Laura Martins:
Golpes fuertes en la puerta me despiertan de un sueño agitado. El sonido reverbera en mi cabeza, desencadenando un dolor palpitante en mi sien como un cruel recordatorio de la caída que sufrí hace dos días en la empresa. Al intentar apoyarme en el lavabo, el mareo se intensificó, me desmayé y golpeé mi cabeza contra la dura porcelana, despertando solo al día siguiente. La luz del sol entrando por las rendijas de la ventana de madera hace que mis ojos ardan.
—¡Ya voy! — Intento gritar, pero mi voz es tan débil que dudo que haya salido más que un susurro.
Los golpes continúan, ahora más urgentes. Respiro profundamente, intentando disipar la niebla del dolor, y me levanto tambaleante. La habitación parece girar por un momento, pero me estabilizo, apoyándome en la pared mientras camino hacia la puerta principal. El eco de los golpes se mezcla con el zumbido en mi cabeza.
—¿Quién es? — Mi voz sale ronca, casi inaudible, mientras desbloqueo la puerta.
—¿Señorita Martins? — Responde una voz femenina.
Abro la puerta lentamente, revelando a una mujer joven y elegante. Es alta y delgada, vistiendo un traje perfectamente ajustado. Sus ojos me observan con una intensidad desconcertante, y una leve sonrisa curva sus labios.
—¿Puedo ayudar? — Pregunto, la desconfianza evidente en mi tono.
—Quisiera hablar de un asunto delicado con usted, ¿puedo entrar?
—No es buena idea dejar entrar a una desconocida en mi casa — respondo con hesitación, manteniendo la puerta solo entreabierta.
Ella sonríe suavemente, un gesto calculado para parecer amigable.
—Entiendo su hesitación, pero no soy una completa desconocida, somos colegas de trabajo. Y le aseguro que lo que tengo para ofrecer es de su interés.
El dolor en mi cabeza hace difícil pensar con claridad, pero mi curiosidad me lleva a abrir la puerta, permitiéndole entrar. No me molesto en decirle que no se preocupe por el desorden; lo único que tengo en la sala es un sofá de tres plazas que me donó la vecina. La mujer se sienta en el asiento derecho del sofá, y yo en el izquierdo.
—Bueno, hace dos días la encontré desmayada en el baño de la empresa... — comienza a hablar, pero la interrumpo.
—Entonces, ¿vino a cobrar el dinero que gastó en el hospital conmigo, verdad? Ya debería haberlo imaginado, era uno de los hospitales más caros de la ciudad, no cualquiera entra al Vivaz — suspiro, sintiendo la humillación de mi situación. — Mire, no puedo pagarle ahora, pero si me da algo de tiempo...
—¡No! — Me interrumpe, y mis ojos se abren de par en par, sintiendo el miedo de que exija el dinero en este momento seco mi boca. — Fue mi jefa quien pagó el hospital para usted — aclara. — Y ella quisiera hacerle una propuesta.
Mi desconfianza aumenta, y mi corazón comienza a latir más rápido.
—¿Qué tipo de acuerdo?
Ella coloca el sobre en la mesa y me mira directamente a los ojos.
—Mi jefa pagará todos sus tratamientos, cirugía y medicación para la cura de su cáncer, y además le dará una asignación de mil reales por mes.
(El real o reales es el nombre de la moneda brasileña, donde ocurre la historia)