpleaños!
-¡Gracias! Te esperaba por la noche, con Gloria.
-Quedate tranquila, que ella va a venir, yo pasé un momento, por si necesitaban algo.
Digo mientras le entregué un hermoso ramo de rosas rosas, las preferidas de mi madre.
-Hijo, siempre sos maravilloso.
Mi madre realmente cree que soy el mejor del mundo, siempre nos adoró, tanto a mi hermano como a mí, aunque con Ricky están algo distanciados.
Él se abrió camino por su cuenta con otra empresa, lejos de nuestro rubro y si bien colabora con la empresa familiar, no es constante y discute bastante con mi padre por ese asunto.
Ricky es socio de una importante cadena de gimnasios, que se hallan dispersos en los puntos top de toda la capital y en las ciudades más importantes del país, siempre en barrios cerrados o de cierta categoría.
Sus gimnasios son reconocidos en muchos aspectos y las cuotas que cobraban no las podían pagar cualquier empleado.
A mi padre le molestaba que en lugar de dedicarse en un 100% a nuestros negocios, haya prescindido, en parte, de nosotros.
Hace mucho que pienso que Ricky está ocultando algo, o que ese tema va a ser la ruptura de nuestro grupo familiar.
Por mi parte, tampoco puedo decir mucho.
Me ponen como ejemplo en las empresas, pero mi vida privada es un fracaso total, cubierta de desesperanza.
Me casé con la mujer que me impusieron mis padres, fusionamos varias empresas con los padres de mi esposa.
Sin embargo, puedo decir que yo le tenía cierto cariño, no puedo decir que estaba enamorado como un loco por ella, aunque en un momento creí que habíamos logrado cierta armonía.
Nos casamos porque ella estaba embarazada, mejor dicho, adelantamos el casamiento por ese motivo, porque de todas maneras nos hubiésemos casado igual.
Todo marchaba medianamente bien.
Cuando me casé tenía 23 años recién cumpliditos y un flamante título de abogado, mi mujer era hermosa, su familia era la ideal para unirnos a ella, aunque luego descubrimos que no lo era tanto, ya que estaban casi en la ruina y pretendieron engañarnos.
Claro que yo, personalmente, le levanté todos los muertos, como se dice normalmente, es decir, pagué unas cuantas deudas millonarias, aunque eso no fue gratis para ellos, porque hoy por hoy, el 80% de sus acciones, están a mi nombre.
Claro que al estar casado con Gloria, todo quedaba en familia...
Nació mi hijo, y todo marchaba aparentemente bien, el primer año de matrimonio creí que esa era mi vida ideal, hasta que me enredé con una secretaria de una de mis empresas.
Mi hermano apenas aparecía por el lugar y mi padre me permitía hacer y deshacer.
Fue un amorío de paso, pero me sirvió para darme cuenta de lo aburrido que era mi matrimonio y de lo fría que era, últimamente, Gloria en la cama.
Cuando lo pensé dos minutos, creo que ella cambió desde el momento en que quedó embarazada.
Recuerdo que al principio pensé que era por su estado, pero luego de que naciera Bruno, nada cambió.
No nos llevábamos tan bien, aunque su familia parecía adorarme, claro, los salvé de la ruina y su hija estaba casada con un hombre que se hizo cargo de la situación, ella vivía como una reina y nos presentamos juntos en todos los eventos familiares y sociales.
Todo marchaba medianamente bien, aunque yo, con mucha discreción, cada tanto me tiraba una cañita al aire.
En mi casa, Gloria era la gran señora, una dama que siempre estaba impecable, se ocupaba de nuestro hijo, que lamentablemente era un niño bastante débil, solía enfermarse a menudo y hemos pasado muchas madrugadas con nuestro pequeño en una clínica, hasta que se mejoraba, pero nunca lo hacía en un 100%, solía tener recaídas y los médicos no encontraban la razón.
Suponía, en ese momento, que eso, en parte, también desgastó nuestro matrimonio.
Hasta que en una de sus internaciones, nos llegó la peor de las noticias, tenía una especie rara de leucemia, que no era detectable a simple vista o con unos pocos análisis, es que cada vez profundizaban más los estudios, porque estábamos todos preocupados, incluso los médicos.
-Solamente el 10% de los niños tiene este tipo de leucemia.
Dijo el médico que estaba hablando con nosotros, estábamos los dos devastados.
-El niño se va a salvar, pero requiere un trasplante alogénico, de un donante, es decir de uno de sus progenitores hematopoyéticos.
Prosiguió hablando el médico que era el especialista en ese tipo de enfermedades.
-Su hijo tiene leucemia linfoblástica aguda, también llamada, LLA.
-Usted dijo que se podía salvar si los donantes somos algunos de nosotros dos.
Le dije al médico.
-Sí, es cuestión de hacerles los análisis para saber quién de los dos es compatible.
Gloria estaba muy pálida y temblaba, no era para menos, nuestro pequeño hijo estaba muy grave.
Nos hicimos ambos los análisis correspondientes.
Entiendo que apuraron los resultados.
Estábamos en la habitación con nuestro retoño, cuando se acercó el médico y nos pidió, menos amable que de costumbre, que fuéramos a su consultorio.
-Señores no me gusta perder tiempo.
No entendí su comentario.
-¿Son los progenitores?
Gloria se retorcía las manos, y yo, como un imbécil, no entendía porque estaba de repente tan nerviosa.
-Sí.
Le contesté con seguridad.