El sol hacía notar su presencia brillando cada vez con más fuerza mientras se alzaba en el cielo despejado, salí de casa sintiendo los rayos del sol sobre mí. Sonreí ante la calidez de ellos, cerré mis ojos inclinando mi cabeza a un lado, un día soleado en invierno era lo mejor. La nieve se encontraba intacta en el suelo, los árboles estaban bañados con capas blancas, dejé salir el aire de mi boca notando el vapor que salía de ella.
El invierno era mi estación favorita, pero a la misma vez la odiaba, traía muchos recuerdos, el frío parecía entrar en mi cabeza para encargarse de traer de regreso los buenos momentos de mi infancia. Suspiré sacudiendo la cabeza.
—¡Finalmente algo de sol! —exclamó mi prima Becca mientras extendía los brazos disfrutando de los rayos del sol. La reproché con la mirada y rodeó los ojos—No hay nadie cerca, Mía. Es de día, ¿Recuerdas?
Regresé adentro, la sala era nuestro lugar para dormir, cada noche solía quedarse despierto uno de nosotros para vigilar. Las criaturas nocturnas no lograban entrar a los hogares si estaba habitada por alguien y si llegaba a poner un pie adentro era con el permiso de una persona. Muy típico en las películas de vampiros que solía ver a los seis años, era muy curiosa.
Incluso sabiendo eso preferíamos tener alguien que pudiera avisar cualquier movimiento extraño, odiaba patrullar, pasaba todo el día con ojeras y durmiendo en cualquier lado.
Caminé hacia la esquina de la sala, justo al lado del televisor y del sofá, mi madre seguía durmiendo al igual que los demás. Éramos un grupo de ocho personas, demasiado grande en mi opinión, odiaba estar entre tantas personas, pero si quería seguir respirando tenía que hacerlo. Mi madre, Carmen y Lorenzo eran los adultos, luego seguían la hija de Carmen, Zara quien tenía 25, Mía Hall, ósea yo con 18 y mi prima Becca de 15 años. Éramos las tres chicas del medio, los dos más pequeños eran los gemelos Denis y Dany, tenían 12 años y eran huérfanos desde hace un año que los encontramos.
Carmen insistió en que no podíamos dejarlos solos. Revisando mi bolso noté las pocas galletas dulces que quedaban, algo de comida en lata, tres botellas de agua, fósforos, un cuchillo pequeño muy filoso que Lorenzo me había dado hace meses y la manta para la noche. Hice una mueca de desagrado, revisé los demás bolsos confirmando el hecho que debíamos ir por alimentos y quizás algo de ropa para el invierno.
—¿Qué sucede? —preguntó Becca al verme arrodillada en el suelo terminando de revisar el bolso de Denis.
—Debemos ir por más comida y agua—me levanté recogiendo mi cabello en un moño.
—¿Es necesario? —miró a los chicos durmiendo.
—Si fuéramos menos en el grupo entonces no lo sería.
La ciudad permanecía en silencio, los autos abandonados estaban en cada esquina o rincón de las calles, algunos edificios se mantenían en buen estado, pero otros comenzaban a perder su buena presentación. Recuerdo los gritos de los vecinos esa noche de hace trece años, recién había cumplido los seis años, mis padres estaban en la sala viendo televisión mientras que mi hermano y yo no podíamos dormir.
Escuchaba gritos desgarradores, sin soportarlo más, bajé con mi hermano encontrando a mi madre cerrando con seguro las ventanas y las puertas. Sus palabras fueron claras "Debemos irnos, rápido". Recuerdo haber subido rápidamente los escalones, miraba a mi hermano guardar todo en un bolso, intentaba imitarlo con la misma velocidad, mi corazón latía rápidamente con cada grito que parecía acercarse más.
—¿Qué está pasando afuera, papá? —pregunté mirándolo. Tenía un bolso más abultado que el mío. El televisor estaba encendido, podía escuchar a la mujer de las noticias decir que permaneciéramos en casa.
—No te preocupes, cariño—se acercó cargándome en sus brazos. Esa noche salimos de casa, el auto encendió sin ningún esfuerzo, cuando las ruedas se colocaron en marcha noté que la mayoría de los vecinos hacía lo mismo que nosotros...dejaba todo atrás.
No pudimos escapar ni alejarnos lo suficiente, el auto había perdido gasolina a los pocos minutos, el tanque estaba vacío por completo, siempre recuerdo el silencio incómodo que se hizo cuando bajé del auto. Todo pasó en cámara lenta y entonces entendí la razón de los gritos, sombras oscuras se abalanzaban sobre las personas devorando sus cuellos, nunca olvidé la sangre que corría y por eso ahora la aborrezco, el sólo verla me marea por completo.