Reino de Mónaco
Palacio Real
Marzo, 10
12:00 horas...
—Solo tú puedes protegerla.
El rey dictaba su orden a mi, el hombre de menos confianza de su corona mientras ambos sabíamos que no encontraría a pesar de ello, a ningún otro capaz de proteger a su hija más pequeña como yo. Se escuchaba como una orden pero yo sentía que era un ruego. Que imploraba, después de habérmela negado en su día...que me la llevara ahora.
Ella era su adoración, y también la mía. Vivía prendado de la princesa, perdido en toda ella.
Veinte tiernos años inocentes puestos en las manos de mis treinta y dos oscuros y turbios abriles. Nadie en su día podía imaginar cuánto la deseaba, cuántas mujeres habían sido parte de mis fantasías con la princesa y desde luego ella...mi dulce y hermosa criatura no sabía cuanto ansiaba morder su boca, amarrar sus manos a las mías para presionarla contra todas las camas de mi castillo y meterme con fuerza dentro de ella mientras la tomaba una y otra vez. Día tras día y noche tras noche. Ferozmente.
Un vizconde mañoso, retorcido y ríspido como yo no era el más indicado para proteger a la hija del rey durante esos meses indefinidos que la corona necesitaba pero...a su vez no había nadie más poderoso y peligroso que yo para cumplir con la tarea de ocultar a la princesa. Ningún enemigo de nadie se atrevería a pisar mis tierras sabiendo lo que se rumoraba sobre mi y ella, ella no estaría en ningún otro lugar tan segura como en peligro que bajo mi techo...y mi cuerpo.