De Campesina a CEO: Mi Propia Luz

De Campesina a CEO: Mi Propia Luz

Gavin

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El aire del aula olía a perfume caro, un recordatorio constante de que, por más becas que consiguiera, yo jamás pertenecería a ese mundo. Mi nombre es Lucía, hija de un humilde agricultor, y mi única ambición era la Selectividad. Pero ellos tenían otros planes para mí. Me llamaban «campesina» y me lanzaban billetes al suelo, un despliegue cruel de su riqueza. Luego, escuché mi nombre en el baño: yo era el nuevo objetivo del «juego del amor ciego», un plan retorcido para enamorarme y humillarme en público. Mateo, el chico más popular e inteligente de la escuela, fue quien se acercó. Fingía quererme, pero yo sabía que era una trampa. Sin embargo, en sus ojos no había solo engaño; también vi los recursos que necesitaba para mi venganza. Así que entré en su juego, no como presa, sino como cazadora. Dominaba cada sesión de estudio, cada roce «accidental», plantando semillas de duda en su mente. Le entregué mi confianza, mi vulnerabilidad calculada, haciéndole creer que me estaba conquistando. En la fiesta de su cumpleaños, delante de todos, lo besé apasionadamente, sellando lo que él creía su victoria. Pero esa noche, me aseguré de que su corazón fuera completamente mío, sin saber que lo necesitaba para la siguiente fase de mi plan. Justo antes del examen más importante de mi vida, él me rompió en pedazos, diciendo que todo era una apuesta, una humillación. Me di la vuelta y corrí, fingiendo estar destrozada, mientras sus risas resonaban a mis espaldas. Creían que iría al examen con el corazón roto. Qué ilusa era yo... No lloré esa noche. Estudié, con una rabia fría y calculadora. Cuando se publicaron las notas, mi nombre estaba el primero; el suyo, una décima por debajo. Mientras los periodistas se abalanzaban sobre mí, revelé mi verdadero secreto: no solo era la mejor estudiante de la provincia, sino la hija biológica de la famosa diseñadora Catalina Rivas, ¡la madrastra de Sofía! Mi «madre», que me había abandonado por su carrera, había pagado mis estudios a cambio de mi silencio. La verdad explotó, destrozando su reputación y su imperio. Hoy, rechacé la arrepentida mano de Mateo; su amor, manchado por el engaño, no vale nada. Ahora soy jefa en la empresa de mi propia madre, porque, a diferencia de ellos, yo he brillado con mi propia luz.

Introducción

El aire del aula olía a perfume caro, un recordatorio constante de que, por más becas que consiguiera, yo jamás pertenecería a ese mundo.

Mi nombre es Lucía, hija de un humilde agricultor, y mi única ambición era la Selectividad.

Pero ellos tenían otros planes para mí.

Me llamaban «campesina» y me lanzaban billetes al suelo, un despliegue cruel de su riqueza.

Luego, escuché mi nombre en el baño: yo era el nuevo objetivo del «juego del amor ciego», un plan retorcido para enamorarme y humillarme en público.

Mateo, el chico más popular e inteligente de la escuela, fue quien se acercó.

Fingía quererme, pero yo sabía que era una trampa.

Sin embargo, en sus ojos no había solo engaño; también vi los recursos que necesitaba para mi venganza.

Así que entré en su juego, no como presa, sino como cazadora.

Dominaba cada sesión de estudio, cada roce «accidental», plantando semillas de duda en su mente.

Le entregué mi confianza, mi vulnerabilidad calculada, haciéndole creer que me estaba conquistando.

En la fiesta de su cumpleaños, delante de todos, lo besé apasionadamente, sellando lo que él creía su victoria.

Pero esa noche, me aseguré de que su corazón fuera completamente mío, sin saber que lo necesitaba para la siguiente fase de mi plan.

Justo antes del examen más importante de mi vida, él me rompió en pedazos, diciendo que todo era una apuesta, una humillación.

Me di la vuelta y corrí, fingiendo estar destrozada, mientras sus risas resonaban a mis espaldas.

Creían que iría al examen con el corazón roto.

Qué ilusa era yo... No lloré esa noche.

Estudié, con una rabia fría y calculadora.

Cuando se publicaron las notas, mi nombre estaba el primero; el suyo, una décima por debajo.

Mientras los periodistas se abalanzaban sobre mí, revelé mi verdadero secreto: no solo era la mejor estudiante de la provincia, sino la hija biológica de la famosa diseñadora Catalina Rivas, ¡la madrastra de Sofía!

Mi «madre», que me había abandonado por su carrera, había pagado mis estudios a cambio de mi silencio.

La verdad explotó, destrozando su reputación y su imperio.

Hoy, rechacé la arrepentida mano de Mateo; su amor, manchado por el engaño, no vale nada.

Ahora soy jefa en la empresa de mi propia madre, porque, a diferencia de ellos, yo he brillado con mi propia luz.

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El zumbido del aire acondicionado en el aeropuerto apenas disimulaba el silencio entre Ricardo y yo; nuestro viaje a Oaxaca, planeado por meses como una pre-luna de miel, de repente se sintió como un último aliento. Justo cuando Ricardo me preguntaba si estaba emocionada, con esa sonrisa perfecta suya, vi a Elena. Venía hacia nosotros con su hija Isabella, esa influencer de viajes, la ex de Ricardo, la madre de su única conexión con un pasado que yo intentaba ignorar. La voz de Elena, demasiado alta, anunció que ellas también iban a Oaxaca, y la sonrisa de Ricardo se congeló, aunque rápidamente la transformó en una máscara de sorpresa forzada. Luego, la pequeña Isabella, con los ojos de su madre, se escondió detrás de Elena, mirándome con una evaluación inquietante, no la inocencia de una niña. Elena, con una falsa dulzura, comentó sobre mi atuendo: "Qué bonito tu conjunto. ¿Lo diseñaste tú?". Sabía que lo decía para recalcar que mi profesión era un "pasatiempo caro", algo que mi familia, y a veces Ricardo, creían. Y entonces, sin que yo pudiera procesar la humillación, Elena pidió sentarse con nosotros en el avión, alegando que Isabella "se sentía mal". Ricardo, en lugar de poner límites, solo miró a la niña que convenientemente empezó a toser de forma exagerada, y cedió. Nuestro espacio para dos se hizo añicos, y me encontré sentada al otro lado, una extraña en lo que debería haber sido nuestro viaje de prometidos, mientras Ricardo les ponía caricaturas a Isabella y Elena le acariciaba el brazo. Cuando en el avión me pidieron cambiar mi asiento de primera clase por uno en turista para que Elena y su hija pudieran estar junto a Ricardo, vi la súplica en sus ojos: "No armes un escándalo, Sofía". No dije nada, solo tomé mi bolso y me fui a la fila de atrás, sentándome junto a un extraño, mientras los veía desde la distancia. Vi cómo la mano de Elena descansaba sobre la de Ricardo, cómo él le abrochaba el cinturón a Isabella, cómo reían y murmuraban, creando una burbuja a la que yo no pertenecía. El avión despegó y Ricardo, reclinado con Elena en su hombro, ni siquiera me buscó con la mirada. En ese momento, supe que no era solo el viaje lo que no había terminado antes de empezar, sino mi relación. La humillación continuó en Oaxaca, donde Elena monopolizó a Ricardo, quien ignoró mis diseños para escucharla. Al día siguiente, me desperté sola con una nota de Ricardo: "Fui con Elena a llevar a Isa a un tour... Te amo". "Te amo", la palabra se sentía tan vacía. Entonces lo vi en Instagram: Elena había subido una foto de Ricardo con el pie de foto: "Mío". Y el comentario de mi propio hermano, Diego: "¡Cuñado! ¡Se te ve increíble! Disfruten. Elena, cuídalo bien". Mi propio hermano estaba del lado de ella. El último clavo fue el comentario de Elena, respondiéndole a alguien: "Ricardo dice que Sofía es un poco aburrida para estos viajes, que no le gusta la aventura, jeje". Sentí el aire faltarme, la humillación pública era total. No era solo Ricardo, era mi familia, era el mundo que me había traicionado. Con las manos temblorosas, abrí mi celular y busqué el nombre de Ricardo. Presioné "Bloquear contacto". Y luego, con una sonrisa amarga, cancelé su boleto de avión de primera clase, el que yo le había regalado por su cumpleaños, dejándolo varado. Mi guerra había terminado.

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